Mustios los salones del glorioso, la historia se morfeteó al Rey Momo y tres décadas de olvido calendario no son joda, cuestión que plantó el Ruso Urbansky nomás que reunida la mesa consetudinaria del bar buffé: carnavales eran los de antes. Y todo a propósito de Marito, el pibe de la Cámpora, que hizo entrada esultante y dicharachera para acomodarse a la mesa del billar donde ya lo esperaba el Oreja Pérez.
Tan contento el pibe, o le dura la resaca carnavalera o viene hinotizado con el discurso de la Presidenta, presumió el Rengo Marinelli desde el mostrador mientras zafarrancheaba la primera ronda de vermuces.
Ni ahí. Marito es fana de Pin Floy y aquilató biyuya para garpar el segundo recital de Royer Guoter. No ve la hora de subirse al bondi que lo lleve derecho a Núñez, esplica y da motivo al Negro Gutiérrez para que le salte a la yugular: no tenés cura, pibe, yo te hacía camporista chalchalero.
Primer raun entre el Negro y Marito, ahí fue que el Ruso metió lo del carnaval como para enfriar el entuerto, visto que ni el primer cinzano servido, ya la cosa apuntaba de guerra. Referencia obligada la de José Zambrano, contó de prima, años de pasear la yeca al ritmo de los tambores, que debutó allá por el 43, cuando sumaba apenas cinco abriles. Chaleco celeste cielo salpicado en hilos de plata, leoneras al tono, samica blanca y galerina de azul y brillo, uno de los veinte de la guardia purreta que marchaba por delante del bastón y mando, lejos de la reina, del galante y del repique pero parte necesaria de la histórica “Comparsa Luna Llena” que supo desfilar en el porteño corso de la Avenida de Mayo entre lluvia de papel picado, perfumina y aplausos. Ispirador y gestor de la gloria carnavalera del Fulgor de Mayo, diretor artístico de la inolvidable murga “Bichitos Colorados” y organizador indiscutido de cada jornada de la carnestolenda fulgurense. Allá por los setenta, cuando la milicada serruchó la fiesta, el viejo Zambrano acusó el golpe, le dio la depresión y un día, vestido de arlequín con lentejuelas, se echó en las vías para que un tren lo llevara sin escalas al cielo de los redoblantes. Nostalgia y autocrítica, ¿por qué nadies le tomó la posta?
La cosa arranyaba el domingo, recuerda el Ruso. Pasada la siesta, como a las cuatro de la tarde, salían todos los vecinos de la cuadra, de esta y de acá a la vuelta, unos con baldes de lata, con pomos, y alguno hasta con manguera por las ventanas, y la cosa era entre varones y grelas, como de entrecasa pero empilchados todos, nunca faltaba el pipiolo que se aguantaba al refugio del zaguán pa mostrarse después hecho un dandy, o la minusa que desafiaba alegremente los baldazos pa desfilar de blusa ceñida en su humedá al cuerpo, o el tarambana que se refalaba en los charcos. De todo se jugaba en la mojada: la amistad, rencores de alcoba, broncas y chuzas de familia, hasta cuernos sabidos o presumidos. Épicas jornadas, el glorioso abría sus puertas para la recarga del líquido armamento.
La gran fiesta se pasaba al lunes, memora el Rengo Marinelli, que entonces no era rengo. En dos patas firmes, esimio bailador de tango y fostro, por más disfraz que se calzara, antifaz o mascarita, cualquiera lo reconocía en la pista. Le hacía pie la Juanita Marcilessi, hija de tanos calabreses, un camión con acoplado y bailarina eseccional, que se aparecía de las últimas custodiada por padre y madre, vestida de diosa romana, recuerda haciendo provecho de que la Divina Colombres se fue a comprar manices al mercadito de la vuelta.
Milongas espelunantes, escuchá pibe, le alvierte el Negro Gutierrez a Marito. No hacía falta embucharse pastillas ni darse con jarra loca pa divertirse. Pura provocación del gomero, el pibe hace mutis y regala sonrisa mientras le pone tiza al taco.
Allá por los cincuenta, sigue el recordatorio del Ruso, el baile empezaba a las nueve en punto y en la puerta del club, en la calle, que ya a las ocho estaba pinturita. Los vecinos cada uno con su silla y mesita, la rojinegra colgada en el poste de luz, lamparitas de colores de punta a punta en la cuadra, bar abierto en la vedera todo a precio de costo, esenario en calle para que arrancara la típica de Julián Romero. Pero antes se aparecía en el tablado el viejo García, que por años hizo de presentador, y ahí se mandaba el discurso sobre el sinificado del Carnaval, sensacional arenga política, casi un informe del Comité Central, media hora sin parar y la muchachada lo querían bajar de un hondazo. Dale viejo, le gritaba algún apurado que ya tenía fichada pareja pal baile. Pero el viejo seguía como si nada, y la final siempre lo mismo, con eso de que la alegría carnavalera se continuaba en la lucha revolucionaria de las masas proletarias, así que pedía aprobación al informe, y sí, dale viejo, aprobado y que arranque la típica, y así, ni tiempo para despedirse, el viejo García saludando con el puño en alto y Julián Romero, al piano, le daba el entre al bandonión de Pepe Casco, todo un lujo artístico, selección de tango rante y cadenero.
Para las diez de la noche, la romería era infernal. Mascaritas pa hacer dulce. Murgas que se venían del corso de la calle Sarandí, hacían la pasada y se volvían. Papel picado a discreción. Pomitos con agua perfumada de chorro suave, como pa no mojar en eseso. Diez y media en punto arrancaba la verdulera del Polaco Waczda, eminencia del fuelle, meta polcas, valses y tonadas. Una hora después, infaltable, la yazística “Sol Naciente” del japonés Kanamura, seleción antológica de Glenmiller, Luisarstrong, Sinatra, diez músicos en esena, y cerrando, nueva entrada de la típica de Julián Romero que venía de tocar en el Deportivo La Estrella, que para esa hora, a requerimiento de la masa, todo era gotán dulce y lenteja mechado con algún bolero, música pal abrazo entrador y el aprete en pista prolija, a cuenta de que la custodia jovata relajaba vigilancia.
Aprendé, pendejo, dice el Negro, vuelta a mirarlo a Marito. No como ahora, todos mamados, meta bardo como decís vos, y encima las nenas bailando con las nenas, te das cuenta. Qué garrón, pibe. Pero como si nada, silencio distraído de Marito mientras espera que el Oreja pifie la próxima carambola.
A veces sí. Ya tarde, esplica el Ruso, caía algún cajetilla del centro, en barra, a provocar nomás. Volaba una botella. Se pelaba una cuchilla. Pero pa eso estaba la Guardia Libertaria, que le decíamos, muchachada fulguerense conocedora del oficio y atenta al llamado del combate. En los tiempos de Perón, a los de la Alianza se los frenaba en la esquina de Sarratea cosa de que no llegaran hasta el baile. Alguna vez sonaron tiros, pero a lo que sé, muertos nunca hubo, a lo menos en Carnaval.
Sonrisa sobradora de Marito. Dos carambolas y va por tres. Y el Negro Gutierrez, que hoy le dio por peliarlo, le insiste: aprendé, pibe, eso es respeto, porque se hablaba en cristiano y no en inglés, que no se entiende nada. ¿Qué sabés lo que dice ese Royer Guoter cuando canta? Por ahí te está putiando y vos contento, saltando y bailando. Pifiada del pibe camporista y puteada en medio, cortala de bardear, Negro, dice.
La cosa se espesa como guiso que se enfría. Callado hasta aquí, el doctor Salvatierra, filoso espositor, apresta erudición y lanza: si se me permite, al carnaval lo cagó la bombucha.
Silencio sepurcral. Aclaración se le ruega y viene. La bombucha de agua, esplica, suplantó al pomo. Mismo la serpentina, el papel picado y la asustasuegra se murieron cuando apareció el lanzaperfume, y después la nieve, ¿me esplico? Nuevos elementos tenológicamente superiores que bien embocados, decididamente apuntados a las zonas sensibles, cuanto mejor a los ojos, pusieron al divertimento compartido como resultado del sufrimiento del otro, ergo, manifestación inestremis de la rutura de las cadenas de solidaridad social.
Debe aclararse. El doctor apenas sí le hizo a medio farol de cinzano con una gotita de ferné. Y sigue: el martillo loco, el chipote chillón, la cachiporra sonajera, de elementos lúdicos pasaron a ser ojetos contundentes para provocar dolor en lugar de sorpresa y festejo, si se me permite, dolor, miedo, espanto. La bombucha con poca agua, con sal o con arena, mejor, se supuso, que al no reventar sobre la piel del afetado, lo lastimaba y hería, señores, espresiones todas del desarrollo del capitalismo salvaje, del sálvese quien pueda, si se me permite, y con esto está todo dicho.
Esatamente, razona isofato el Ruso Urbansky, ¿qué diferencia hay entre la muerte del noble pomo plástico, o del bombero loco, con la caída de la Unión Soviética y del socialismo real? Piensenlón, de en serio. Son aspetos de la misma crónica.
Más silencio sepurcral. Marito, el de la Cámpora, se retira de la mesa de billar. Así no se puede jugar oyendo tanta boludez junta. Estuvo en la plaza el otro día, dice, cuando la Presi se despachó con el discurso inagural en el Congreso. Más de tres horas labiando, nomás le faltaba la barba para parecerse a Fidel. Un espetáculo. Y ustedes hablando del Carnaval del tiempo de los picapiedra.
Silencio meditante. No le falta razón al pibe, hay que acectarlo. Culpa del Ruso que empezó con eso del carnaval, se apunta Carlitos Mercier con un manís en la boca. Peronista de Perón y puntero ineternun del municipio, como él dice, nada que ver con Kirrner pero el que gana conduce, esplica, y a la señora hay que bancarla aunque no nos guste. Y agregado oportuno del Negro Gutiérrez: mensaje profundo, pérformans de estadística que tiene la señora. Estadista, querrá decir. Eso, sigue el Negro, hasta me hizo llorar cuando la escuché algunas cosas. ¿Te la escuchaste las tres horas? Y sí, mientras recauchutaba gomas.
Pasa que la Presi tiene eso, se entusiasma Marito, tiene que le habla a los diputados pero en realidá se afila con la gente, como que le habla al pueblo en línea direta, que es la cualidá del líder, como hacía Perón.
No vamos a comparar, interrumpe Carlitos Mercier, respetemos la memoria del General, qué sabés, pendejo, del General. Eso, qué sabés del General, Royer Guoters, se suma el Negro, y a cobrar, ya el aire del bar buffé se corta con criollitas. Si van a peliar no rompan la vajilla, pide el Rengo Marinelli, ¿otra vuelta de vermú?
Nadie como el doctor Salvatierra para apagar el incendio de la pasión. Si se me permite, caballeros, no peliemos. Debe reconocerse la calidá del mensaje, anque a mi gusto le faltó piolín pa encarar temas de alto vuelo. Ni pío que dijo de la ley de entidades financieras, de reformar el sistema impositivo, fijensén, que van muchos años de gobierno y a mi ver son cuestiones cardinales, si se me permite una ojiada crítica, anque respetuosa y de apoyo en general.
Siempre buscando la mosca en la sopa, trina el Oreja Perez, otro pibe del billar ganado por el Marito para la causa del proyeto. Pero déjenlon hablar al doctor, ruega Marinelli. Y sigue el tordo: la crítica costrutiva le hace bien al proyecto, si se me permite, crítica nesaria, como su etimología, del griego, criterio, capacidá de discernir, ergo, no comer gato por liebre, si se me permite, mismo como en las comedias de Aristófanes. Y estensa esposición erudita del boga, marcha endemientras otra ronda de vermuces, que van tres y con ingredientes pijoteros, peligro en puerto cuando el escabio se amucha en la mollera.
Planta el pibe Marito, a la final, bandera y consinna de ispiración combativa: dentro del proyeto, todo; fuera del proyeto, nada. Da media vuelta y se va sin saludar. Viejos chotos, se le escucha cuando se efuma en la puerta del glorioso.
Silencio rumiante en la mesa. Se enojó el pendejo, razona el Negro Gutiérrez, me gusta verlo así. Y coincide el Rengo Marinelli: hay que alimentarle la garra, lo peor sería que se ablande.
La noche está en pañales. Venga la tercera de cinzano. A ver, que cuente la Divina, ¿cómo eran sus fiestas de carnaval?