domingo, 15 de mayo de 2016

Sinceramiento



Debo sincerarme. Siento que emerge en mi país una gigantesca marea colectiva que reclama un profundo y acaso fundacional sinceramiento. Lo percibo en mi trabajo, en mi hogar, en las calles que transito, y al paso avizoro un presente de contagiosa e indisimulable alegría de cara a la entrega espiritual que significa el reencuentro con uno mismo, el autoconocimiento a partir del cual dejamos de ser quienes creíamos ser para abordarnos en tanto y cuanto nunca debimos dejar de ser, confuso axioma que el notable filósofo holandés Diederick Van Der Hoorn, hoy radicado en Villa Ortúzar, resume con coloquial expresión: “si siempre vacacionaste en Mar del Plata, ¿por qué molestar en Pinamar o Cancún?”
Necesito sincerarme y sumarme junto a millones de argentinos a la convocatoria que esta hora exige. En primer lugar, manifestando mi reconocimiento hacia tantos compatriotas que ya han emprendido el desafío, que hoy abrazan con fervoroso entusiasmo  las nuevas facturas de luz y gas, que asumen gallardamente cada litro de remozada nafta en las estaciones de servicio, que irrumpen con sonoros vítores en carnicerías, verdulerías o supermercados, todo a sabiendas de que la fiesta gozada en década pasada hoy debe costearse con patriótico desinterés para que nuestra Argentina acometa cual águila guerrera un segundo semestre pletórico de frutos y bendiciones. Saludo al duro albañil que troca el auto modesto de ayer por su histórica bicicleta, al humilde beneficiario del plan social que rehúye del churrasco en beneficio del magro aunque no menos saludable plato de fideos; en suma, a los trabajadores, oficinistas, hombres y mujeres del salario que vuelven a degustar la aventura sinigual que supone el arribar al fin de mes sorteando obstáculos que imaginaba concluidos y retemplando en el andar la dureza de espíritu que nos hará grandes.
De igual manera, no dejo de celebrar la entereza con la que nuestros empresarios acometen la ingrata necesidad de desprenderse de su valioso personal arriesgando en ello su estabilidad emocional, tan necesaria en estas instancias; no dejo de congratularme frente al ingente esfuerzo de nuestros hombres de campo, banqueros e inversores que ayer se vieron obligados por execrables políticas de estado a poner a salvo sus bienes en lejanas fronteras y evadir ignominiosos impuestos, hoy abiertos en liberal y piadosa voluntad para acrecer nuevamente y derramar en nuestro generoso suelo su abundancia.
En suma, saludo y me adhiero a la bravura de este sinceramiento económico y social al que nos convoca nuestro Presidente, este regresar a las fuentes, allí donde cada uno ocupe su espacio sin herir al otro, donde la humildad espiritual y más aún la material, sea un bien preciado, base ineludible de la unión nacional y la grandeza de la Patria.

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