Con el Palomo González
Estábamos los que estamos
siempre en esta mesa consetudinaria del bar buffé cuando, agregado y bien recibido, en de pronto se
apareció el Palomo González, laburante
de la calle como sabe intitularse, varón de cascoteados cincuenta y amante full
time del deporte fulbolero, lo que se dice un conocedor profundo de sus secretos,
una enciclopedia con patas capaz de amuchar en su recóndito seno vida y obra de
la muchachada que palpita en el amasado de la redonda, fisture pasado presente
y futuro, resultados habidos en los tiempo paliozoicos, artilleros goleadores
de la másima categoría aunque también de la B, C y D, en fin, un mamífero
parido en un desinfle de pelota y alimentado con los taninos del verdolaga
tablón allá en el club de sus amores, el glorioso Ferrocarril Oeste. Pero es
hora de olvidar toda pijotería pasional, plantió de entrada nomás que echó
asentadera a la vera de Carlitos Mercier y acectó el convite vermucero que se
le hizo. Ahora se trata de la celeste y blanca, esclareció, y frente a esto, el
amor por los trapos particulares deja lugar al sentimiento patriótico que nos
embarga cuando nuestro granaderos del balompié se aprestan a pisar la infame y
odiosa gramilla brasilera.
Florido introito que hizo, hay
que reconocerlo, con todo, no cayó en gracia entre algunos, empezando por el
Ruso Urbansky, quien ya, farol en mano y con un quesito amasando en la postiza,
lo chuzió de prima: si vamo a hablar del fullbo, está bien, pero no me venga
con la chovinista patriotera.
Inevitable, cuestiones a parolar
había de sobra, desde Budú, el Club de París o la pelea de Rial con el budinazo
que se venía comiendo, pero la presencia del Palomo González preanunciaba el
tema de la noche y más, era ovio, se adelantaba al mangazo, cuestión última que
la plantió de entrada al tiempo que se abría la samica y esponía el torso empilchado
con la oficial auténtica del selectivo nacional
del balompié: llevar el aliento a nuestra heroica milicia que habrá de librar
su más gloriosa batalla en el trópico carioca es responsabilidad de todos sin
esexión, y hacia allí iremos junto al Bebe Scarpino, a como dé lugar, aún
empeñando nuestra joyas como aquellas damas mendocinas que sufragaron al
Ejército del Libertador, o con el aporte desinteresado de quienes, ocupados en
otros frágiles menesteres, no puedan contribuir con su presencia física allá
donde se juegue la causa que hoy une a los argentinos, es decir, cada uno con
lo que pueda, en metálico o especias.
Aclaración que se impone,
difícil parece que el Palomo González vaya a encontrar damas mendocinas por
estos pagos y menos que cuente por las suyas con joyas de peso para dar vuelo a
su empresa. Varón de humilde cuna, desde que lo cesantearon en la Textil allá
por los noventa y después de fundir el remís que compró con la indenización, su
metier fue laburar la calle, un día vendiendo remeras de La Salada; otro,
películas truchas; otro, revistas viejas y así de corrido, nadies ha de
desconocerle empeño y creatividad pa escapar a la miyiadura, pero de ahí a
presumirle una mínima dosis de ahorro acobachado, es lunga distancia imposible
de remontar. Ni hablar de su coequiper, el Bebe Scarpino, maestre del andamio,
capaz de gastarse el salario de la quincena en una sola noche con las chicas de
la wiskería La Rosa Blanca de San Justo.
Así que divino misterio que las
lúcidas molleras aquí reunidas debían resolver, lo primero era lo primero, a
saber, rajarle al mangazo con la mirada perdida en lotananza y darle piola al
barrilete con un brindis por el ésito del viaje, cosa que el Palomo tuviera que
agradecer. De haber sabido, armaba unas caipiriñas para que se fueran adaptando,
se disculpó el Rengo desde el mostrador. Y aceptación general de que no sería
mala idea, que se corra la Divina hasta el súper de los chinos y compre una
cachaza, sugirió Mercier. Igual no ha limoncito, se atajó la Divina asomando la
trucha por la puerta de la cocina, dénle al Gancia y no jodan que los ingredientes
vienen con sorpresa.
Si lo dice la señora, mejor
callarse, eso es ley en el bar buffé del glorioso. Ahora que, vamo al grano,
plantió el Ruso, ¿cómo es la cosa?, ¿se van a Brasil? Efetivamente, aseguró el
Palomo sin mosquear, salimo en dos días. ¿Y cómo piensan ir? De aquí hasta
Uruguayana, en bondi, eso está asegurado. ¿Ya tienen los pasajes? Y claro que
sí. ¿Y después?, mirá Palomo que estás lejos, ¿cómo vas a hacer? Está todo
previsto, pero hacen falta unas rupias para seguir.
Desconcierto absoluto, dejenlón
esplayarse trinó la Divina, ya asomada al mostrador con ingredientes varios de
su autoría, a saber, salchichitas con chucrú, almóndigas bufeteras a la salsa
roja y papitas nuasé a discreción, lo que se dice un batacazo culinario de
rechupete. Haganlé lugar a los platitos. Ahora sí. Que hable el Palomo. Y habló
nomás, largo espicher plestórico de patrióticas arengas como pa ponerle carne
gallina al más pecho frío en lista, elocuencia ateniense como graficó a la
postre el erudito boga, don Marcelo Salvatierra, que a todo esto, ya tenía la
oreja en ristre y la singueso, blanda pal retruque.
Resumen nesario para deglutir la
manitud de la proeza en puerta, no se me exija esexo de detalles para
fundamentar esta rogatoria que aquí depongo, arrancó el Palomo Gómez, pues el
aliento invertebrado que ha de acompañar a la cívica muchachada que hoy viste
la legendaria celesta y blanca nos exime de los mismos, a la vista de lo cual,
cierto es que no ha de medirse esfuerzo para encarar el desafío ni permitirse temor
para obrar con el corajudo ahínco de nuestros gauchos, ya puestos, junto al Bebe
Scarpino, en el enemigo suelo del fiero brasuca. A dedo rogando y con el mazo
dando, a pie si fuera menester, aún engrillados por el bárbaro descendiente del
portugués, estaremos en la mítica bahía de Guanabara cuando nuestro selectivo
asome su gallardía en el irredento field del Maracaná, presta su pesada
artillería con el Kun y con Lionel para burlar el bosnio fortín, mas luego en
el Mineirao de Belo Horizonte tronchando la soberbia persa de los aqueménidas,
y al fin en el gaúcho Porto Allegre pisando firmes cual hunos guerreros, el
orgullo embetunado del grone nigeriano…
Largo espicher del Palomo, ya se
dijo, no era cuestión de interrumpirlo sin argumentos. Respuestas tenía y de sobra, porque el Bebe
Scarpino, genial estratega en el oficio del ladrillo, había tomado los recaudos
necesarios. Y es que aún suponiendo que llegaran hasta Río de Janeiro, ponele
que sí, a dedo para el caso, morfar, dormir, oíme Palomo, ¿de qué van a vivir?,
le chantó Mercier. Y sonrisa palurda del Palomo, de los choris, dijo, como
escuchan, de los choripanes. Sí, señor, todo listo, acomodado el bulto para
traspasar la líneas del enemigo con una dotación de choris donada por el
Frigorífico Dante, todo embalado en tergopol y con el vento requerido para adornar
los controles aduaneros. Quinientos choris perfetamente refrigerados, y eso pa
los primeros días en las playas cariocas. Tanque de aceite, seguro que hay allá
iguales que los nuestros, y así, listo el chulengo con unos fierritos, nomás
que salga el humo del tocino pampeano, los mulatos se van a olvidar del peixe,
del camarao, de la feijoada, se van a enloquecer con el chorreante choripán
argento a veinte reales la unidad, por favor, señores, está todo previsto,
incluyendo Pörto Allegre, donde, fijensén, ¿quién vive allí?, efetivamente, el
Laucha Fiorella, ¿quién no lo recuerda?, casi veinte años lleva viviendo allá,
siempre con el mercadito y la carnicería. ¿Y quién puede poner en duda la
lealtad del Laucha Fiorella? Nadies. ¿Quién puede imaginar que el Laucha se
niegue a facilitar la mecánica choricera para multiplicar nuestra mercadería?,
que será con tripa y carne de cebú, que no serán lo mismo que nuestros
agraciados chanchos, ¡pero qué se puede esperar de paladares circuscritos al
desabrido fruto marítimo que no sea rendirse a la esquisita esencia de nuestro
eselxo embutido?, por favor, señores, está todo previsto.
Ni de cerca, saltó al ruedo el
pibe Marito desde atrás, ya preparando el taco para su prática diaria en el
billar, ¿y tienen entradas?
Por favor, jovencito, ¿entradas?,
¿es que se olvidan ustedes del ingenio popular que nos hace grandes aquí o en
la China? , entradas… Entradas siempre se consiguen. ¿Son caras? ¿Carísimas la
reventas? ¿Y? Todo está caro en las tierras de Pelé, así me dicen, por eso del
cambio, ¿pero se olvidan de que una vez
que penetremos las líneas, nuestro choripán se apreciará en reales?
Esactamente. Y pausa meditante con el acompañamiento vermucero que alivia la
febril labor de las cuerdas vocales, siguió el Palomo: por favor, caballeros, el
grito del hincha celeste y blanco se hará sentir, no les quepan dudas, hasta opacar el ubérrimo aliento que pueda
prodigar la torcida mulata, que sabrá de carnaval y samba, pero lo nuestro es
pasión de tango, es repique de murga rioplatense y bombo peronista, por favor,
no me hagan hablar. Más aún les digo, cuando el humo grasuliento de nuestro
chulengos choripaneros, ya plantados a la vera de los estadios brasucas,
penetre en las pituitarias de nuestros jugadores, no habrá aliento más
superlativo que ese.
Silencio meditante, la cosa
seguía sin aclararse. Por lo demás, la dialética del Palomo González se daba de
culo con la perspetiva idiológica del Ruso Urbansky, que se lo alvirtió de
prima: mire, Palomo, el fulbo es un deporte y usté por poco me lo plantea como
una guerra de liberación. ¿Por qué no se va a vender choripanes a Siria?
Mas silencio meditante, el
Cabezón Lagomarsino inquirió por la lógica, es decir, dijo, si tanta confianza
comercial le tenían al chori, para qué mangueaban más guita, porque de eso se
trata, ¿verdad? Vos viniste a mangar un aporte a la causa… Y tras cartón, la
voz siempre esclarecida del doctor Salvatierra: si me permite, estimado Palomo,
¿cómo andamos con el idioma portugués?, ¿está praticando?
Segunda ronda de vermuces con
más ingredientes, endemientras servía la mesa, la Divina salió en apoyo del
invitado: yo de fulbo no entiendo nada, a mí despista eso del orsai, no hay
caso, me lo esplican pero no lo entiendo. Igual, tratándose de la seleción, ¿no
habría que darle una mano al Palomo? Porque ustedes muy cómodos, mirando los
partidos por la tele, pero es importante que haiga un hincha allá. Hasta podría
llevar una bandera con los colores del club. ¿Se imaginan la rojinegra del Fulgor
de Mayo flameando en la tribuna del Maracaná?
De ninguna manera, saltó el
Palomo, ya lo dije, hay que deponer la parcialidad y nomás la celeste y blanca.
Sin contar que seguro la van a confundir con los colores del Flamengo, aportó
el Pibe Marito mientras sacudía el primer tacazo en el billar.
Ahora, usté que sabe de fulbo, González,
¿cómo la ve a la seleción?, lo inquirió el Rengo, ¿está como para dar pelea por
el título? Pregunta sabia que era, ameritaba contestaciones por kilo, porque
entendidos en estas cuestiones, además del Palomo, había un toco. Anotados el
Pibe Marito, Carlitos Mercier, el Chino Sotelo en la otra mesa, cada cual
curtía opinión, incluida la Divina Colombres, que atrevió un severo dianóstico
sobre la titularidad de la portería nacional. No tenemo arquero, dijo. Y hasta el
Ruso Urbansky, tras escueta denuncia de la esencia mercantil capitalista de la
gran fiesta del fulbo mundial, chanto la suya como si fuera esperto: son muchas
las figuritas pero eso no asegura que haiga equipo.
Era ovio que al Palomo, la
conversa se le disparaba pa donde no quería. Cada tanto, surtía una sonrisa
sobradora o junaba la hora en el relós de la pared y le apuntaba los ojos a la
salida. Hizo provecho de un silencio meditante para poner primera con otro
discurso de elevado sentimiento patriótico, y medio que puesto de pie, amagó
con entonar el himno hasta con las estrofas censuradas por la historia. Y fue
suficiente. Porque herido en su fibra íntima por la elocuencia del invitado, el
doctor Salvatierra saltó a la cancha pa competirle y a tal fin sacó a relucir
su profunda erudición sobre los secretos del candomblé, la umbanda y toda la
mersa de espíritus africanos, cuestión que, a la verdad del decir, concitó la
atención de la mesa. Imponente en su estatura inteletual, el tordo se apuntó
conocedor del tema, que hasta podría darle cátedra a Neimar y Ronaldiño, dijo, a
saber de Oxun, Yemanyá y chiquicientos orixás que no viene al caso mencionar
pero que, sin la bendición de ellos, no hay choripán que funque, dijo a la
final, imposible competirle a un acarajé bahiano inspirado en Oxalá con el
embutido criollo por más Gauchito Gil que le interponga, se lo digo así, con
ese chulengo choricero, lo más que puede lograr es, con suerte y viento a
favor, levantar una garota en Copacabana y encima garpando tupido.
Silencio selpulcral, el aire del
bar buffé ya se cortaba con navaja. El Palomo González no se iba a dejar
avasallar por la oratoria del tordo, así que se apiló a sus encendidos argumentos:
el seletivo nacional se apresta a librar su másima batalla fulbolística,
sacudió, y acá me vienen con nombres raros que ni de cerca se arriman a la
Virgen de Luján, por favor, señores, cuando la dignidá de nuestro colores está
en disputa, cuando en el abominado suelo del cocacolero Pelé se juega el
prestigo de la estirpe criolla y maradoniana, cuando en la negra turba de las
torcidas brasileras se apunta un paisano para enarbolar el canto sublime de la
argentinidad, usted me sale con esos angelitos umbandas, por favor.
No le permito, saltó de la silla
el doctor Salvatierra como empujado por un resorte, la unidad de los pueblos
latinoamericanos exige respeto por… Ma qué unidad ni una mierda, se paró el
Palomo endefrente, falta nomás que me venga con el yogo bonito… Sí señor, yo he
sido almirador del fulbo brasilero, se confesó el tordo, lo que no implica que…
Ahí lo tienen, interrumpió el Palomo marcando al boga con un dedo acusador, ahí
lo tienen, devoto del insípido camarao en detrimento de nuestra autóctona
salchicha, almirador de Garrincha, del imperio portugués, ¿cuándo los
brasileros tuvieron un San Martín, un Güemes?, a ver, digamé, nunca… ¿Y
Prestes?, respondió Salvatierra, capitán
Luis Carlos Prestes, con su heroica columna paulista, O Cavaleiro da Esperanza…
¿Pero quién lo conoce a ese?, por favor, no lo va a comparar con Perón, disparó
el Palomo, además, hábleme en castellano… Usted es un inorante, fusiló el
tordo, y así de corrido, la cosa apuntaba para el manoteo. No me toque. No me
toque usté, Toquiño, Vinicius, Gal
Costa, que me va a comparar con Gardel y Lepera, con la Mona Giménez, dejemé de
joder… No me toque, Mona Giménez, Alcides, qué tendrá el petiso…váyase a cagar…
Nomás faltaba un tiro al aire,
que a la verdá del decir, fue el grito del Rengo Marinelli, de atrás del
mostrador: cortenlán, che, a ver si me rompen las copas.
Silencio de a poco. Dejenlón que
termine de esponer el Palomo y después se ve, sugirió la Divina mientras
levantaba la vajilla por las dudas volviera a armarse la pelotera.
Hable, Palomo, ¿cuánto necesita
pa arrancar el viaje?, ordenó Carlitos Mercier, peronista de Perón, puntero
ineternum. Y le siguió el Ruso Urbansky con su ironía: quién sabe si no le
consigue un susidio de la Ansés para la patriada…
Pero el Palomo ya estaba
entregado. Junó una vez más el relós de la pared, miró alderredor y sacudió la
zabeca como diciendo que aquí no muerdo ni un patacón de los de antes. Se puso
de pie, caminó hasta la puerta, y así de refilón, como estaba, se disparó
cantando vamo vamo, Argentina, vamo vamo, a ganar, que esta barra… Y se fue
nomás. Cantando por lo bajo.
Silencio meditante ahora. ¿Otra
rondita de vermuces?, sugiere el barman, con tres copitas se duermen
tranquilos.
Y si, no estaría mal, que en
esto del vermú hay unanimidá. Punto aparte, hay que darle paso a la culpa. En
una de esas, con unas monedas de cada uno, lo dejábamos contento, arrimó
Mercier. La verdad que sí, acompañó el Rengo Marinelli, por ahí, hasta
tendríamos un cronista fulgurense in situ. Nomás el Ruso Urbansky se apelechó a
la contraria: desde el mundial 78, cuando yo le andaba siguiendo los huesitos a
mi hija desaparecida y la masa lo aplaudía al dictador, nunca más puede
ensartarme a disfrutar la alegría por el fulbo… Me cago, che…
Silencio sepurcral.