sábado, 5 de septiembre de 2015

Aylan



El fonazo de mi querida amiga María Pía Legarreta me madrugó ayer con su labia agarrotada por el llanto: no lo soporto, Marcial, qué culpa tiene ese nene de ser musulmán, pobrecito, morirse así.
Soñoliento todavía, visto en el relós las seis de la matina, desculé al toque que mi querida de la Recoleta se refería al purrete Aylan, amanecido inerte en las arenas turcas. Isofato me atracó el recuerdo de la imagen que yira por el domún todo, posta que ganadora del prósimo Premio Pulizer de la fotografía: el purrete sirio acostadito en la playa, como bebiendo el salobre que le mancó la vida. Con todo, la angustia de María Pía, como siempre, sabe llegar a esabructos incompresibles: cuántos pibes más deberán morir así, decíme Marcial, ¿y qué hace Cristina? Nada. Seguro que la yegua está en el Calafate y lo mira por la tele.
Estrañeza ninguna, este cronista asume que María Pía compensa sus desvaríos gorilas con higiénicos y laudatorios encuentros de cotorro siempre que sus deberes conyugales con su actual dorima se lo permiten. Pero avanti pues, ayuda el introito pa sacudirse un poco la bronca, vista la facha con que la mersa mediática se empilcha para tapar la roña sistémica y disfrazar con cristianos cacareos, melindres angustiosos, pésames sentidos, la verdadera esencia del drama  que arrempujó a los Kurdi y a cientos de miles de migrantes asiáticos y africanos, el mismo que ispira a los latinos cuando se ensartan en las clavaderas del Río Grande americano. ¡Es el capitalismo, idiotas!, dan ganas de gritar.
El pibe Aylan, su muerte, es la resultante de siglos de dominación colonial capitalista. Su fotografía postrera, es el legado pictórico del imperialismo, de la maquinaria militar industrial yanqui y europea  que desde la invasión a Irak, pasando por Afganistán, Libia y toda la cuenca petrolera de Medio Oriente, con la complacencia de jeques y caciques millonarios, ha desatado guerras civiles, enfrentamientos religiosos, tribales, sociales y políticos. Basta preguntarse cómo nacieron los talibanes sino bajo la tutela de la CIA, quién le dio lustre a Bin Laden sino el bacanaje saudita que cotiza fuerte en la bolsa de Niu Yor, quién banca los ejércitos del intitulado califato islámico, quién les compra el petróleo, les vende armas sofisticadas y los entrena, cómo conviven los dinamiteros del turbante con los bombardeos de la OTAN y después resurgen como salvadores entre la masa. Dónde encontrar la explicación sino en la ancha  manopla de la CIA, de los gerentes de Wall Sreet, de los petroleros de Texas, de los banqueros lavadores de narco dólar, de la troica germana, de los publicistas del gran sueño americano.
Duele la imagen del purrete Aylán tirado en una playa de Turquía, tanto como duele el ocultamiento que se hace de las raíces profundas del quilombete en puerta. A riesgo de consideren a este cronista un zurdo trasnochado, y aunque la palabrita ande demodé,  el imperialismo esiste.  Fue y sigue siendo una fase nesaria del capitalismo esitoso, un salto obligado en la acumulación de la gran mosca universal. Luego, a los dueños de la biyuya les importa niente la esistencia humana, y allí donde hace falta el esterminio con tal de asegurar ganancias, cualquier manotazo está justificado, sea por hambre, por sumisión o a los tiros.
Preocupados los yanquis y europeos, ovio, la marabunta se les viene encima. Y está bien. Es justo, qué mierda. El pobrerío mundial ahora puede mirar por la tele o el internet que en París se vive mejor, muchísimo mejor que en Abuya, Trípoli o El Cairo; que en Berlín o en Londres la pasás joya sin deslomarte y a salvo de que te claven una bombucha como en Kabul, Bagdad o Damasco; y más acá, que en Miami la vida es joda, no como en los cafetales de El Salvador o Guatemala; que en San Francisco o en Chicago podés ser el último orejón del tarro pero mejor que bancarte los lonjazos en las minas de esmeralda colombiana o en las fincas de Guanajuato o Sinaloa. Acaso pase que la mersa más desposeída  empieza a manyar que, después de siglos de espoliación, un cacho de ese bon vivir les pertenece. Y está bien. Claro que les pertenece. Porque esa esistencia mansa del ocidente pulcro se edificó con el oro de Moctezuma y Atahualpa, con millones grones esclavizados por ingleses, holandeses, franceses o norteamericanos, con las ganancias de la United Fruit en Centroamérica o con la tierra arrasada por las compañías multinacionales en el domún todo. Y esta es el único resultado forense que pueda obtenerse en la autopsia del purrete Aylan.
Este cronista no se banca esa foto que yira por el orbe, mezcla de morbo insano, de pespunte sensiblero pal sentir ocidental y de alvertencia pal migrante, como decirle, mirá lo que te pasa por venir sin permiso. No se banca la pena desamorada, el dolor retrasmitido por la tele, el lamento asurdo que no le apunta a la raíz de la cuestión.  Al decir de la verdá, llegado el caso, vamo la muchachada en barco, a gamba o nadando. Llenémosle los Campos Eliseos, los puteríos de Asterdam, los pubs de Londres, las callecitas de Niza y de la costa malfitana; entrémosle de punta por ajoba y los costado a los wayintones. Sin miedo, migrantes. Habrá muchos más Aylan. Los hay carbonizados a diario en los bombardeos israelíes sobre Gaza, o en los de la OTAN sobre Irak, Libia y Siria. Hay miles de Aylan que agonizan en las hambrunas, bajo el látigo de capangas hacendados o respirando el aire pútrido de las minas, y esos no salen en las fotos. Así que vamos. No hay nada que perder.