Si lo dice Nelson Castro
Desde que el doctor Nelson
Castro, mismo el de la radio y la tele, le dianosticó a la Presi que le
adolecía el mal de la hibris, la
resupina inorancia de la muchachada fulgurense se amuchó a la innata curiosidá
del ser humano, de lo cual resultó que pasaran las cosas que pasaron, con
perdón de la rebundancia. Culpa de nadies que no sea el Cabezón Lagomarsino,
radical de Balbín, según se intitula,
¿si lo dice el dotor Castro, quienes somos nosotros pa desmentirlo?,
chuzió de entrada, nomás que terminada la final de la Copa Aniversario Bochas
Fulgor de Mayo, como saboreando el espetacular triunfo frente a los
tradicionales alversarios del Cultural Italiano. Y agregó pa que a nadies le
cabieran dudas: por algo el varón estudió medicina.
Desde allí en más, la cuestión de
la hibris fue tema fundamental que tuvo y tiene en vilo a la masa societaria
fulgurense. ¿Cuál es la enfermedá que afeta a la Presidenta? ¿Es mortal? ¿O
tiene cura? ¿Antibiótico? ¿O un cótel quimoterápico como el del SIDA? ¿O nomás
que un tratamiento siconalítico?, como propuso el Loco Mardones, adito al diván
desde tiempos imemoriales.
Claro como el agua, nadie mejor
que el doctor Salvatierra pa dar las esplicaciones del caso, boga erudito que
de medicina no manya ni pío, pero que, pa la cuestión no hace falta, esclareció
vez pasada en la mesa consetudinaria del bar buffé ante la mirada atenta de los
de siempre. Es una metásfora, si se me
permite, Hibris o Hubris refiere a una concección de la moral en la antigua
Grecia, contraria a la mesura, arranyó de prima. La diosa Hibris personificaba
a la insolencia, la carencia de moderación, flojera que pa los antiguas
habitantes del Mar Egeo era condenable in estremis. Para ser justos, toda la
tragedia griega abunda, si se me permite, en héroes que desafían sus límites
humanos y desarrollan sentimientos desmedidos, orgullo en eseso, soberbia, todo
lo cual los enfrenta a los dioses, ¿me esplico?
No se esplicaba un joraca, vista
la trucha del Negro Gutiérrez que gambetiaba entre la extrañeza y el desconsuelo. Nadies se muere por eso, falfulló y varios le
siguieron la pista. Pa Salvatierra, todo tiene que ver con los grecios, la
embarró peor Carlitos Mercier, acá hace falta un especialista en serio. Y mutis
por el foro, el boga acusó el golpe: con inorantes no hablo más.
Con todo, la cosa no hubiera pasado
a mayores si no fuera porque, a sugerencia de don Leopoldo Sastre, presidente
en ejercicio del glorioso, se decidiera convidar a la masa societaria con una charla
magistral del profe y licenciado Tobías Martínez, un gigante de la ciencia
neurosiquiátrica que hace como treinta años que vive en Guáyinton, o cerca, en
Báltimor, pero que lleva la rojinegra en el corazón y cada vez que se apelecha
al rioba natal, le pega una visita al club de los amores.
Convocatoria que fue un ésito, el
público desbordó las istalaciones del bar buffé, visto que el salón y ginasio
siguen en reparaciones. Mesas a pleno, el Rengo Marinelli agotó en un santimén
las reservas gastronómicas. De apuró debió mandar a la Divina a comprar
gasiosas y drincs al mercado chino de la vuelta y, vista la demanda esistente, convenció a la hija del Colorado Salas,
diecisiete abriles en flor, un molumento generoso en curvaturas e hinchazones,
una escultura viviente capaz de hacerle rechinar los dientes a cualquiera, pa
que oficiara de mesera y le diera el toque atractivo y eróstico a la velada.
Porque pa ser justos, nomás que puso primera, se vio que el licenciado Tobías
Martínez, por esperto que fuera en la ciencia, poco manyaba de la facultá
oratoria. Mitá en inglés, mitá en criollo, locución monótona como salida de un
geloso, labia rebosante de difíciles concectos, nadies entendía un pepino, y ya
pasada la media hora, más de uno cabeceaba como espantando a la dormidera. Preferible escucharlo a Salvatierra, le
reconoció Mercier al Negro Gutiérrez, bien que dicho a la oreja pa no molestar
al disertante, porque eso sí, respeto asoluto del auditorio, es ley del
glorioso que se acecte la libertá de espresión.
Así de corrido, ya alguno le
apuntaba a la puerta pa rajarse cuando en de pronto, como ispirado en Yerloc
Jolm, Tobías Martínez sacó de la galera el condimento nesario pa sazonar el
discurso. La palabra “síndrome” seguida del aljetivo “contagioso”, no importa
en qué contesto dicho, sacudió la modorra de la mersa y mismo el licenciado
pasó a un segundo plano cuando de una mesa del fondo, la voz sonora de Teresita
Casinelli encendió la luz roja del alerta: ¿entonces la hibris es contagiosa? ¿Como
la gripe?
Y que se pensaba, señora, la
atajó la viuda de Roldán, tarotista especializada en borra de café, empacho y
mal de ojo, de antiguos enconos con la dicha Teresita. Si es un síndrome, es un
bicho, virus o batería, y por endes, tramisible por vía sesual o buco faringia,
esplicó, es lo último en enfermedá, ¿o usté no lee los diarios?
Llegado al punto, el profe Tobías
Martínez se mandó a guardar. Lo miró a don Leopoldo, oficiante en moderador,
como diciéndole que ponga orden, pero ya la cosa se había espiantado de los
carriles. Para chamuyar sin fundamento, nadies más acto que don José Renancó, viejo
habitué de neurosiquiátricos y muy leído de su mismo padecimiento: el síndrome
de la hibris que la afeta a la Presi, es una bateria unicelular que se mete en
el tejido nervioso y te da como un calambre en el celebro, entonces, las
conesiones termolétricas neuronales le pifian ojetudamente y se trabuca toda la
maquinaria pensante, sos como zombi, sos, o algo así.
Quien fuera a confiar en el dianóstico
del loco Renancó, alguno que otro, nunca faltan, pero por las dudas, don
Leopoldo, atinadamente, salió al ruedo pa tranquilizar: por favor, tranquilos,
la hibris no es un bicho y menos es contagioso.
Pero la duda estaba echada y el
Negro Gutiérrez, el de la gomería, bueno para nada, se plantó de firme. Con
todo respeto, acusó, si la hibris no es un bicho, ¿cómo se enferma uno? A mí me
suena como la ladilla, como trasmisión sesual, como decir, me agarré la hibris.
¿Qué quiere insinuar?, saltó la
Turca Salum desde otra mesa, como con un resorte en el tujes, ¿qué la presidenta lleva una vida sesual
indecorosa?
Por ahí se la contagió el dorima,
sugirió el Cabezón Lagomarsino, radical de Balbín, a pleno una sonrisa
sobradora. Dicen que el tuerto no le hacía asco a nada.
Quilombete asomando, el profe
Tobías Martinez amenazaba con el espiro mientras don Leopoldo llamaba al orden,
vista las derivaciones políticas del caso. Estamo aquí pa esclarecer una
cuestión médica, dijo. Pero nadies lo escuchó, y menos el Rengo Marinelli,
desde el mostrador, más que feliz con las ventas del bar buffé: la hibris no se
compara con la ladilla, dijo como pa que todos lo escucharan. La ladilla te da
picazón pero no te afeta la mente.
¿Y vos qué sabés de eso?, saltó
celosa la Divina Colombres, comigo nunca tuvo esa porquería ni la hibris, habrá
sido con otra, con la Sansosti, esa gorda
que le anduvo rondando, no sé qué le vio.
¿Qué dice? Era un camión, la Sansosti,
saltó el Petiso Fuentes, por tórrido romance que siempre le atribuyeron con la
susodicha. Además, no tenía la hibris. Era otro bicho, algo de gono o algo así.
¿Gonorrea?, adivinó Sara Amati,
la diretora de la escuela 24, siempre hay que usar profiláticos.
Eso, pero se cura fácil con
antibióticos, así que no era la hibris, ratificó el Petiso.
Silencio, por favor, rogó el
Presi don Leopoldo, más respeto por el licenciado, dejenlón terminar de
esponer.
Minga. Cuando la mersa se cansa,
hace tronar el escarmiento, y después de tantos años viviendo en Guáyinton,
Tobías Martínez estabas lejos de entenderlo. Amenazó con levantarse de la
silla, pero don Leopoldo lo contuvo.
La enfermedá de la hibris afeta a
cualquiera, saltó el Ruso Urbansky, listo pa sacudir un comentario más cítrico
que el pomelo y medio que riéndose. Es como una gripe machaza bien porteña,
como el tango. La bobe se la agarró comiendo kneinelaj en un cumpliaños, recién
llegada de Polonia, y enseguida se hizo argentina, como un bautismo de
nacionalidá que fue.
¿Gripe A o de la común?, alguien
preguntó del fondo.
Alguno que otro despachó risita,
pero más serio que momia egicia, el Colorado Salas, mismo el padre de la piba
atómica que hacía de moza, se quejó con motivos: acá se han hablado de cosas
sesuales y hay menores que escuchan y no está bien. Ovio, se refería a la hija.
Anahí, la hija del Colorado, ni
mosquió. De dorapa junto al mostrador, era una invitación al crimen. El Oreja,
ladero del Pibe Marito en el billar, la junaba como embobado y trinó por lo
bajo: que viejo boludo, la Anahí se conoce el camasutra de memoria.
Silencio, por favor, volvió a
pedir don Leopoldo.
Silencio un joraca. El auditorio
fulgúrense se desbocaba como en los mejores tiempos, como cuando la verba
incendiaria del gran Ismael Celentano hervía la sangre.
Si se me permite, talló el doctor
Salvatierra, tras este dislate sin parangón en la historia de nuestro glorioso,
me siento en la obligación de opinar.
No salga con los griegos, doctor,
le rogó la Divina.
Yo también quiero hablar, saltó
Luisita Sanguineti. Pregunto nomás, ¿si el mal de la hibris es contagioso, como dicen, no
habría que evitar los lugares cerrados, con poco aire? Por qué no abren la
ventana, digo.
¿Pero quien va a tener la hibris
acá?, inquirió el Ruso Urbansky. A lo sumo la Presi se lo habrá contagiado a un
ministro, o alguien que estuvo cerca.
Justamente, siguió Luisita con su
razonamiento. Primero un ministro, después un secretario, después otro, después
al Cuervo Larroque, y de ahí a uno de la Cámpora, a otro de la Cámpora, a otro
y a otro, y así, ¿cómo saber?
Silencio sepurcral. Como en
cámara lenta, las cabezas fueron girando hacia las mesas de billar, mismo donde
Marito, el pibe de la Cámpora, taco en mano siempre, miraba pal cielo raso
silbando una canción de los Redondos.
Cancha abierta para Carlitos
Mercier, peronista de Perón con más camisetas que veterano del papi fulbo, hoy
puntero que saltó el charco. Masista de la primera hora, sacudió de una: Marito
está enfermo de la hibris, seguro.
Silencio más sepurcral. El Cabezón Lagomarsino, mientras le hacía a
los manices con nerviosa masticatoria,
susurró lo de siempre: ta que los parió, todo nos lleva a la interna peronista.
Al lado de él, el Ruso Urbansky se quejó de que tenía la mondonguera flácida,
como pa cambiar de tema, pero el doctor Salvatierra, al tiempo que empinaba la
última gota de Gancia, lo volvió a la realidá: tanta zoncera junta, a la final,
más de uno se la termina creyendo.
Hay que decirlo: el aire se
cortaba con yilé. Cualquiera sabía que donde el Pibe Marito abría la boca, se
podría todo, visto que pa la chicana, nadies como Mercier tenía la lengua
afilada. Pero si para algunos la cosa pintaba de chacota, para otros, la inocente
credulidá metía julepe. ¿Así que el chico aquel está enfermo de la hibris?,
preguntó la vieja Marincovich, ¿no debería ir al médico y hacerse ver? Mire si
es mortal. En una de esas ya inventaron una vacuna.
Justo el pie que andaba buscando
Mercier. No hay vacuna pa la hibris, abuela,
y los primeros que se la agarran son los imberbes, chantó sin vueltas,
estocada al cuore, cachetazo en seco.
Silencio mortuorio, los ojos
todos clavados en Marito, como reclamándole una respuesta. Hasta el profe
Tobías Martínez, de indinnado por la falta de respeto, por un istante pasó a
interesado oservador de la conduta humana.
Cara de póker, taco en mano y a
paso indolente, el Pibe de la Cámpora dio una vuelta alderredor de la mesa del
billar, acarició el paño verde, fértil llanura de las tres bolas, y se acomodó
como para el primer tiro.
¿Y? Nada. Nada de nada. El profe
Tobías Martínez, ya de pie, anunció su retirada. Es una falta de respeto, acusó
a don Leopoldo, que en vano quiso disculparse esplicandole eso de la discusión
de las ideas. Una mierda la discusión, yit, se despidió en inglés, y así como
así, le apuntó a la salida, caminando como ánima en pena por entre las mesas
ante la atenta circuspeción del auditorio.
Desde el fondo, alguien lo
aplaudió. Seguro que Carlitos Maldonado, secretario de actas, por alcahuete de
don Leopoldo. Y silencio meditante a la postre, de otra mesa pidieron la
cuenta, y de otra se movieron como pa rajarse, visto el final abructo del
entuerto y haciendo provecho de la confusión.
Que nadies se mueva sin garpar,
rogó a los gritos el Rengo Marinelli mientras la Divina apuraba la cobranza. Y
allí fue que al Pibe Marito le dio el ataque de la hibris. Primero le agarró
como un tembleque y se entró a poner verde como el increíble Julk pero sin
tanto músculo, después se le traformó la cara, que parecía un salame Milán,
lleno de forúnculos, y a la final, pegó un salto, lo cazó del cogote a Carlitos
Mercier y con los dientes le enchufó la hibris en la yugular, y allí me desperté,
fiera, todo chivado, como si hubiera corrido una maratón, y me toqué todo, por
las dudas, y no, no tenía la hibris, contó Marquitos Garabaglia mientras la Divina
Colombres chantaba la segunda ronda de vermuces.
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