Manyado epítome que la masa
fulgurense abona desde los tiempos fundacionales del gran Ismael Celentano, el
compromiso social es un sinecuanón del trajinar cotidiano, premisa que se
chanta como escarapela en la solapa de todo asociado, desde el piberío de las
inferiores fulboliísticas hasta la lúcida veteranía del clan bochófilo. Pa la
ocasión, ni hacía falta que la CD se reunieran en sesión estraordinaria, visto
que la inquietud palpitaba en la mondiola de los socios más caraterizados, pero
igual, reunión hubo y proclama se hizo de que el club de los amores no podía
ser ajeno al llamado de la hora, es decir, ponerle freno a la especulación y controlar
que nadies se hiciera el otario clavando precio indebido a los artículos de
prima necesidad, o bien engayolándolos en la nube de Úbeda o en el fiero
depósito de atrás. Nomás era cuestión de selecionar a quien echarle el ojo, si
al Guolmar de la Avenida Centenario o al Coto de la calle Iriarte. ¿Y por qué
no a los dos?, plantió Maldonado en la CD, la cosa era mentalizar a la fuerza
propia.
Claro está, la mesa
consetudinaria del bar buffé no podía estar ajena al convite. Y así que así, el
Rengo Marinelli, único concesionario habilitado, cazó el telefunquen y llamó a
los de siempre haciéndola corta y bien enigmática pa evitar gastos de
comunicación: la vermucera de los viernes a la noche, se pasa pal sábado
mediodía, pero en vez del bar buffé, en el playón del Guol Mar, cerca de la
entrada, no faltar, nomás que se suspende por lluvia o meteorito.
La cosa estaba clara y nadies se
haría el sota. Once de la matina, ya estaban los de siempre según lo acordado, todos
como haciendo fila alderredor de la mesa mientras el Rengo Marinelli ultimaba
el armado del esenario de la militancia fulgurense. ¿No es medio temprano pa
arranyar?, pregunta obligada. De ninguna manera, estimado amigo, explicó el
doctor Salvatierra como pa que todos lo escucharan, el vermú del mediodía es para
las once pasaditas, once treinta, ponganlén, ni antes ni después. Esa es la
hora pal trago entrador sabatino o dominguero, es el istante fecundo del brebaje decidor, tierno y sensiblero que
acaricia la papila gustativa, la mece como a un bebé y le hace el entre al
morfeteo que se anuncia. El vermú del mediodía, si se me permite, es la
encarnación misma de Dionisio con su corte de silenos y ménades del tíaso
prestos a echarle cancel a la preocupación, al temor y lo cotidiano.
Eruditas palabras que siempre se
le agradecen al tordo, el Rengo Marinelli había finiquitado el armado del
escenario. A cinco seis metros de la entrada del híper, había plantado lo
nesario, a saber, un improvisado estaño con dos caballetes y tabla horizontal
donde se lucía la mercancía; la mesa de siempre, una que trajo del bar buffé,
con todas las sillas previstas; tanque de aceite cortado al medio con rolitos
haciéndole aguante a las botellas; sombrilla, la de la canchita de papi fulbo,
con los colores rojinegros del glorioso; y para coronar, cartel en fina tela
pintada a la témpera: “ATENTI CACHAFACES, ESTAMOS JUNANDO PRECIOS”.
Espetacular, graficó la Divina
Colombres endemientras acomodaba utensilios. Pero espetacular estaba ella, con
un toque de glamur eseccional, vestida para el entuerto, con pollera cortina
ajustada tipo matambre y remera colorada de generoso escote que era un coliseo
molumental pal zangoloteo de sus atributos. Se vino fajada como para una orgía,
doña, le sacudió de entrada el Negro Gutiérrez. Y la respuesta de la Divina no
se hizo esperar: una vez que el Rengo me saca a pasiar, hay que ponerse bonita.
Hay que decirlo antes que nada:
la iniciativa pintaba para el ésito rotundo. El sol de marzo con leve brisa del
este acompañaba de gomía. La sombrilla rojinegra apenas se movía pero llamaba
la atención. La mesa consetudinaria de los viernes estaba en pleno y ya
acomodada a las sillas, clamaba por la primera ronda de vermuces. La mersa que estacionaba
los autos en el playón, no más que se avenían con los changuitos para entrar al
híper, junaban de cotalete o se arrimaban derecho viejo y allí los atajaban los
pibes del billar, Marito y el Oreja Perez, o Mariela, la profe de patín, pa
entregarles el listado de los precios cuidados impreso en delicada hoja con membrete
del Social y Deportivo y con la consigna de la hora: “NO SE DEJE ENGATUSAR”.
Ésito rotundo es poco, sacudió
Carlitos Mercier mientras se anotaba con Cinzano y ferné para inagurar la
jornada, ahora que, alguno tendría que ir adentro y ver si están los productos
del listado o si los tienen escondidos. Para eso hay tiempo, le saltó el Ruso
Urbansky, cincuenta años de militancia clandestina a cuestas, primero hay que
llamar la atención, atraer a la masa, convocar a la participación, y después la
acción, para mi un Gancia con yelo y una escupidita de soda. Es cierto,
ratificó el Cabezón Lagomarsino, capitán del tim bochófilo, primero hay que
arrimar al bochín, pa desparramar no va a faltar oportunidá, ¿puede ser una
copita de blanco bien frío? Eso es de maricones, sentenció el Negro Gutiérrez,
el de la gomería, vino blanco toman las minas,
¿hay salamín?, sinó, vamo adentro y compramos una longa y dos o tres
picado grueso. Tranquila la hacienda, saltó el Rengo Marinelli de atrás del
mostrador, es decir del tablón, está todo previsto pa los ingredientes, vamos
despacio que la jornada es larga. Dos Fernando dos para Marito y el Oreja que
están haciendo la volanteada, saltó la Divina.
Esito rotundo que antes que nada
puso en alerta a los capangas del hiper y amenazó con encarajinar el encuentro.
¿Qué es esto, un pic nic?, acá no se puede, se arrimó un farabute con jeta de
guapo. Pero previsto que estaba, el Ruso Urbansky lo atajó al pie. Perdón,
empecemos de nuevo, le dijo de buenas maneras, Buen día, ¿usté quién es? ¿Es
policía? No, a mí me mandaron a preguntar, se escusó el quía. O sea que es un
empleado, siguió el Ruso, un empleado, un laburante, un esplotado de la
corporación multinacional Uol Mar es usté.
Y sí, mas o menos, se disculpó el fulano. ¿Más o menos esplotado?,
siguió el Ruso. El lunfa como que se quedó sin palabras. ¿Usté sabe lo que es
la plusvalía?, vea, yo le voy a explicar, y ahí arrancó el Ruso con una
esclarecedora leción de economía política marsista que le traformó la trucha al
cofla. Endemientras, primera ronda de vermuces
servida por las delicadas manos de la Divina Colombres, salió con
ingredientes más que abundantes: manices, palitos, aceitunas, lengua a la
vinagreta, porotos al aceite provenzal, salamín tandilero y queso picantón,
todo acompañado con rodajitas de pan tostado al oliva con ajo, lo que se dice
una explosión de sabiduría gurmé.
Cuando el Ruso finiquitó la
oratoria, en atención a su aporte, la mesa toda estalló en un cerrado aplauso.
El enviado de la patronal se disculpó amablemente, no sin antes aclarar que
regresaría pronto con personal de seguridad. Pero ni un paso atrás, se plantó
el doctor Salvatierra, la ley nos ampara y la voluntad es nuestro norte. Si,
señor. Dicho y hecho. Primera en arrimarse, una señora, cuarenta largos, caripela de alta clase.
Buenos días, se presentó mientras relojeaba los ingredientes sobre la mesa,
¿esto es una promo?, ¿se puede probar? Y silencio sepurcral, miradas como de
velorio, cuestión que la mina cazó un escarbadiente y le apuntó al salamín,
justo en la narices del Negro Gutiérrez. ¿Qué hace, doña?, el Negro la paró en
seco. La mina se quedó con el palito en el aire. ¿No es una promo? No, doña,
¿no vio el cartel? La naifa miró pa atrás mientras que, amablemente, Carlitos
Mercier le alcanzaba el listado de los precios cuidados. Y ahí cayó. Ah, son
del gobierno ustedes, dijo. Más silencio sepurcral. Había que esplicarle pero
nadies tenía ganas. Nomás la Divina Colombres, bandeja abajo del brazo, se le
arrimó pa ponerla en órbita de la historia del glorioso y del compromiso
social, pero la señora no estaba pa perder tiempo. Se disculpó, hizo un bollo
con el listado de los precios y puso primera. Pero tomatelá, chantó por lo bajo
el Ruso, muy respetuoso, nada de andar a los gritos, porque aquí estamos pa
esclarecer. Eso, salú, merecido brindis que se hizo y alguna copa quedaba
vacía.
Ésito categórico, goleada
indiscutible. Segunda ronda de vermuces y festejo a cuenta, justo cuando
Marito, el pibe de la Cámpora, anunció el parate viejo, antes que se pongan en
pedo, hay que entrar y controlar los precios. Una comisión inspetora, hay que
elegir, tiró Mercier, ¿quién se ofrece? El Rengo Marinelli levantó la mano.
Pero el Rengo no, ¿quién va a preparar los tragos? Cierto. Mariela, la profe de
patín, un budinazo atómico, ¿quién le va a negar la inspección? Mariela y el
Negro Gutiérrez. Aprobado. ¿Alguien más? Uno más. ¿Doctor? Faltaba más, pero el
tordo está para cosas superiores, mejor voy yo, se apuntó Lagomarsino.
Aprobado. Y allí se fueron los tres.
Disminuida por el quehacer
militante, la mesa consetudinaria del Fulgor quedaba espuesta. El pibe Marito y
el Oreja, sólos para la volanteada. Hacían falta repuestos, a lo menos pa
acompañar los tragos y hacer el aguante al doctor Salvatierra, ya imerso en un
erudito discurso sobre las causas estruturales de la inflación, que no es lo
que dicen los economistas de pacotilla, si se me permite, caballeros, así
esplicaba, voy a ser conciso y breve. Pero minga. Segundo farol vacío, el boga
tenía pa rato y endemientras se introducía en el analis bateriológico del
capitalismo, no faltaron quienes se arrimaron al fogón. Despacito, como
midiendo, primero una pareja juvenil, puro oído ella y puro diente él, que lo
primero que hizo fue manducarse una lengua a la vinagreta. Después, familia
completa con tres hijos tres, peligro iminente, atajen los platitos, el dorima
enseguida se dio cuenta. ¿Por qué no vas yendo con los nenes que yo te alcanzo
enseguida?, le sacudió a la jermu. Y tras cartón, tres señoras veteranas, muy
educadas. ¿Se puede? Pero cómo no, enseguida el Rengo habilitó otra mesa con
respetivas sillas, ¿qué se van a servir?
Una de la tarde y la cosa
apuntaba para el oro olímpico. El doctor Salvatierra se disponía a responder las
inquisitorias de un auditorio seducido por su verba inflamada. El Rengo
Marinelli y la Divina Colombres hacían cuentas de los dividendos que el bar buffé a la intemperie abonaba
bonito. El pibe Marito y el Oreja habían sumado dos volanteras solidarias y
aspiraban a más. La patronal del Guol
Mart había desistido de imponer la fuerza de los cosacos y nomás disponía de
dos guardias atentos en las imediaciones.
Nomás faltaba la comisión inspetora, que ni noticias había y habría que ir a buscarlos, sugirió Mercier, no sea
que los tengan secuestrados en la cárcel de Guantánamo, nunca se sabe con los
americanos, el Negro Gutiérrez que se joda pero la Mariela sería una lástima.
Hasta la Divina empezó a preocuparse, ni por el Negro ni por Mariela, por
Lagomarsino, muy calentón, aclaró, capaz que se puso a los gritos si faltaba la
yerba Amanda, que seguro que no hay.
Y en eso estaba la menesunda
cuando se los vio venir. La Mariela delante, como apurando el paso. Más atrás,
el Negro y Lagomarsino con un changuito cargado. De paso hicimos compras,
chantó el Cabezón nomás que se avino, mientras pelaba una longaniza de medio
metro. ¿Y los precios cuidados?, preguntó Mercier. La Mariela tiene todo
anotado, sacudió el Negro Gutiérrez a la vez que desempolvaba un frasco de
picles, otro de aceitunas negras y un cacho de cuartirolo que está para el
crimen, dijo, córtalo en tiritas, Rengo, no hagás cagada. Ovio, los tres venían
más sedientos que beduino. La piba Mariela se arreglaba con agua pero
Lagomarsino, a lo menos que podía aspirar, era un Gancia con limón, medio
rebajado con soda, cosa de no esagerar. Lo mismo para el Negro pero sin
pijotearle, que después de todo, ¿quién llevaba la parte dura de la militancia,
eh?, ¿quién se había bancado la bronca de los Guol Mar por la inspeción, eh?,
¿quién, eh?, ¿mientras que aquí la pasaban joya, eh? Silencio, más respeto, no
ve que el doctor está hablando, lo paró una de las tres viejas del auditorio. Y
si. El boga fulgúrense tenía al público como hinotizado con la leyenda de
Perseo, que vaya uno a saber qué relación le encontró con la inflación, alguna
habrá, le aclaró el Rengo Marinelli, y gracias por los ingredientes, que ya no
tenía más.
Ésito comovedor. A las tres de la
tarde, la Divina Colombres se mandó para el híper y volvió como a la hora con
tres botellas de Gancia, dos de Cinzano, tres sifones descartables y un paquete
de yerba Amanda, que a la final apareció, dijo, la tenían ajoba del colchón. ¿Y
para qué la yerba?, pidió explicaciones Lagomarsino. Pa la hora de los mates, o
piensa seguir con los vermuces, lo inculpó la diva.
A las cuatro, minutos más o
menos, el doctor Salvatierra se cansó de
parolar y se despidió con una frase en latín, muy festejada por la docena de
fanas que se había hecho. Siga, doctor, le rogó una de las veteranas que lo
relojeaba como enamorada. Y el tordo, rápido pal mandado, se ofreció a la clase
privada, a domicilio si gusta, señora mía y sepa disculparme el atrevimiento,
le susurró a la oreja, sonrisa entradora de por medio, pero esta su guerra es
popular y prolongada, siempre hay un cartucho en la vieja mochila del
combatiente. Ovio, con cinco faroles encima y sin nada sólido en la busarda,
cualquiera se siente galán, lo acobachó la Divina Colombres. No se me ponga
celosa, doña, la atajó el tordo, usté ya tiene dueño que si no, le hacía la de
Agamenón.
Ésito para iscribir en los anales
del glorioso, bastó que finiquitara la conferencia del tordo para que la tarde
sabatina en los playones del Guol Mar se vistiera con más colores rojinegros,
verdadera marabunta con el piberío del fulbol infantil y del patín artístico. Y
así que las pebetas hacían la esibición de su destreza sobre ruedas y los
varones se apuntaban para un picado entre los autos estacionados, los padres y
madres se amucharon en comisiones pa hacer el contralor entre las góndolas del
híper en un verdadero aluvión familiar que de seguro metió nervio entre la
patronal y los cosacos de la guardia, cada vez que desde afuera se escuchaban
los gritos por las zanagorias que no estaban las de 6 pesos, o el Cañuelas de
pesos 7 con 32, y así de corrido, quejas a rolete.
De mas está decir, la mesa
consetudinaria del bar buffé merecía un descanso. Ya había hecho punta en la
militancia desde hora temprana y lo menos que podía pedir era una nueva ronda
de vermuces con lo que quedaba de ingredientes, que no era mucho. Sano y lúdico
copeteo coronado con varios brindis, nomás el Ruso Urbansky se astuvo y se le
perdonó porque a la verdá del decir, estaba como dormido en la silla y no había
manera de despabilarlo. No era culpa del escabio, aclaró después, sino la costumbre de la
siesta. Y final a toda orquesta, brindis último con la palabra preclara del doctor
Salvatierra, de pie con la ayuda de Mercier que lo agarraba de la costilla:
Viva el glorioso Social y Deportivo Fulgor de Mayo. ¡Salú!
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