Como un decir,
el doctor Salvatierra anda como descorazonado, o mejor dicho, deseccionado ante
tanta innoracia. Así explicó el Rengo Marinelli viernes pasado mientras
preparaba la primera ronda de vermuces bajo la atenta mirada de la Divina
Colombres, que en eso de pijotearle al gancia es una esperta y si fuera por
ella, el vermu no pasaría de limonada.
Ahora que,
volviendo al doctor Salvatierra, según el Rengo, la historia lo mancó de apuro
con esto de los proyetos de reforma judicial y no le dio tiempo a nada. Boga
erudito y preclaro en las ciencias leguleyas, toda una vida dedicada a la
justicia, kilómetros de suela gastada en los pasillos tribunalicios, horas
interminables dilapidadas en tratos con sus señorías, achicharradas sus retinas
de tanto embuchar escritos y fayos, lo menos que quería el varón era que
alguien lo escuchase.
La cosa fue que
cuando recién empezaba la menesunda y nadies sabía de qué se trataba la
historia, el presi del glorioso, le ofreció al tordo la istalaciones del salón
Ismael Celentano para que, propias palabras de don Leopoldo, se esplayara con
su inflamada verba en aras de esclarecer a la masa fulgurense ávida de
conocimientos sobre estas cuestiones.
Y sí, tengo
mucho pa decir, acectó el varón y, a modo de anuncio publicitario, la misma
frase, “Tengo mucho pa decir”, y con su foto en tres cuartos perfil, anduvo
empapelando las istalaciones del glorioso con cartelito fotocopiado que
convocaba a su primera conferencia intitulada interrogativamente: “¿Reforma o
Maquillaje de la Justicia?”
Hablar de
fracaso es poco, o mejor dicho, no resume la circustancia. Presente a la hora
de inicio, primera fila y medio que obligado por haber sido el ispirador de la
iniciativa, estaba don Leopoldo Sastre junto a la tesorera, la señora María
Josefina García, ambos dos en representación de la CD. Más atrás, el Ruso
Urbansky, siempre interesado en meter bocadillo, Sara Amatti, la diretora del
Escuela 24, con más dos pibes estudiantes de derecho y tres lunfas que se
arrimaron por andar de paso, convencidos que la cosa terminaría con copa de
vino y entremés. El resto eran sillas vacías, paisaje desolador capaz de
desanimar al más pintado. Con todo, asegura el Ruso que el tordo se mandó el
espicher como chamuyando a una multitú de fanas, acaso remembrando su
inigualable prosa de los tiempos juveniles, cuando encendía corazones en las
aulas universitarias.
La segunda
conferencia fue idea del Negro Gutiérrez, el de la gomería del Camino de
Cintura, que no entiende un joraca de la cuestión pero que, nomás de ver al
boga amigo tan desilusionado, lo convenció de repetir el convite, nomás que
cambiándole el título a la disertación por otro consideró más efectivo con el
mismo tenor interrogativo: “¿Qué hacemos con los jueces, eh?”
El mismo
Gutiérrez se encargó de hacer fotocopiar la cartelería y mandó a sus pibes a
colgar los anuncios en los negocios del barrio, a lo que le agregó un parlante
en la puerta del club, la mañana misma del evento y hasta la tarde, con una
grabación de su autoría que decía más o menos así: “¿Que hacemo con la
justicia, eh? ¿Se queda como está? ¿A vos que te parece? No seas bruto y
entérate. Hoy disertación espetacular del dotor Marcelo Salvatierra, diecinueve
horas, no te la pierdas”. Y atrás, de fondo, las notas del hinno fulgúrense
cantado por el coro de la Escuela 24: “Nacido en barrio de latas/ estampa obrera,
sudor y cayos/ pasiones mi club desata /
glorioso Fulgor de Mayo” .
Efetividá
propagandística o hecho mismo de la que menesunda entre Diputados casi había llegado
a los trompis, cuando la tarde de la conferencia, el salón Celentano lucía más
mejor, no digamos que lleno completo pero a lo menos saludable: los muchachos
del bar buffé, a pleno. Los viejos de las bochas, medio que obligados por el
Cabezón Lagomarsino, presentes. Una barra bullanguera, no más de cinco, con
bombo incluido y banderola “Mercier Condución”, se arrimó de la manos de
Carlitos Mercier, peronista de Perón y puntero ineternum. Así que nomás se
enteró Marito, el pibe de la Cámpora, movió a los suyos, seis o siete con
pechera Unidos y Organizados. La nota de color, no ostante, la dio Raulito
Marchán, el hijo de la farmacéutica, que se apareció con una delegación del “Movimiento
gay-lésbico del Barrio Testil Argentina”.
Quintaesencia de
la erudición hecha carne y güeso, el doctor Marcelo Salvatierra se presentó con
un introito sereno, casi una confesión de fraile plena de tenicismos jurídicos,
pero antes que tarde, despachó su verba incendiaria, discurso vibrante como pa
resucitar muertos, nomás que apenas interrumpido con estudiados silencios en
los que junaba al auditorio con su gélida mirada, pa arrancar de nuevo con
“apasionados remates, zarpazos dialéticos que hacían hervir la sangre,
retóricos sopapos de fecunda ilustración llamados a despertar la conciencia
cívica en una amalgama de patriótico fervor y clarividencia ciudadana”, según
publicó después la columna crítica del semanario “El Imparcial” de Barrio El
Progreso.
A la verdá de la
milanesa, hay que decirlo, el doctor Salvatierra sacó lustre de sabihondo pico.
El problema fue que la inorancia del auditorio, incluida la de quien suscribe,
no pudo descular la profunda esencia de las cuestiones planteadas en torno a
los seis proyectos de reformas para el Poder Judicial, cuestiones que el boga desmenuzó con paciencia franciscana y
tal exceso de tenicismos que por momentos parecía que hablaba en japonés. La
inquisitoria que le abonó el pibe Marito a la postre del discurso, fue la
síntesis final que quedó flotando entre la mersa: Pero a la final, dotor, ¿está
a favor o en contra de la reforma? Y la respuesta del tordo no hizo más que
dejar congelada a la tiniebla conositiva de un auditorio precisado de guía
espiritual: vana pregunta, querido rapaz, tronó como un cíclope, ni a favor ni en
contra, ni mala ni buena, si se me permite, insuficiente, imprecisa, inocuos
laxantes de imberbe alquimista cuando los culos malolientes de sus señorías
requieren de supositorios de trotyl y de flamígeras enemas reconstituyentes,
módicos silogismos frente a códigos de procedimientos varados en las lóbregas
catacumbas de la historia, si se me permite, cagaditas de gorrión.
Silencio
respetuoso de aquel auditorio, no faltó el que asintiera con la zabeca ni aquel
que alguna vez la fuera de monaguillo y entonces mirara al cielo como pa salvar
el alma del tordo.
Claro que nada
es sencillo en la esistencia especulativa de un inteletual de la talla del
doctor Salvatierra. Nomás cuando el varón desciende al montaraz terruño de una
mesa amiga, generosa en vermuces y copeteos como en prosaicas emulaciones de más bastos gomías,
allí la enjundia se le hace labia franca
y la ilustración se le traduce en gracioso doblez o en pedestre opinión,
como ahora, cuando la Divina Colombres arrima una tanda de ingredientes
henchidos de espirituoso colesterol mientras el Rengo Marinelli riega el
ejercicio masticatorio con faroles de Cinzanos y fernet. Los poderes del estado
son inevitablemente colonizados por las clases dominantes, dice el doctor, si
se me permite, es una cuestión tan elemental que hace la supervivencia de todo
sistema, y sin embargo nadie lo reconoce. Muchachos, queridos muchachos, no se
engañen, la careada independencia de la justicia es hija de la revolución
burguesa, de los derechos individuales, pero fenece cual mariposa de dos días
al menor atisbo de cambio social. Cuando escucho hablar a esos pelotudos de la
independencia judicial, me da nausias, me da.
Silencio
meditante. El pibe Marito, en la mesa de billar, va por la segunda carambola.
El Cabezón Lagomarsino propone un brindis por la aplastante victoria del tim
bochófilo sobre los archienemigos del Social Italiano. Carlitos Mercier impone
otro por el papa Francisco, que es cuervo y peronista, dice, y por la reina
Másima y la nueva comunidá holando argentina vaticana, una potencia
espetacular. Y dale que va, la vida sigue, che. Nomás el Negro Gutiérrez se
quedó pensando en eso de la justicia: ¿dotor, no le parece una exageración eso
del supositorio y la enema?
Sonríe Salvatierra
mientras contempla el ambarino elísir del Cinzano.
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