No sería más que una colunna cholula
si no fuera por las tan enimáticas como sensuales insinuaciones de mi entrañable
amiga María Pía Legarreta, nomás que recién llegada de Holanda, a donde viajó
pa estar presente en la boda real, según ella, con invitación espresa de los
Zorragueita.
Entusiasta militante de los años
setenta a quien ya presenté en anteriores opúsculos, por aquel entonces un
camión con acoplado que conocí en una de las tantas peñas que se hacían en los
locales del troskismo vernáculo, hoy devenida en divorciada señora de un
platudo que le banca el derpa en Barrancas de Belgrano, María Pía es una buena
mina, se mantiene en forma y punto. Cacerolera consetudinaria, mal
arriada como todo porteño que se precie, oviamente que virulosa antikirrnerista
de origen, o desde la primera vez que tuvo que escuchar a la Presi en una
cadena nacional justo a la hora de Tinelli, cuando primeriaba una almóndiga al
estofado, con todo, pa este cronista entrado en años, a la verdá, María Pía le
supone una enciclopedia viviente en las artes del camasutra y tal erudición,
debe acectarlo, condiciona al resto de sus cualidades itrínsecas.
Decía pues que, recién llegada de los
Países Bajos, me telefonió pa una cita en bacán bodegón de Palermo. No tengo un
sope, le espliqué. Yo garpo, me dijo. Y fui. Morfi asegurado y promesa de culminación
carnal, ningún varón setentista se niega.
Me esperaba sentada a la mesa y
haciéndole a un trago verde como escupida de aquella del Exorcista. Holanda sí
que es un país en serio, qué país, Marcial, me tiro por la cabeza nomás me
cachetió el primer beso. Todo ordenado, limpio, la gente divina, tan
respetuosa, así da gusto vivir, no como acá, que salís de tu casa y no sabés si
te asaltan en la esquina, porque ELLA, te crees que escucha ELLA cuando la
gente le reclama seguridad.
Introito que no era pa sorprenderse,
merecía respuesta: ¿por qué no te quedaste a vivir allá? Pero mutis, el varón
aquilata paciencia pa coronar una noche de éstasis y lujuria. Qué bueno, ¿la
pasaste bien?, contame, son espresiones que abren el juego por las puntas para
ispirar el centro atrás, cabezazo y gol.
Una verdadera reina, la Másima,
sencilla, humilde, un ejemplo de autoridá, no como ESTA yegua que tenemos, soberbia, corructa, una
ditadora, Marcial, que porque la votan se cree que puede llevarse todo por
delante, y ahora hasta la justicia quiere, y los dólares, claro, los dólares
que ahora va a lavar como si nada. ¿A vos te parece?
Es de buen lunfa cerrar el pico
cuando una naifa pela la viperina, más aún si el premio mayor todavía no fue
cantado. Contame, che, ¿estuviste en la coronación?, esa es la posta pa
enternecer y ablandar el matambre más duro.
Por supu, estaba hermosa Másima, y
las tres hijitas, una medio gordita, pero rubias, preciosas. Fue muy formal,
como todo protocolo real de tan estensa tradición. Lo más lindo fue verla en el
balcón del palacio, así, saludando con la mano a la gente. ¡Cómo la quieren! ¡Como
la almiran! Qué orgullo para nosotras, las argentinas. Y después el recorrido
en barco, por los canales de Asterdan. Y ella siempre saludando así, con la
mano y la cabeza inclinada, tan sencilla, tan humilde, no como ESTA hija de
puta que habla hasta por los codos, como si fuéramos tarados.
Verla a María Pía saludando con la
mano, en medio del restorán, al estilo Másima Zorragueita, era una espetáculo
digno de almirarse. Más de un comensal la oservaba como a paciente del Borda y
a la verdá, me daba ganas de cortarle el brazo. Pero no. Centrojás de hacha y
tiza más que habilidoso, hace la pausa y piensa. ¿Y él?, le pregunté. ¿Quién? El rey, flaca,
tiene una jeta de nabo que mata. ¿Wiljeim? Qué se yo cómo se llama. Mirá,
Marcial, no es ningún nabo, según dicen, la primera noche que la conoció ya le
hizo el amor, como en los cuentos de hadas. Ma que cuentos, flaca, en los
cuentos el príncipe nomás le da un beso, seguro que ella le hizo francesa
completa, pelo, bigote y barba, servicio vip, la nami cazó la oportuna y a
cobrar. Aparte, por lo que sé, no es ninguna gilastruna.
María Pía me atajó. No se puede
hablar con vos, Marcial, yo vengo toda emocionada a contarte y vos…, vos, vos no
me escuchás, vos te reís, te burlás. No, flaca. Sí, que no. En serio que no,
soy toda oreja, dale, contame, no te enojes.
Pausa pa tomar aire. Siguió. Lo peor
de todo fue tener que aguantarlo a Budú, me confesó. Viajar miles de kilómetros
y encontrarse con el vice haciéndole reverencias a Másima, no es justo. ¿Te das
cuenta? Es lo mismo que hicieron con el Papa, que le dijeron de todo cuando era
arzobispo de Buenos Aires y después le rindieron honores. No me estrañaría que
ese Budu haya llevado dólares de ELLA para lavar en Holanda. Yo ya creo
cualquier cosa.
Y bué, si le crees todo al gordo
Lanata, estás al horno, le tiré el sablazo.
María Pía me miró como si quien
suscribe fuera Lucifer encarnado. ¿Ahora me vas a decir que Lanata miente, con
todas las pruebas que tiene?, me atajó de puntín. ¿Pruebas?, le susurré. Todo,
sí, lo sabe todo y tiene el valor de denunciarlo, se esaltó y ya los pitucos de
la mesa de al lado la junaban como diciendo está loca pero tiene razón. Así que
varón que nada contra corriente, hace la plancha a tiempo. Seguí, contame, le
espiché. Pero tarde. No, Marcial, vos no me escuchás, no me entendés, y lo peor
es que estás dominado por ese resentimiento tan kirrnerista, ese odio con que
ELLA nos divide como sociedad. Paciencia
del hombre: pero si no dije nada, casi ni hablé. Y mina dolida: no hace falta
que lo digas. Con sugerirlo, basta.
Complicada la mano, peor que si te
cantan falta envido a dos puntos del final. Por suerte, vino el morfi, algo así
como unos churrasquitos con ensalada y
una crema más dudosa que multa vial en la ruta 14, pero plato bien finoli, eso
sí, de nombre franchute y con hojas verdes. Buena merca para apaciguar los
ánimos, sumando un tinto sobiñón que era pa esprimir la botella. Así que me le
abalancé al manjar con los dientes afilados mientras María Pía me confesaba: yo
ya no tengo hambre.
Corte y quebrada bien tanguera, nada
mejor que caldear con gracia el gélido aire de la circustancia. Ahora que
incorporamo una nueva provincia al Sacro Imperio Argentino, le sugerí, habría que
hacer una reforma costitucional pa la coparticipación holandesa en el
presupuesto, y a cambio de eso, a la bandera de ellos le vendría bien un
Gauchito Gil bordado en el medio, por ejemplo, o que en vez de tulipanes
reconozcan al machazo ceibo como flor nacional, o que algún canal de todos los
que tienen pase a llamarse Aliviador General San Martín, digo, o la selección de fulbo naranja, que acecten a
Caruso Lombardi de director ténico, digo, ¿no?, qué te parece.
Tuché. María Pía se sonrió y fue un
regalo pa mis ojos. Embuché el último cacho de churrasco y arranqué con el
plato de ella, sobiñón mediante.
ELLA tiene la culpa, la escuché
susurrarme a la oreja, bien bajito y mirando a los costados como con miedo. Estamos
todos bajo sospecha, Marcial, me parece que el mozo nos estaba escuchando.
Miré pa un costado y pal otro. Lo más
prósimo a la mesa era una Mireya platinada que me relojeaba como a sapo de otro
pozo mientras se manducaba una merluza o similar con papitas nuasé nadando en
salsa.
¿Tas segura?, le pregunté. ¿No te
parece que esagerás?
Vos no tenés problema, pero si fueras
opositor al Régimen, seguro que tendrías miedo, me calzó María Pía. En Holanda
me sentía tan libre, susurró a la final.
Centro a la olla, el lungo siempre
listo pal cabezazo. ¿Qué te parece, entonces, si vamo a un lugar más
tranquilo?, le chamuyé onda Rober Relfor.
María Pía sacudió una dorada pa
garpar la cuenta y quien suscribe le abonó la propina al sospecho batilana que
la iba de mozo, que encima me junó como diciéndome berreta, pijornia, viejo
choto, y andá a la puta que te parió. Pero a quién le importa. Camino abierto
en la maleza, un talibán al volante, María Pía le apuntaba al derpa de Belgrano
mientras este cronista apuraba la digestión y ya se ponía cariñoso.
Dicen que en Asterdan hay una yeca
que está el minerío en oferta, lo mejor del laburo sesual del mundo, le acuné a
la oreja como pa ir calentando el ambiente. María Pía se sonrió sin quitar la
vista del parabrisa, pura sugerencia, pura promesa, como diciéndome que esperá
que te agarre yo, vejete. Vas a pedir ausilio, vas a pedir.
La intimidá no es motivo de la
crónica. Pero vale aclarar que dejamo el auto a una cuadra del bulín, visto que
no es seguro llegar así nomás hasta la cochera. Le hice de campana mientras
ella abría la puerta del edificio, entramo rápido al asensor y ella con un
espray de gas pimienta a mano, por las dudas que hubiera un pibe chorro
esperándola, me dijo, y ya una vez adentro del derpa, revisó media hora los
rincones, no fuera que los servicios le hubieran chantado micrófonos. A la
final, antes de mandarme a duchar, que por poco me baña en Espadol, me mostró
orgullosa la coleción de cacerolas con las que sale a batir espontaniamente
cuando la convocan por el féisbuc. Son nuestras armas, Marcial, hasta que se
vaya ELLA, me confesó como arrimándose a querendona. Y punto. Ya lo dije: la
intimidá es la intimidá. Y el macho se aguanta lo que sea por un cacho de amor.
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