Debo sincerarme. Siento que emerge en mi país una gigantesca
marea colectiva que reclama un profundo y acaso fundacional sinceramiento. Lo
percibo en mi trabajo, en mi hogar, en las calles que transito, y al paso avizoro
un presente de contagiosa e indisimulable alegría de cara a la entrega
espiritual que significa el reencuentro con uno mismo, el autoconocimiento a
partir del cual dejamos de ser quienes creíamos ser para abordarnos en tanto y
cuanto nunca debimos dejar de ser, confuso axioma que el notable filósofo
holandés Diederick Van Der Hoorn, hoy radicado en Villa Ortúzar, resume con
coloquial expresión: “si siempre vacacionaste en Mar del Plata, ¿por qué
molestar en Pinamar o Cancún?”
Necesito sincerarme y sumarme junto a millones de argentinos
a la convocatoria que esta hora exige. En primer lugar, manifestando mi
reconocimiento hacia tantos compatriotas que ya han emprendido el desafío, que
hoy abrazan con fervoroso entusiasmo las
nuevas facturas de luz y gas, que asumen gallardamente cada litro de remozada
nafta en las estaciones de servicio, que irrumpen con sonoros vítores en
carnicerías, verdulerías o supermercados, todo a sabiendas de que la fiesta
gozada en década pasada hoy debe costearse con patriótico desinterés para que
nuestra Argentina acometa cual águila guerrera un segundo semestre pletórico de
frutos y bendiciones. Saludo al duro albañil que troca el auto modesto de ayer
por su histórica bicicleta, al humilde beneficiario del plan social que rehúye
del churrasco en beneficio del magro aunque no menos saludable plato de fideos;
en suma, a los trabajadores, oficinistas, hombres y mujeres del salario que
vuelven a degustar la aventura sinigual que supone el arribar al fin de mes
sorteando obstáculos que imaginaba concluidos y retemplando en el andar la
dureza de espíritu que nos hará grandes.
De igual manera, no dejo de celebrar la entereza con la que
nuestros empresarios acometen la ingrata necesidad de desprenderse de su
valioso personal arriesgando en ello su estabilidad emocional, tan necesaria en
estas instancias; no dejo de congratularme frente al ingente esfuerzo de
nuestros hombres de campo, banqueros e inversores que ayer se vieron obligados
por execrables políticas de estado a poner a salvo sus bienes en lejanas
fronteras y evadir ignominiosos impuestos, hoy abiertos en liberal y piadosa
voluntad para acrecer nuevamente y derramar en nuestro generoso suelo su
abundancia.
En suma, saludo y me adhiero a la bravura de este
sinceramiento económico y social al que nos convoca nuestro Presidente, este
regresar a las fuentes, allí donde cada uno ocupe su espacio sin herir al otro,
donde la humildad espiritual y más aún la material, sea un bien preciado, base
ineludible de la unión nacional y la grandeza de la Patria.
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