Como dice el gotán de Petorossi y
Lepera, “el musculo duerme, la ambición descansa”, verdadera tesis
poético-fisiológica que no merecería reparos si no fuera por el hecho de
manyar, este cronista, la historia verídica de un criollazo varón para quien el
sueño, aún inducido por machazo ansiolítico, no da reparo a la apetencia. Más
peor, pareciera que en los brazos del Morfeo, la aspiración acomodaticia, mismo
que una planta carnívora del trópico, le germina con renovada virulencia en las
entrañas.
Hace como cinco años o poco más,
Marcelino Garófalo, primo lejano de mi ayudante aljunto, más conocido en los
pagos de Vidal como Larguilucho por esa pinta de cofla abacanado, de profesión
tornero por herencia paterna, en sano uso de sus facultades según espertos,
aunque atacado por alguna virosis esistencial al decir de Margarita Salas,
parasicóloga, tarotista y vidente de reconocida trayetoria, decidió que su
norte estaba en la política, pero en la política en serio. En la profesional,
le esplicó a la vieja, y así que de un día para otro, largó el laburo que tenía
en el taller y empezó a meterse en el ambiente para ponerse al tanto de la
menesunda.
Cuarenta pirulos casi, secundaria
completa en la noturna de la Normal y avispado lector de El Vidalense,
semanario político cultural del municipio, lo primero que se dio cuenta fue que
tenía reforzar el inteleto, es decir, que a lo menos, refrescar aquello que la
falta de aplicación prática se le había olvidao en las verijas: algo de la
historia, de la giografía y, más o menos, de la economía. En suma, un poco de
todo pero sin esagerar, cuestión que resolvieron unas pocas clases particulares
con la señorita Laura, maestra de sesto grado y una eminencia conositiva capaz
de recitar el Manual Kapeluz del Alunno Bonaerense de corrido y sin ojear.
La segunda cosa que tenía que
resolver era un asunto de conversa, y no porque le faltara el don espresivo,
que para dar fe había una pila de naifas, chaladas todas por su labia sensual y
entradora, antesala de notables ésitos amatorios. Parolar de corrido y con solidez de fierro en asuntos del bien común,
eso no era, ni es, moco de pavo. Eso no está en los libros, lo adotrinó el
doctor Argüello, viejo caudillo toldense de los tiempos de Balbín, aprender a
escuchar, tirar una pista sin arriesgar tanto, probar de a poco, como decir, probar
con la puntitas de los pieces antes de echarse
al agua.
Sabios consejos que hubo de calar a
tiempo, ninguno como los de don Jacinto Sureda, ferroviario jubilado que supo
recibir un diploma del General Perón allá por 53, el mismo que hoy le cuelga de
cuadrito en una pared de la cocina. Tenés que armar tu kiosco, le apuntó don
Jacinto, sin vidriera puesta ningún negocio funca, y eso sí, peronista, pero
peronista en serio, porque desde el 45, la historia de este ispa pasa por
ahí.
Con semejante bagaje conositivo,
Marcelino Garófalo se atornilló a la militancia. El taller de tornería, a fines
del 2003, pasó a ser el físico domicilio de la Agrupación JDP, “corriente del
pensamiento justicialista inspirada en las veinte verdades y abierta al
entendimiento con todos los hombres y mujeres de bien que hacen al suelo
argentino”, según le escribió el mismo don Jacinto Sureda en el acta
fundacional.
Primero lo primero, ya investido en condutor
indiscutido, el Larguilucho se caminó los pagos de Vidal pa levantar un toco de
fichas afiliatorias de su propia confeción, cuestión que resolvió con facilidá
por ser lunfa bien querido y simpático además de avezado hablador. ¿Quién le
iba a negar una firma? Nadies.
Así que así, con semejante poderío en cartón,
se aposentó a la intendecia, hizo migas con algún funcionario, plantó bandera y
pa las eleciones del 2007, no ostante que en el acto de la Plaza Belgrano
moviera tres bondis repletos con acólitos de “Garófalo Condución”, se bancó que en el armado de las listas lo
ningunearan.
¿Por qué? ¿Qué le faltaba? ¿Dónde le
había pifiado? Tranquilo, tenés que ir de menor a mayor, le batió el Sordo
Amicuchi en un mitín del conurbano, puntero de Avellaneda con más calle que un
trapito. Lo que necesitás es un esponsor, banca, mosca, y cuidá el kiosco, que
nadie te lo afane.
Claro como el agua, Marcelino
Garófalo le dio matraca al esponsoreo. Apuntó a “Corralones La Negra”, a cambio
de futuro protagonismo en la obra pública vidalense, al “Mercadito Fer-Lau” y a
los hermanos Guerrero, los de la agroquímica. Con todo, suficiente para
asegurar la necesidá militante hasta la prósima eleción, guita pa los trapos,
bombo y redoblante, y fundamental, pa inagurar un comedor infantil Copa de
Leche JDP , dos meses antes de las eleciones del 2009.
Kiosco puesto, buen esponsoreo, no
era pa regalarlo en la primera de cambio. Fama, necesitás fama, volvió a
aconsejarlo el viejo Jacinto, ¿no viste que los ricos y famosos siempre tienen
un lugar en los cargos? Y sí. Millonario no, pero para famoso tenía orginalidá.
A la verdá del decir, en los pagos vidalenses, los laureles no eran tan
difíciles de alquirir. Se anotó pa los 15
km de la maratón Arroyo Seco-La Dormilona, corrió la mitá y pa lo que le
faltaba, visto que no llegaba ni a placé, garpó taca taca para que el viejo
Obdulio Bernal lo llevara en la Ford por un lateral y lo depositara a cien
metros de la posta final. Récor asoluto, hasta el colombiano Bernabé Díaz
Baliña, notable maratonista de lustre internacional, tuvo que acectar el
veredito de un jurado más localista que referí en cancha de Chicago. Cuestión fue que Marcelino Garófalo se paseó
por el trocén de Vidal bajo una lluvia de papel picado.
Puesto asegurado y espetante, a lo
menos pa una concejalía, se puso la camiseta kirrnerista full full y salió a la
cancha con cartel de foto truqueada donde se apelechaba abrazado a la mismísima
presidenta. Jugó fuerte y fue un pecado. Con el bardo de la 125, pocos votos
cosechó y encima lo garcó un fiscal de la mesa 43 cuando le tapó una veintena
de papeletas. No entró por un pelito. Lo más que pudo, fue meter tres gomías de
fierro en los despachos municipales, uno de inspetor en la dirección de
tránsito y dos empleados rasos en la de
cultura. Pequeño espacio de poder pero espacio al fin, le dijieron, seguí
militando que se te va a dar.
Tenía razón don Jacinto Sureda con
eso de probar de a poco y no regalarse, dedujo. Y cuidar el kiosco, atenti,
porque pa cuando murió el Néstor, se amucharon montón de pendejos que venían
con toda la banca de arriba y con más cuerda militante que muñeco a pilas de la
China. Por poco, casi que le coparon la JDP. Tenés que definirte
idiológicamente, le esigieron, justicialista no alcanza, o estás con el proyeto
o sos de la contra.
Marcelino Garófalo no iba a cometer
el mismo error dos veces. Aprendé de Sioli, juná cómo hace la plancha, lo
adotrinó el viejo Argüello. Peronista librepensador, esa es la justa, hizo el
cálculo, pero algo le faltaba. Cintura,
flaco, te falta cintura, lo apioló el Petiso Alorsa, con los pibes kirrneristas
todo bien pero son muy idiológicos y no tenés chance, jugá por afuera que despué, pa negociar, hay
tiempo.
Y le hizo caso. Larguirucho limpió la
JDP con creolina, lo que es un decir. Barrió al piberío con escopeta al hombro,
se puso el casco de motonauta y pa las internas del 2011 laburó a dos puntas
moviendo el fichaje de un lado a otro. Kirrnerista pero no tanto, a la final se
jugó con el Movimiento Vecinal JDP, sigla puesta en honor al poeta gauchesco
vidalense José Dionisio Papalardo, varón de a caballo cuyas rimas trascendieron
el ispa todo.
El resultado del 2011, ya se sabe. La
presi arrasó en Vidal y el Papalardismo se quedó mirando el espetáculo de
afuera. Con todo, sin embargo, Larguirucho ya se movía en el ambiente como bagre en el Paraná. Nadies lo iba a
correr por el costado, ni por derecha ni por izquierda. Quien quisiera ser
taita en Vidal, tendría que negociar con él. Y dicho y hecho, aseguró arrime en
la Seguridá, donde metió dos policías de calle, tres empleados en la Jefatura y
un comisario amigo en la departamental, negocio redondo para apuntalar las
finanzas de la JDP.
Dos años pasaron desde entonces. Hay
quien dice que a Marcelino Garófalo, el Larguilucho, le falla el olfato pa
entender por donde viene la mano, que siempre queda en orsay pero que, si algo
hay que reconocerle, es su costancia, su fe endurecida en la derrota. Como sea,
ahora está convencido de que tiene todo pa ganar.
La avivada le vino de las islas del
Tigre, donde el Ñato Paredes tiene una casita pegada al arroyo Bermúdez. La
onda viene laig, sin azúcar pero con mucho edulcorante, le cantó el Ñato, si no
tenés lugar, pegate a Massita y en esta, seguro que mojás. Y si no es en esta,
en la prósima, porque atenti, y aquí el gomía le guiñó un ojo bien piola,
nadies quiere calarse la mortaja. La sucesión viene pidiendo cancha…
Massita… Y si, Larguirucho ya la
venía masticando como chicle nuevo. Pa colmo o por suerte, lo entusiasmó el
viejo Sureda. Jugá al misterio, flaco, que el resto, con prensa, viene solo.
Jugá bien astrato, como un fraile, jugá. Único proyeto: hacer bien las cosas. ¿Qué cosas? Las cosas,
macho, ¿no sabés qué son las cosas? ¿En
la oposición? De ninguna manera, siempre con espíritu construtivo. ¿Con la
Presi? No te dije, siempre construtivo, siempre con la gente y para la gente.
¿Y el proyeto? El proyeto es la gente, flaco, la gente, ¿no entendés? Pero…
Pero nada, construtivo, bien de cura, un ladrillito y otro y otro, y así, no
digas más, no hablés, y si hablás, hacelo onda Kunfú. Pensá en la gente.
Hace cosa de un mes, bajo la
alvocación justicialista “para un argentino no hay nada mejor que otro
argentino”, Marcelino Garófalo relanzó la JDP, “la Jugo de Pomelo”, única agrupación
cítrica del Frente Renovador Vidalense. Anotado pa intendente, ya es el
candidato de la gente. En antoliógica entrevista concedida a la FM Palenque
Vidaleño, el varón se despachó con la frase matadora que hoy hace furor en las
arboladas avenidas de la centenaria ciudad pampeana: mi mayor ojetivo es la
gente…
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