domingo, 17 de marzo de 2013

Cagamus Papas



 La noticia lo alcanzó a este cronista cuando estaba en un boliche del trocén haciéndole a un feca junto al Pibe Garófalo. Y fue que en de pronto juné la tele encendida: el cardenal criollo ahora se llamaba Francisco y era el capo másimo de la Santa Madre Apostólica Romana. Cagamo, fue lo primero que pensé, pero no, no puede ser, Pibe, le dije a mi secretario, la corpo mediática siempre miente, son bolazos, deben ser las ganas que tienen. Claro que el cartelito del noticiero seguía en la pantalla, y tras cartón, ventana abierta, balcón fetén, se apareció el Jefe pa bendecir a los fanas que se apilaban en la Plaza. Era, nomás, el cardenal porteño, el mismísimo Jorge Bergolio. Cagamo en serio, le mandé al Pibe. Un frío escozor me caminó por el lomo como una yarará con el babero calzado pal almuerzo.
Esa misma noche, comida al paso, movilero tras la noticia, me lo fui a ver a un viejo amigo manyado en las cuestiones de la fe, el Pituco Sartori, que ya desde pibe la apuntaba a la sotana cuando le hacía de monaguillo al cura Antonio. Me recibió atrás de la sacristía, medio mismo de una fiestita íntima entre varias vecinas que celebraban el alvenimiento papal con profunda devoción patriótica. ¡Ar-gen-tina!, coreaban las señoras. Dios iluminó al cónclave, bendito sea el Pastor, me batió una de ellas, rosario en mano. El Señor bendice a nuestro país, me sacudió otra. El Pituco, Padre Fernando pa sus seguidores, me miró como diciéndome “perdónalas, hijo, de algo tengo que vivir”, pero todo bien, faltaba más. Ahora agarrate Catalina, la que se viene, me trinó a la oreja y de nuevo el chucho de frío me zapateó en la espalda como un malambo de Frankestein.
Cuestión que el Pituco despachó su feligresía con amable rapidez. Me hizo pasar al fondo, descorchó un tinto y a sabiendas de mis ácratas conviciones, me sacudió de prima con la cargada: y sí, Marcial, entrá a sumar. Fangio, Maradona, el Che, Messi, y ahora el Papa Francisco, ¿qué más nos falta pa convencernos? Nomás un astronauta bajando en Marte con la celeste y blanca del Diez y listo, no hay caso, Dios esiste y es más argentino que el locro.
Hijo tuyo, las pelotas, hablamo en serio o me voy, lo amenacé. Tranqui, Marcial, me dijo, entiendo que estés nerviudo pero es así, son misteriosos los caminos del Ñorse. Alguna razón habrá barajado pa iluminar a los púrpuras.
Me olí que me seguía cargando. Pero un gomía es un gomía, sea chorro, laburante o cura, como el caso del Pituco. Porque buen tipo, se hizo franciscano y fue macho pa escaparle a las ojetudas pompas con que más de una vez lo estimularon de arriba, me costa. Se aquerenció al rioba en capilla de segunda y la única tentación a la que nunca pudo escaparle fueron las minas. Por algo le decíamo el Pituco. Siempre tuvo levante y con la facha de curita bueno, más peor. Eso si, nunca con las ovejas de rebaño propio, es decir, las del barrio. Y menos con pendejos, me aclaró hace años, por las dudas. La astinencia sesual prolongada lleva a condutas jodidas y hay una cuestión inevitable: siempre, debajo de una sotana, hay un tiburón hambriento.
La verdá verdadera, el Pituco Fray Sartori estaba esultante esa noche. Mis contatos vaticanos me lo habían alvertido, me confesó, el Jefe pagaba una fortuna, 54 a 1 en el vati-bingo por interné pero era cartón puesto, apostabas una luquita y te parabas. Así que todo por la capilla, Marcial, acá no baja un mango, imagínate, ahora vamo a refacionar el comedor pal piberío humilde y, si sobra, voy a comprar unos cálices de acero inosidable, porque los de latón ya no van más.
Ni hace falta aclararlo, el Pituco no es un cura de los comunardos. Ahora en serio, me dijo, vos sabés que nadie llega a capotuti por ser bueno nomás. Dios está en el cielo pero abajo mandan los hombres y encontrar un culo limpio en Roma es más difícil que sacarle peras a un petiribí. Hay que tener más cintura que el Diego y saber negociar con la banca, el Opus, la CIA y el pirata Morgan. Y si te hacés el loco, terminás como Juanpi Primero, que duró treinta días y enseguida lo hicieron momia para escaparle a la autosia, ¿me esplico?
Más claro, echale agua. La cuestión es entender pa donde apunta la política, lo acicatié pa que siguiera, porque pa mi no es casual que chantaran un polaco justo cuando se venía abajo la soviética, ni casual debe ser ahora visto lo que pasa en estos pagos, ponele aquí, en Venezuela, en Brasil, en Ecuador, en Bolivia.
El Pituco se desinfló en un suspiro largo, me junó como si fuera Santa Inocencia, se clavó lo que quedaba de tinto y pidió disculpa: tengo sueño y mañana un día de locos, Marcial, la hinchada está frenética y quiere misa y celebración en continuado.
Así que me dio la bendición y me fui pa casa. ¿Dormir? Nada. El chucho de frío me seguía malambeando en el espinazo. Ya va a pasar, me dije, no es nada, después de todo, el Jefe no es de los peores. Imaginátelo a Aguer, el de La Plata, trepado al trono de San Pedro con el bacanaje del Santo Oficio. Pero consuelo de cuarta, llevo una semana sin pegar el ojo, calzado a la tele, la radio, leyendo los diarios y las revistas. Me surten con esclarecedores biandazos las biografías ciertas o truchas del Papa,  la jovata que una vez le cocinó un estofado a Bergolio, el kiosquero que le vendía el diario, el tachero que lo llevó cuando la huelga de subtes, la hermana emocionada, los sobrinos que no lo pueden creer y ahora son famosos, el vecino que una noche le escuchó un sonoro y santo pedo a través de la medianera, los novios que casorió en La Plata, el pibe que bautizó hace treinta años gracias a lo cual ahora es gerente y pinta casa en Pinamar, la nueva camiseta de San Lorenzo, las estampitas con la celeste y blanca, los chupasirios de siempre que perdono y los reciclados que no soporto, y así de corrido, esta ensalada de santería, cholulaje y argentinidá me pone los huevos al plato.  
Pa colmo, ayer me crucé con el Ñato Flores. La última vez que pisó una iglesia fue hace veinte años, para la comunión de la hija, la Susana, que ahora vive en Brasil con un carioca más morocho que Mandela. Me contó que lo llamó por teléfono, harto de escucharle al brazuca del Maracaná, de Pelé, del fuchibol mais bonito do mundo, de las mejores praias do universo. Harto, che, me dijo, así que le batió posta: seguí chupando, Brasil, nosotros tenemo al Papa, tenemo.

domingo, 10 de marzo de 2013

Somos Chávez



No había que ser inteleto piola pa imaginar que la güesuda le andaba pispeando las verijas desde tiempo atrás. Uno la veía venir, después de tanto cirugeo, con la palabra cáncer que mete miedo, con la cuidadosa reserva que los médicos cubanos sostuvieron cuando la última tajeada en Cuba, con los viajes que los mandamases latinoamericanos le hacían a la isla pa volverse después callados . Y luego, el regreso a la Patria, el silencio de quienes lo tenían cerca, la moderación de los pronósticos. Uno la olfateaba de posibilidá tan cierta como dolorosa. Pero igual el anoticiamiento que a la final se dio, fue un sacudón pal espanto, un trompis a la mandíbula que nos dejó en nocau sentimental. El comandante se nos había ido. Puta muerte, hay tanto conchudo parásito haciendo la plancha en una esistencia de mierda, por qué justo a él. Lo mismo que este cronista se preguntó allá por los setenta cuando la muerte de don Agustín Tosco, o hace poco, la de Néstor.
Si uno fuera creyente en la esistencia de algún dios, podría suponer que los Divinos, sea quienes sean, en alguna Comisión Política, de Planificación celestial o de infraestrutura universal, anduvieran necesitando el asesoramiento de los mortales más o menos entendidos, manyados en los asuntos del pobrerío, en las dolencias de los desheredados. Quién sabe si desde tan lejos, tipos como Zeus, Apolo, Cristo, Alá, Buda o quien carajo se intitule banca asoluta, pudieran arreglar las tropelías del bacanaje terrenal, de los dueños de la gran torta que se morfetean a gusto y de la que reparten nomás las migas. Quién sabe si a los Divinos les diera el cuero y entonces precisaran de consejos en carne y güeso.
Pero quien suscribe, por suerte o desgracia, es un anóstico en las cuestiones de la fe y no le queda más remedio que acectar el mandato del ADN, de la célula, del organismo y el celebro humano. No le queda otra y entonces embucha la suerte, putea como es debido, llora, vuelve a putear y se la banca. Hugo Chávez Frías murió y si aceda a la imortalidá, no será por obra de los cielos sino por la memoria de los pueblos.
Memoria de los venezolanos, antes que nadies. Memoria de millones de quías que antes no esistían para los titulares esclusivos de la renta petrolera, apenas humanoides grotescos que habitaban los cerros y el llano profundo, sangre descartable con menos valor que la de un perro, con perdón de los cánidos. Este cronista se ha plantado horas frente al televisor para ver desfilar a esa masa interminable de gente, desposeídos de antes que acaso muchos no hayan dejado de serlo en términos materiales pero que en de repente, por obra y gracia de ese hombre que les hablaba durante horas con la llana dialética del común, pudieron afirmar algo que al fin y al cabo les pertenecía, a saber, la propia esistencia. Si, esistimos. Somos. Vivimos. Y decidimos.
Acaso no haiga más suprema espresión de la condición humana que la posibilidá de decidir. Decidir ser, en primer lugar. Entonces uno ve a una piba que no tiene más de quince años, que nació con Él, quebrada en llanto y así de pronto hablando de Patria, de Revolución, de Socialismo con una soltura que te pega en el caracú, y después a una jovata que abraza un cuadrito humilde con la foto de su comandante y se le lengua la traba primero y vuelta con la Patria y las misiones y un primer médico que la revisó en sesenta años de vida, y más después un morocho de los que asustan, con más músculos que Bonavena, lagrimeando como un nene, el puño en alto y balbuciando al paso del jonca que a Él lo lleva: “Soy Chávez”.
A este cronista se le dio por llorar tupido también, si por la muerte del hombre, quizás, y con certeza, por esa irrución de dinnidad hecha carne, de amor gigante hacia el líder mezclado con el discurso posta con cadencia caribeña de miles de anónimos que, puestos frente a una cámara y micrófono soltaron una labia sin duda parida en las escuelas, en las esquinas de los barrios profundos o en el yugo de cada día: Patria y Revolución, todos somos Chávez.
Se me pone la piel de pollo, se me pone, me dijo mi ayudante aljunto, el Pibe Garófalo. Y sí.  A uno le viene esa cosa en las tripas que por algún hilo condutor va derecho al lagrimal. Y cuando en el velorio pasa un milico por delante del jonca, y allí se detiene un istante, y le hace la venia y se quiebra y se lleva el puño al cuore, mierda, cómo no engrillarse a la comparativa de lo que fueron los ejércitos en este culo del mundo durante tantas décadas sino milicias de ocupación imperial.
Pa la semblanza del comandante, sobran entendidos y no es cosa de agregar al dope. Si de entender su hacer de gobierno se trata, a favor o en contra, hay para regalar en los diarios, en la radio o en la tele, mismo que especulaciones de lo que vendrá, desde las fundadas hasta las más colifatas.  
Lo que trasciende al sencillo ver, es que más allá de lo que pueda decirse, ya el varón se hizo bronce en el mejor de los sentidos. Porque al bronce de nuestros próceres de la primera independencia, en parte enfriado por el tiempo y el destrato, es el suyo un bronce caliente en trance de fragua, metal que yerbe y libera energía cuando los panegirios del fin de la historia se hacen la puñeta frente al cuadrito de Fukuyama.
Y a la verdá, pa jovatones como este que escribe, las cosas que están pasando en estos años, la verdá verdadera, tiempo atrás no pensábamos que las fuéramos a ver. Que don Simón Bolívar haya salido de los viejos arcones, que un Evo, que un Correa, que viejos guerrilleros como Dilma o el Pepe Mujica, que Néstor y Cristina, cada cual con su vianda propia, qué se yo, es como estar soñando. ¿Sueños imperfetos? Cierto. ¿Desprolijos? Y qué querés. ¿Confusos? De seguro. ¿Sucios? Mas bien, así son las aciones de los pueblos cuando despiertan del letárgico. ¿Asurdos imposibles? Andá a cagar.