La cosa está que arde en la mesa
consetudinaria del bar buffé. Porque sí, porque no es cosa de todos los días
que se ponga en duda la honorabilidá de nuestro consumado barman, genial
artífice de los más afamados copetines
del orbe, don Daniel El Rengo Marinelli, y cuanto menos, la sensual entereza de
su querida concubina y musa ispiradora,
la Divina Colombres. Dicho esto, es nesario plantar la justa pa
esclarecer la sesera de la masa fulgurense que atónita asiste al intento destituyente con que el supremo Tribunal de
Disciplina del club de los amores pretende,
so pretestos varios, clausurar el aquilatado lar que nos cobija.
La menesunda arranyó dos meses pa
atrás, cuando la intitulada Comisión de Buenas Costumbres, por boca cloacal de quien
rubrica por presidenta, la dotora Eugenia Basavilbaso, presentó un escrito a la
Comisión Diretiva, acusando a nuestro
querido barman de incumplir con la letra de la concesión que lo liga al buffé
sensible del glorioso, poniendo de relieve al efeto, “un tráfico indiscriminado de bebidas alcohólicas”, y sugiriendo de
cololario que se ha convertido, “lo que
debiera constituir un espacio de saludable retiro, en un trágico y pernicioso ejemplo para las
jóvenes generaciones que a diario alimentan con su afable inocencia los salones
del histórico club”.
Puesto al tanto de la denuncia,
don Leopoldo Sastre, presidente vitalicio del glorioso y gustoso de los
elísires con que Marinelli sorprende, dio por insustancial el reclamo. La
dotora está pirucha, sentenció y archivó la denuncia. Así que no conforme con
eso, la dicha Basavilbaso se dirigió al supremo Tribunal de Disciplina que
integran viejas glorias fulgurenses, a saber, el Petiso Garmendia, reconocido
luchador del sindicato testil; Clarita Soares, una eminencia de la sicología
condutista que de tanto transitar loqueros ganguea fulero; y como si fuera
poco, don Evaristo Fais, 97 pirulines, más o menos entero, lúcido y eficaz
cirujano del Hospital Interzonal hasta que lo jubilaron de
apuro a los ochenta, que fue cuando le cuartió la zapán a un jailaife,
confundiéndole la péndice con un riñon.
De los intríngulis de la
sentencia, pronto se supo. Ovio, el Petiso Garmendia, diplomado en la lucha
sindical tanto como en noches a la gurda entre aguardientes ispiradores, falló
a favor del Rengo Marinelli, aduciendo la inconsistencia concectual del
planteo. Y más ovio todavía, Clarita Soares dio lugar a la Basavilbaso y propuso la asurda idea de traformar el bar
buffé del glorioso en una Casita de Té Fulgor de Mayo, aljuntando al escrito no menos de cinco
recetas culinarias, a saber, pastafrola
de membrillo, masitas secas, lemonpai y tortas varias.
Quedaba pa desempatar don
Evaristo, el de los 97 pirulos, una eminencia de la ciencia médica pero
cascoteado por los años. Y es que el hombre tiene sus días, a saber, que en una
de esas la máquina pensante le funca de prima hasta que por ahí se le tapa el
filtro de nasta y chau, se le confunde un nieto con el almacenero, o más peor, llama por teléfono a la remisería,
como pasó, y pide que le manden un mateo de los de antes, cosa que pa no
ponerlo fulo, hay que conseguirle un yobaca y el carrito del viejo Sanchez, el ciruja de la vía, un erudito de
la recolección de residuos.
Hay que respetar la ancianidá, es
cierto. Nadies en la mesa consetudinaria chamuyaría en contrario, másime cuando
alguno que otro arrima ochenta abriles, como el Ruso Urbansky, y la carbonera
todavía le echa humo del bueno. Pero el problema de don Evaristo, aparte de los
97, es que es adicto a la Fanta, y como esplica el Negro Gutiérrez, la Fanta
trae diabetis y tapona las carótidas. Argumento
sólido que Carlitos Mercier redondea con su máxima justicialista preferida: la
única verdá es la realidá. A los cien años, ni Patoruzú tiene las boliadoras en
su lugar, y menos si morfa con naranjada.
Cuestión fue que, según se supo, a
la hora de chantar el desempate, reunido el Tribunal, faltaba don Evaristo,
afetado del mal de todo varón, la próstata.
Así que la Clarita Soares aprovechó la posta, lo abarajó solari al anciano, lo
apalabró de apuro y le sacó el voto fulo. Se clausura el bar buffé. Basta de
choborras. Pista libre pa la Casita de Té. Tras cartón, en la la CD se
partieron las aguas como cuando Josué cruzó el Jordán. Muchachos, asténganse
por un tiempito, avisó don Leopoldo, háganle al feca, cómanse un sanguchito,
pero córtenla con el escabio, a lo menos, hasta que se calme la trifulca.
Ni el cura de la Santa Margarita,
adito como es al faso, habría saltado
con semejante sermón. Nomás los pibes
del billar, Marito y el Oreja, acectaron martillarse la zabeca con la Coca
pura, reemplazando el espirituoso ferné con limón esprimido. Para la mesa
consetudinaria del bar buffé, en cambio, el dislate fue un llamado al combate y
antes que tarde, la verba flamígera del doctor Salvatierra puso norte al
entuerto: cual soldados de Agamenón, hijo de Atreo, rindamos a Troya y obtengamos
los favores de Casandra sin hesitar siquiera. La victoria será nuestra, plantió.
Afetado direto en la cuestión, el
Rengo Marinelli está lo que se dice, indinnado. Y depre, hay que decirlo. Pasa
el día de dorapa a la vera del mostrador, la vista perdida en un horizonte
imaginario, mientras la Divina trafica cafeces, alfajores, caramelos y la pasta
frola de Clarita. Cada tanto, a nuestro barman le da la chiripioca y chanta
inquisitorias en voz alta, igual que Sócrates en el mercado grecio: ¿Puede un juez juzgar a los 97 pirulos? ¿Dónde
termina la sabiduría y empieza la colifata senil?
Endemientras, estamos los que
somos. La última reunión de la mesa consetudinaria se regó con sendos cafeces y
con más tecito de tilo pa Salvatierra, probada la gastritis perene que lo
afeta. Ingredientes, ninguno. La arrimada de un coñac pa gotear las infusiones,
metida de contrabando por la Divina Colombres, ayudó en la ingesta. Pero ni de
cerca sirvió para levantar la autoestima de nadies. La prósima, punto y a aparte,
será la de protesta, justo en la puerta
del glorioso, pero en la vedera, abajo del escudo rojinegro, con estaño
improvisado pero surtido pal campionato, plestórico de vermuces con
ingredientes. Y que venga la yuta a sacarnos. Por las dudas, el Negro
Gutiérrez, el de la gomería del camino de cintura, ya ofreció dos cubiertas
gastadas para piquetear con candela y barullo.
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