Pintura fresca
en las paredes, donación material de ferretería Sangiácomo, el bar buffé del
glorioso luce apotiótico así bañado de imaculado ocre y con una esposición de
cuadros del gran artista plástico Rubén Faldutti, eminencia del olio y la
acuarela que deja pasmado al espetador con sus paisajes del suburbio. Ayuda pal
caso que, pasada las eleciones, el Rengo Marinelli haya descolgado la pizarra
estadística eletoral de la ganchera, cosa que el mostrador centenario despliega
su cautivante esplendor.
Mesa
acostumbrada a la zurda, pegada al tualé de caballeros, la barra de siempre
pintaba dicharachera y plestórica de opiniones de atualidá mientras la Divina
Colombres se demoraba en la primera ronda de vermuces. Nada presagiaba
esitación pero una cosa llevó a la otra, que el dólar, que los susidios, que la
crisis, que los indinnados, la cuestión fue que Carlitos Mercier, peronista de
Perón y puntero anteliduviano, tiró como al pasar que yo no la voy con las
cosas de la modernidá, eso de que la salú, que no se puede fumar, que ni morfar
se puede, que te sacan la sal de la mesa, que se puedan casar los putos, por
ejemplo, y eso de que van a legalizar el aborto, disculpenmén, estaré chapado a
la antigua, pero no me va, ahora cualquiera le da a la matraca, se embaraza y
chau, le dice al tordo que sáquenmelón, y así no va, es una degeneración. .
Dedo en la
llaga, como quien dice, al Negro Gutiérrez le esplotó la pólvora. Qué querés, saltó
como leche hervida, que sigan haciendo aborto en los ranchos, que se mueran las
pibas con infeciones y hermorragias. Que
se cuiden, retrucó Mercier, que usen lo que hay que usar y sinó que se bañen
con agua fría, porque el aborto es un crimen. Más criminal es que se mueran las
pibas, chilló el Negro y ya puesto de pie, amenaza de trifulca en puerta, soltó
argumento posta: no se puede desconocer la realidá, coger se coge, unos más y
otros menos, se hacen abortos con ley o sin ley, así que mo me jodas, Mercier,
que me da la chiripioca.
Espetacular
irrución subreticia de Marito, el pibe de la Cámpora, ni buenas noches. Derecho
a la mesa del billar, de ojito tomó nota del clima afixiante que se respiraba. Pa
mi un ferné con coca, dijo onda dalailama, mejor siéntensen y cortenlán.
Cinzano con
ferné, manices, fontina en cuadraditos, picles y berenjenas en escabeche,
eselsa obra gástrica de la Divina. Un Olmugler para el Cabezón Lagomarsino, ya
repuesto en la capitanía del tim bochófilo, y con aclaración mediante, que por
receta del cardiólogo, un vasito de güisqui hace bien a la arteria. Y así está
la cosa. Desliz de Carlitos Mercier, porque historia manyada la del Negro
Gutiérrez, cualquiera en el Fulgor de Mayo la conoce y sabe que el tema en
cuestión lo afeta para mal. Si no se enviolenta, le da la depresión más fulera,
como le pasa ahora, que se sienta, le vienen los recuerdos y chau, no se
levanta ni con grúa.
Ya plantada la
causa y visto el resultado, esta mesa consetudinaria del bar buffé obra en
consecuencia siguiendo los precectos solidarios del gran Ismael Celentano:
primero la Patria, después el clu y tercero los asociados que, como el Negro
Gutiérrez, precisan de una terapia siconalítica de emergencia para hacer la
catarsis nesaria y salir del pozo ciego.
Fue allá por
ochenta y pico, principia Lagomarsino, justo en la esquina de enfrente al
glorioso, que se había puesto la salita médica y apareció de clínica la dotora
Miriam. Bombón atómico, petisona fornida
de caripela pícara, guitarrón cumbianchero, pechos como cañones napoliónicos,
la piba recién diplomada y residente del policlínico, se había dado a praticar alhonoren
entre la mersa y en de paso le hacía proselitismo a la revolución obrera
socialista.
Tres veces a la
semana venía en un fitito medio destartalado y era nomás que se bajaba y
caminaba hasta la salita que ya hacían cola los indispuestos, aporta el Ruso
Urbansky, ochenta largos pero la memoria intata. La Miriam sacudía la carrocería
como apilada a un desfile de modas, cuenta el Rengo Marinelli, un avión a
chorro, de atrás era un culo con vida propia y de adelante, una vidriera de
pecados, un molumento a las ubres que le reventaban el guardapolvo. Gran ésito
de la medicina preventiva, según Carlitos Mercier, ispiración del entonces
intendente Ríos, nomás que tuvieras un dolor de cabeza culpa de una tranca
macha, te aparecías en la salita para que la dotora te ascultara con el
tetoscopio y te curabas al toque, milagro de Dios, te volvías a tu casa
hinotizado, con una sonrisa de infeliz y el último número de Izquierda
Socialista pa encender el fueguito del asado del domingo.
Sesión
siconalítica en marcha. El Negro Gutiérrez asorto, como arrimándose a la
traferencia mental, aunque da lástima verlo arrumbado en la silla, la mirada
perdida en lotananza, los dedos jugando estupefatos con una cáscara de manís.
Cuestión fue que
el Negro quedó hinotizado con la facultativa, pero peor que nadies. Primero, una
colitis por el lechón que se manducó un primero de mayo, después una anginas de
amídalas, un turululo sebacio en la gamba, un dedo mocho que le quedó cambiando
yantas en la gomería, y el insonio a lo último, que no podía pegar un ojo en toda
la noche y aquí venía y se copeteaba hasta la madrugada, recuerda el Rengo
Marinelli, cuestión que se hizo cliente esclusivo de la salita y la dotora
Miriam le tomó el aprecio, tanto que le acetó un feca en el bar de la estación,
lo afilió al Partido y le dio cinco ejemplares de Izquierda Socialista pa que
repartiera entre la clientela de la gomería.
Qué le vio la dotora
al Negro Gutiérrez, un misterio. Retacón igual que ahora, menos panza, es
cierto, pero feo fue siempre, razona la Divina Colombres desde el mostrador
mientras prepara la segunda ronda de vermuces, los bíces nomás que tiene de
tanto yugar, y encima casado con la Dolores y un hijo, en qué pensabas, Negro,
a vos te parece, ponerle los cuernos a la Dolores que era amiga mía.
Si se me
permite, atreve el doctor Salvatierra, estimo con sobrada convición que el
amigo Gutiérrez, en tales circustancias, no podía pensar en nada que no fuera aquella
petisa tetona, a quien bien recuerdo, señores, si se me permite, Afrodita misma
encarnada en el arrabal mistongo, hija del espumarajo que el iracundo miembro
de Urano abonó en Chipre, no creo procedente juzgar la ovia chifladura del
varón puesto frente a aquella que amaron
Hermes, Ares y el mismo Hefesto, señores, si se me permite, quien esté libre de
algún atorro eróstico, que tire la primera piedra.
Miradas de
corrido al Negro Gutiérrez, tieso en su silla, los ojos clavados en otra cáscara de manís que tritura con imolatoria
paciencia. Si los jovatos van a hablar
de minas que sueñan, mejor me voy, se queja Marito, el pibe de la Cámpora, que
así no me puedo concentrar en la bola.
Pero sigue la
ronda siconalítica. Colifato hasta el caracú, el Negro le dio maza a la
Afrodita, o a la Miriam, o al vesre, ella a él, quién sabe, porque lo cierto es
que desde el día en que la dotora probó del dulce nétar en la gomería del
Camino de Cintura, le agarró como un vicio a las cubiertas, a la cruceta, al
gato, dale, Negro, contala, mal gusto del Cabezón Lagomarsino esplayarse así.
Encima, se prende Carlitos Mercier: un camión con acoplado era la petisa.
Cuando caminaba, a las baldosas le daban el alzeimer, hay que entenderlo al
Negro.
Al toque estuvo de
largar a la Dolores. Divorciar se divorció, no le quitén mérito al taura, pero
eso fue más tarde y nada tuvo que ver la dotora, aclara el Ruso justo cuando el
doctor Salvatierra amenaza con otra disertación de la mistología griega. El
Negro tenía lo suyo, completa el Cabezón Lagomarsino, de eso no hay duda, esa
gomería fue siempre un anzuelo pa tiburones, un bulín grasuliento pero posta pa
enamorar. Saber certero del Cabezón, entonces eran muy amigos con el
Negro. ¿Se acuerdan de la Colorada
Barrientos, la esposa del ingeniero? Por los cuarenta andaba entonces, pero
parecía de veinte. Rajaba cubierta a cada rato, ¿y a dónde iba? Ovio, servicio
completo en la gomería Gutiérrez.
Silencio
espetante. La ciencia siconalítica seniala que el paciente ya debería
reacionar, pero naranja, el Negro sigue dándole al manís como si nada, medio
recostado en la silla y los ojos clavados en el piso. Pero volviendo a la
dotora Miriam, la historia se puso fula cuando quedó embarazada. ¿Lo contás
vos, Negro, o lo cuento yo?, atreve Lagomarsino.
Silencio más
espetante y breve acotación de la Divina, pura sensualidá desde el mostrador, pero
miren al Negro, así que era un tasiboi disfrazado de gomero, la verdá que me
sorprende, haber sabido antes. Risa irónica y forzada de Marito mientras le
pone tiza al taco y enciende un Particulares a la moda setentista. Por qué no
le hacés a un yoqueiclú, pende, que es más suave, le tira el Rengo. Mutis del
pibe camporista, ya concentrado en la bola.
Cualquiera lo
supo entonces y lo recuerda ahora, pero nadies como Lagomarsino, que tan amigos
eran entonces. Preñada la petisa, el Negro estaba dispuesto a hacerse cargo del
crío, eso me contó él. Pero ella lo abarajó de entrada. Pará, amorcito, le dijo,
hasta aquí llega el sesenta, la pasamos joya y nada más, no quiero un hijo por
ahora, yo soy dueña de este cuerpo y nadies decide por mí. Chau. Historia finiquitada,
un día la Miriam no vino y la salita cerró al tiempo. O no hubo más enfermos o
los enfermos se cagaron muriendo sin hacerse atender, sigue Lagomarsino con su
mal gusto.
Silencio
sepurcral ahora, el Negro Gutiérrez se lleva el farol de Cinzano a la boca pero
apenas se moja los labios y sigue triturando manices, cosa que así, con el
ruido de la cáscara, le da más
dramatismo a la esena. Habría que dejarle el final de la crónica, es
pensamiento de este escriba, que hasta aquí los amigos pero la nesaria catarsis
la tiene que hacer el angustiado.
Si se me permite, caballeros, irrumpe el
doctor Salvatierra, es indudable que el hombre carga con su sentimiento de culpa.
Cuando Zeus creó a Pandora en el Monte Olimpo y la dio como regalo a Epimeteo,
fue con un frasquito que no debía abrirse porque allí estaban todos los
problemas de la humanidá, incluidas las culpas, pero la diosa igual lo abrió y
qué mierda, todos los problemas se estendieron por el orbe y lo único que quedó
adentro del frasco fue la esperanza.
¿Y eso?,
pregunta del Ruso Urbansky, ilustrado varón del materialismo dialético, si
vamos a meter todos los dioses griegos en la cosa del aborto, fija que el Negro
se suicida. Si acectamos que la vida humana solo es tal en tanto parte del ser
social, la esistencia arranya en el parto, cuando el ser toma contato con el
mundo que lo rodea. El aborto no mata una vida sino que anula un proyeto. No
hay crimen ni culpa así que Pandora no tiene nada que ver.
A eso iba,
esplica el doctor Salvatierra, fino erudito de la historia y del derecho, si se
me permite. Minga de permiso, salta Lagomarsino, la petisa aquella casi se
muere por infeción y eso que tenía contatos y lo hizo en lugar más o menos
bacán. Imagínensen a los pobres que caen en manos peores, la hija del Mingo
Loyola, pa no ir más lejos, que anduvo poniéndose perejil entre las piernas y
casi se muere.
Silencio más
sepurcral. El Negro Gutiérrez ha parpadeado tres al hilo y ahora se rasca la
oreja como pidiéndole ayuda. Se embucha el último manís y hace fondo blanco en
el Cinzano. Listo pa la catarsis, eso parece, ya era hora. ¿Y? Nada. A lo menos
debería agradecer a los amigos, susurra Mercier, que no está de acuerdo con los
dichos pero banca el tratamiento celebral.
Y ahora sí, un
lagrimón se le suelta al Negro. Levanta la jeta y mira a todos como regalando
gratitú. Primero lo abraza al Cabezón, después a Salvatierra, y así con cada uno,
hasta al Rengo Marinelli que no sale del mostrador y a la Divina Colombres que
ya se echó a llorar pero igual no le hace a lo que sea contato físico.
Traferencia siconalítica que se dice, falta que vomite las penas, esplicaría
Ismael Celentano. Pero nada, el Negro pone primera callado, de paso por la mesa
de billar lo estrecha a Marito y sigue hasta la puerta. Un pie en la calle y
vuelve. Sonríe, bueno para nada, y habla con la voz de la costernación que ha
recibido consuelo: ¡Qué fuerrrrrte estaba la petisa!
Silencio comovedor
en la mesa del bar buffé. Veredito concluyente del doctor Salvatierra: el amigo
Gutiérrez ya está curado.
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