La noticia lo alcanzó
a este cronista cuando estaba en un boliche del trocén haciéndole a un feca
junto al Pibe Garófalo. Y fue que en de pronto juné la tele encendida: el
cardenal criollo ahora se llamaba Francisco y era el capo másimo de la Santa
Madre Apostólica Romana. Cagamo, fue lo primero que pensé, pero no, no puede
ser, Pibe, le dije a mi secretario, la corpo mediática siempre miente, son
bolazos, deben ser las ganas que tienen. Claro que el cartelito del noticiero
seguía en la pantalla, y tras cartón, ventana abierta, balcón fetén, se
apareció el Jefe pa bendecir a los fanas que se apilaban en la Plaza. Era,
nomás, el cardenal porteño, el mismísimo Jorge Bergolio. Cagamo en serio, le
mandé al Pibe. Un frío escozor me caminó por el lomo como una yarará con el
babero calzado pal almuerzo.
Esa misma noche, comida al paso, movilero tras la noticia, me
lo fui a ver a un viejo amigo manyado en las cuestiones de la fe, el Pituco
Sartori, que ya desde pibe la apuntaba a la sotana cuando le hacía de
monaguillo al cura Antonio. Me recibió atrás de la sacristía, medio mismo de
una fiestita íntima entre varias vecinas que celebraban el alvenimiento papal
con profunda devoción patriótica. ¡Ar-gen-tina!, coreaban las señoras. Dios
iluminó al cónclave, bendito sea el Pastor, me batió una de ellas, rosario en
mano. El Señor bendice a nuestro país, me sacudió otra. El Pituco, Padre
Fernando pa sus seguidores, me miró como diciéndome “perdónalas, hijo, de algo
tengo que vivir”, pero todo bien, faltaba más. Ahora agarrate Catalina, la que
se viene, me trinó a la oreja y de nuevo el chucho de frío me zapateó en la
espalda como un malambo de Frankestein.
Cuestión que el Pituco despachó su feligresía con amable
rapidez. Me hizo pasar al fondo, descorchó un tinto y a sabiendas de mis
ácratas conviciones, me sacudió de prima con la cargada: y sí, Marcial, entrá a
sumar. Fangio, Maradona, el Che, Messi, y ahora el Papa Francisco, ¿qué más nos
falta pa convencernos? Nomás un astronauta bajando en Marte con la celeste y
blanca del Diez y listo, no hay caso, Dios esiste y es más argentino que el
locro.
Hijo tuyo, las pelotas, hablamo en serio o me voy, lo
amenacé. Tranqui, Marcial, me dijo, entiendo que estés nerviudo pero es así, son
misteriosos los caminos del Ñorse. Alguna razón habrá barajado pa iluminar a
los púrpuras.
Me olí que me seguía cargando. Pero un gomía es un gomía,
sea chorro, laburante o cura, como el caso del Pituco. Porque buen tipo, se
hizo franciscano y fue macho pa escaparle a las ojetudas pompas con que más de
una vez lo estimularon de arriba, me costa. Se aquerenció al rioba en capilla
de segunda y la única tentación a la que nunca pudo escaparle fueron las minas.
Por algo le decíamo el Pituco. Siempre tuvo levante y con la facha de curita
bueno, más peor. Eso si, nunca con las ovejas de rebaño propio, es decir, las
del barrio. Y menos con pendejos, me aclaró hace años, por las dudas. La
astinencia sesual prolongada lleva a condutas jodidas y hay una cuestión
inevitable: siempre, debajo de una sotana, hay un tiburón hambriento.
La verdá verdadera, el Pituco Fray Sartori estaba esultante
esa noche. Mis contatos vaticanos me lo habían alvertido, me confesó, el Jefe
pagaba una fortuna, 54 a 1 en el vati-bingo por interné pero era cartón puesto,
apostabas una luquita y te parabas. Así que todo por la capilla, Marcial, acá
no baja un mango, imagínate, ahora vamo a refacionar el comedor pal piberío
humilde y, si sobra, voy a comprar unos cálices de acero inosidable, porque los
de latón ya no van más.
Ni hace falta aclararlo, el Pituco no es un cura de los
comunardos. Ahora en serio, me dijo, vos sabés que nadie llega a capotuti por
ser bueno nomás. Dios está en el cielo pero abajo mandan los hombres y
encontrar un culo limpio en Roma es más difícil que sacarle peras a un
petiribí. Hay que tener más cintura que el Diego y saber negociar con la banca,
el Opus, la CIA y el pirata Morgan. Y si te hacés el loco, terminás como Juanpi
Primero, que duró treinta días y enseguida lo hicieron momia para escaparle a
la autosia, ¿me esplico?
Más claro, echale agua. La cuestión es entender pa donde
apunta la política, lo acicatié pa que siguiera, porque pa mi no es casual que
chantaran un polaco justo cuando se venía abajo la soviética, ni casual debe
ser ahora visto lo que pasa en estos pagos, ponele aquí, en Venezuela, en
Brasil, en Ecuador, en Bolivia.
El Pituco se desinfló en un suspiro largo, me junó como si
fuera Santa Inocencia, se clavó lo que quedaba de tinto y pidió disculpa: tengo
sueño y mañana un día de locos, Marcial, la hinchada está frenética y quiere
misa y celebración en continuado.
Así que me dio la bendición y me fui pa casa. ¿Dormir? Nada.
El chucho de frío me seguía malambeando en el espinazo. Ya va a pasar, me dije,
no es nada, después de todo, el Jefe no es de los peores. Imaginátelo a Aguer,
el de La Plata, trepado al trono de San Pedro con el bacanaje del Santo Oficio.
Pero consuelo de cuarta, llevo una semana sin pegar el ojo, calzado a la tele, la
radio, leyendo los diarios y las revistas. Me surten con esclarecedores
biandazos las biografías ciertas o truchas del Papa, la jovata que una vez le cocinó un estofado a
Bergolio, el kiosquero que le vendía el diario, el tachero que lo llevó cuando
la huelga de subtes, la hermana emocionada, los sobrinos que no lo pueden creer
y ahora son famosos, el vecino que una noche le escuchó un sonoro y santo pedo
a través de la medianera, los novios que casorió en La Plata, el pibe que
bautizó hace treinta años gracias a lo cual ahora es gerente y pinta casa en
Pinamar, la nueva camiseta de San Lorenzo, las estampitas con la celeste y
blanca, los chupasirios de siempre que perdono y los reciclados que no soporto,
y así de corrido, esta ensalada de santería, cholulaje y argentinidá me pone
los huevos al plato.
Pa colmo, ayer me crucé con el Ñato Flores. La última vez
que pisó una iglesia fue hace veinte años, para la comunión de la hija, la
Susana, que ahora vive en Brasil con un carioca más morocho que Mandela. Me
contó que lo llamó por teléfono, harto de escucharle al brazuca del Maracaná,
de Pelé, del fuchibol mais bonito do mundo, de las mejores praias do universo.
Harto, che, me dijo, así que le batió posta: seguí chupando, Brasil, nosotros
tenemo al Papa, tenemo.
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