La sola mención de
aquel nombre, Carlitos Daneri, que al acabar
de la primera ronda de vermuces tiró sobre la mesa el Ruso Urbansky, fue como
ápercat de nocáu para Lagomarsino. Carbonífero centelleo en sus ojos grises, esa blandura de fierro que sabe desparramar en
el gesto se le espiantó por alguna cloaca del alma y nomás le quedó como una
rigidez posmorten bailando fané entre
las arrugas de los setenta pirulines. Beatriz, querida Beatriz, chantó en un
susurro que apenas le oyó el Negro Gutierrez, sentado a la diestra.
La cosa había empezado
hora antes. Los de siempre, más el Rengo Marinelli atento como nunca, tema
obligado primerió en la conversa: la ceremonia que sabe engalanar cada 25 de
mayo el salón de actos del glorioso, que a la patriótica gesta refiere el
nombre de la institución, ovio, y a lo menos pinta la ocasión pa reunión de la
CD, , Himno Nacional con el coro de alumnos de la escuela 24, ofrenda floral
abajo del cuadrito de Mariano Moreno justo arriba de la puerta del tualé de
caballeros y posterior chocolateada popular a cargo de la Divina Colombres, una
esquisitez austera, pal caso, con más gusto a nescuíc que al del noble cacao.
Todo tranqui hasta
allí, arrancó el Cabezón Lagomarsino: via
comprar 200 dólares al cobán, precio oficial cuatro cincuenta, y me dicen que
no puedo, trinó fulo, ¿y por qué no puedo?, diganmén, soy ahorrista en verdes, ¿y qué?
Silencio meditante. Es
voz pópulis que al campeón bochófilo no le sobra vento pero tampoco le falta, más
que por propios méritos en el yugo, por herencia que le cayó de peludo y que
engrosó nadies sabe cómo, aunque amarrocando seguro.
Viejo pijornia, fiambre y con guita, la
mortaja no tiene bolsillo, le despachó el
Rengo Marinelli desde el mostrador. Y la terminó de embarrar el Ruso Urbansky
cuando tiró de consejo: ¿querés comprar? Garpá seis mangos por el dólar blu,
velo a Carlitos Daneri de parte mía, arbolito jaig definiyion en estratégica
esquina de la citi, una garantía.
Allí fue que la jeta de
Lagomarsino se trasmutó como pócima de alquimista. ¿Carlos cuánto? Daneri,
ratificó el Ruso. Y más peor, la voz del bochófilo fue como un susurro de
ultratumba: Beatriz, Beatriz.
Crónica que nadies
desconoce, gûérfano de padre y madre a la temprana edad, el Cabezón se crió de
pìbe con unos tíos que vivían en una casona de la calle Garay, como a veinte
cuadras del club. Y había una prima, Beatriz, que más que prima fue como una
obsesión, como un tornillo engrampado en la sesera. Era una mujer, una niña de una
clarividencia casi implacable, confesó Lagomarsino alguna noche de escabio
rabioso, había en ella negligencias, desdenes, verdaderas crueldades, y por
ella me colifatié de pasional. Con los
años, me sentí tan seguro de poder olvidarla que a la final acabé recordándola
siempre.
Si se me permite,
irrumpe el doctor Salvatierra, erudito del derecho anque también literario, me
suena a narrativa borgiana o estoy mamado. ¿Por un Gancia?, déjese de joder, lo
paró en seco el Negro Gutiérrez, bueno para nada sino para echar leña a la
fogata: ¿y qué pasó con la Beatriz?, ¿se la morfeteó Daneri? Seguro, ¿pero que
tiene que ver la mina con los dólares?, odenó la conversa el Rengo Marinelli.
Nada y todo. Doce años
tenía el pibe Lagomarsino que fue cuando descubrió un sótano que había en la
casa de los tíos. Nomás que bajando, se refaló por la escalera y se dio de jeta contra el piso. Medio que se
desmayó y cuando abrió un ojo, vio como un resplandor verdolaga, como una
esfera de vidrio que nomás de acostado se podía apreciar. Impresión suliminal,
y desde ese día, siempre que pudo, se mandó al sótano en cuestión pa ascultar como crecía la bola, istrumento que pasó a ser
todo, ojeto de culto, punto que contiene todos los puntos del universo, para
usar las propias palabras de Lagomarsino, la bola verde,che.
Hay quien dice que al varón
le patina el moño. Zulma Da Silva, pal caso, tarotista y clarividente según se
intitula, que por algún tiempo fue querida del Cabezón, en un arranque de despecho y en contrario al
mutis profesional debido, llegó a
afirmar que de aquella vivencia infantil de la esfera infinita, a Lagomarsino le
vienen las dos osesiones, a saber, las bochas y el verde billete americano. Para
el Profe Zamudio, su coequiper fulgurense desde siempre, en cambio, minga que
está pirucho: cuando finaron los tíos, vino la herencia, sabe contar. Daneri se
comió a la Beatriz y buena parte de la torta. El Cabezón ligó lo suyo,
suficiente para hacerle honor a la pereza, pero
de olfato ganador, siempre tuvo claro que el infinito, el punto esacto
donde el todo se contiene, donde sujeto y ojeto son uno y es todo, está allí,
en la bola verde de la calle Garay, que a la final era una pecera de vidrio
donde los tíos amarrocaban los dólares y que al reflejo se multiplicaban
infinitamente.
¿Mentiras? Pura verdá.
Dicen que nomás una vez, ese Daneri, ya finada la Beatriz, lo convidó al sótano
de la casa de la infancia donde el lunfa guarda los recuerdos de la difunta,
fotos, muñecas, vestidos, como un templo dedicado a la grela, que allí se dio
el duelo entre los dos amantes, uno que la puso y el otro que la soñó, uno que
jotraba de arbolito con los dólares del sótano y el otro que los junta pa
guardar en el colchón con la vana esperanza de replicar su propia bola verde.
Por eso es que, aseguran, Lagomarsino
pasa horas acostado ajoba de su catrera. Tengo mi Alef propio, le confesó a
Zamudio una vuelta, que fue cuando rajó un bochazo histórico en la final
noventa y cuatro contra el tim del Círculo Japonés.
Silencio espelusnante. Historia
conocida, no es que se la esté echando sobre la mesa con Lagomarsino de cuerpo
presente, pero cada quien la andará pensando para sí, eso seguro, visto que
Urbansky ya reculó y amaga con disculpas: Danielli, no Daneri. Carlos Danielli
es el arbolito amigo mío.
¿Por qué no hablamos de
algo más interesante?, propone Mercier, justicialista ineternun, hoy siolista de la primera hora, según
afirma, estuvo en el lanzamiento de la Juandomingo. ¿Otra ronda de vermuces?,
propone Marinelli, sale con fritas de cocina, osequio de la casa. Pero la
cuestión está latiendo igual que bombo del Tula y hay que ver la caripela de
Lagomarsino, los ojos claros encendidos oscuros como de verde flúor, las manos
añejas rendidas sobre la mesa, la voz difónica como de gritar seis goles en
media hora: Beatriz. Si busqué el amor de una mujer, fue pa no pensar en
Beatriz.
Hay que ponerlo en
órbita al campeón, aconseja la Divina Colombres mientras al centro acomoda las
papas fritas y lo mira a Lagomarsino, seguir enconchado a su edad, a usté le
parece, le sacude, grosería posta, tan cierta como fuera de lugar, pero así es
la patrona. Esa Beatriz Vitergo era un turra, aporta el Rengo mientras lava
copas en el fregadero, a más de uno engrupió con el cuento de que tenía una
bola verde en el sótano, centro mismo del universo, así que cobraba cospel de
entrada, despachaba rápido y te daba el raje. ¿Y vos cómo sabés eso de la Viterbo?, pregunta
incinerante de la Divina y recule certero del Rengo: me contaron nomás.
La cosa sigue
empantanada. El problema son los dólares y no Beatriz, razona el Ruso,
fíjensén, los tíos de Lagomarsino ya amarrocaban en dólares por miedo a que los
curraran en pesos, pesos argentinos, pesos ley, en australes, con la tablita, con la convertibilidá.
Hay que pesificar la economía pero también y fundamental, hay que pesificar la
conciencia coletiva, ¿me esplico?, es una batalla cultural.
Cierto, chamuyo de
Mercier, el dólar es el refugio esistencial del mamerto promedio. El platudo la
camina por otros wines, sabe donde poner los huevos, pero el inorante de la
ciencia inversora tiene un templo
incorrutible: el wáyinton fresquito, recién salido del horno, esos que se pegan
y le das al dedo con saliva. ¿No sintieron el olorcito que pelan los verdes en
fajo?
¿Y cómo?, se mete
Marito, camporista esaltado, hasta el más rata hace bardo por la cotización, y
eso porque los diarios y la tele están meta darle manija. Hay que aplicar la
ley antiterrorista a los que joden con el dólar. Peso argentino pa todo el
mundo y al que no le gusta que se vaya a vivir a Oclajoma o a Bagdá. ¿A dónde?,
inquisitoria de Mercier. A Bagdá, a Irak. Eso está en África, bestia, sigue
Mercier. En Asia, corrige la Divina. Es lo mismo, es colonia yanqui, concluye
Marito.
Silencio a gritos.
Sigue Lagomarsino en un nimbus, garrote esistencial que le apìlaron: Beatriz, susurro escalofriante.
Mucho Beatriz pero bien
que el hombre la junta con pala, castiga la Divina de camino al tualé, ya me
está cansando.
Más silencio, nomás el
eco. Beatriz.
Nueva carraspera del doctor Salvatierra, cincuenta
años de faso y lo mismo de mamotretos jurídicos, si se me permite, dice, he
escuchado con atención tan vulgar y cerril
raconto que envilece la inteligencia y el sentido común, si es que existen
en esta mesa, con su permiso, visto que se ha hecho mención al Alef, a ciertos
personajes, y que incluso se ha deslizado algún que otro esimoron gratuito y
ramplón, pido la palabra, si se me permite.
Silencio rajante, el
Negro Gutiérrez atiende al relós y dice que mirá la hora, mañana madrugo. El
Ruso se acomoda en la silla como para echarse una siesta y Mercier avisa que
tiene reunión de la sucursal de la Juandomingo en minutos nomás. Punto final,
Lagomarsino se despierta de su pesadilla erótica o mejor dicho, como solámbulo
se levanta, los brazos estendidos pa delante y le encara a la puerta sin
saludar. O revuar, dice desde la vereda.
Ronda de miradas. La
cosa es que si el Cabezón tiene un Alef abajo del colchón, suma Mercier, cada
dólar que junta se reproduce hermafroditamente infinitas veces, ¿será cierto? Eso
nomás pasa en Manjatan, en wol estrí, sacude Marito, que hoy manya de geografía
ni que fuera Jumbold, además, digo, ¿el Alef no estaba en un sótano?
Así dicen, razona
Marinelli. Y ya de pie como para pirar, mirada fula y napia fruncida,
inquisitoria del Negro : ¿Pero que carajo es el Alef?, ¿una maquinita de hacer
dólares es?
El doctor Salvatierra,
ateo confeso, mira el cielo raso del bar como fraile que juna al Paraíso, las
manos ligadas a un rezo mistongo, y planta en súplica: Perdónalos, Borges, no
saben lo que dicen.
Última carambola de
Marito, ¿qué tiene que hacer Borges en esta? ¿No era gorilón?
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