sábado, 4 de junio de 2011

Semos indinnados

El asunto empezó mismo el pasado 25 de mayo, gesta patria que hace al nombre de nuestro glorioso Fulgor. Glamurosa festividá que se merece, como era de esperar, la masa societaria dijo presente, los de ahora y los de antes, antiguos vecinos que la esistencia llevó a otros lares, hijos y nietos de los fundadores que, aunque lejos, bien les cabe la historia de la barriada laburante de otrora. Y así que amurados al recordatorio, por esencia, la cosa sabe pintar para el rencuentro.

Hinno nacional de arranque, bandera celestiblanca al tope y la rojinegra al lado, escarapelas pa hacer dulce, el encendido discurso de don Leopoldo Sastre no dejó títere con cabeza y de final, como pa dejar las cosas en claro, concluyó: “Hoy, como ayer en el Cabildo, semos todos indinnados”.

Primera mención del concecto, más de alguno se la perdió por andar husmiando en los fogones, plato en mano, al pie de las ollas según lo anunciado de costumbre: sensacional comilona de locro y mazamorra, todo regado con generoso vino del común de mesa y el aporte alhonoren de guitarreros que nunca faltan y cantores que con un solo vaso de líquido ispirador son capaces de cantar hasta la novena sinfonía de Betoven.

Así que al punto caramelo, saludo por aquí, abrazo por allá, igualito pero más viejo, de dorapa y como abrazado al farolete del Uvita tinto dulce, esquisités sobrenatural pa mecharle al guiso en ciernes, ¿quién estaba allí? Serenata pa las orejas, los ojos como de vidrio pero la lengua presta al toque de sirena, pilchas domingueras y perlitas de chivo etílico en la mollera, el profe don José Ricardo Sampietro me junaba de refilón como midiendo el tiro de la verba. Y así que así, me dijo: estoy indinnado, macho, la cosa pinta pa la gran indinnación universal.

Conociendo al profe Sampietro, la estocada venía por el win de la fina ironía. Resulta que ahora la borregada europea se indinna por esa lacra del capitalismo, siguió diciendo, y nos venden que todo gracias a Franz Jessel, récor de venta editorial, y atenti, que no le quito méritos al moiye, pero decíme vos, viejo pipiolo, ¿no te suena a pretensión de fanfa?

Mutis por el foro, virtú de sagaz interlocutor, mejor dejarlo parolear al profe: la indinnación se manca con ancho falso, vos lo sabés, acá lo viste en el dos mil uno. Podés sacudirle a la cacerola, cortar una yeca, irla de campin en una plaza, escribir puesía en las paredes como los franchutes, putiar y pedir que se vayan todos, pero no se va ninguno y si no tenés claro a dónde apuntar, si no hay condución posta y ojetivo político, te morfa el sistema, te hace mercancía y te vende, macho, te cocina, te adorna de torta de feliz cumpleaños y te prende las velitas pal entierro.

Difícil discutirle al profe. Varón de ciencia durísima, matemático de pergaminos probos, crecido entre cortes de falda y osobuco en la carnicería del finado Paolo Sampietro, don José Ricardo se acamaló a la arimética y la giometría, y hasta hizo un dotorado en Milán, se sabe, y no le anduvo con vueltas a la hora de arriesgar el pellejo. Cuatro años los pasó engayolado en Caseros, culpa de una curva sinusoidal de su inventiva que le encontraron en allanamiento de morada y atribuida al disparo de un caño que istalado en la terraza de un derpa en Villa Ortúzar le iba a dar de lleno a la Casa Rosada en los tiempos de Videla. Entonce sí que estaba indinnado, macho, me aclaró, indinnado con los milicos y con la gente que no estaba indinnada.

Comentario a colacción en la mesa consetudinaria del bar buffé, el Rengo Marinelli se hace el que no escucha mientras prepara la primera ronda de vermú, pero la Divina Colombres sí. Yo estoy indinnada con este Rengo miserable que no se acordó de nuestro aniversario, dice, ni un beso me dio.

La indinnación es un sentimiento natural y primitivo de la siquis humana, esplica el doctor Salvatierra, erudito boga que, tal parece, no le hace asco a la ciencia del cerebro. El razocinio conlleva entre otras funciones síquicas, el deseo de lo justo entre pares, ahora que, si se me permite, desde los tiempos de ñaupa, cuando una minoría se apropió de las riquezas de la mayoría, es decir, desde que esiste la propiedad privada, la indinnación se reconvirtió en acectación a través de la idiología de la clase dominante, cosa que el pobre terminara por aprobar su condición de pobreza como cosa natural.

Vermú con ingredientes. Hoy milanesita cortada con fritas de la cocina, manices infaltables, fontina y aceitunas. Salú, propone Carlitos Mercier, puntero justicialista de la primera hora. Yo no me indinno con facilidad, mejor es descular pa donde va la correntada y de ahí ver lo que se puede y lo que no. Como decía el General, todo en su medida y armoniosamente.

¿De qué te vas a indinnar vos?, trina agresivo Marito, el de la Cámpora, y por trinar le pifia a la bola y gasta la carambola. Casi rompe el paño. El que rompe paga, le aclara el Rengo desde el mostrador. Apurá la birra, hace como una hora que la pedí, contesta Marito, y a prosópito, dice, hay que indinnarse, loco, cuando te indinnás ya no pedís sino que esigís, que es distinto. Y cuando esigís te ponés fulo y si hay bardo la peliás. Si no estás indinnado, minga que vas a peliar. Néstor estaba indinnado y Cristina también, por eso los banco a ful. Indinnado con los garcas del campo, con la mersa de Clarín, con los gorilas que rompen las pelotas, loco, yo estoy indinnado.

Furimundo cross de Marito. El pibe está hecho una fiera, dice el Negro Gutiérrez, habría que mandarlo a España para que les esplique a los gaitas. ¿Y si hacemos una coleta para garparle el avianca?

Mudo el Ruso Urbansky, pasa el vermú y le da a un tecito de tilo, culpa de los intestinos flojos, aclara, y no es que esté mariconeando, che, ahora que alguno leyó al alemán ese. ¿Quién? Ese que escribió el libro de los indinnaos. ¿Nadies? Yo no sé, pero como dice el profe Sampietro, está bien enojarse pero para qué, hacia dónde y cómo dirigir ese sentimiento, razona el Ruso y cuenta, acá tuvimos el primer indinnado puro, recontra puro, allá por el 58, sería, que fue Deolindo Almeida, el Encapuchado Argento.

Silencio sepurcral. Y habla el Ruso: el Deolindo vivía por atrás de la carbonera. Desocupado de la testil, la mujer lo había dejado y dos hijos se le dieron al orre. Un día se apareció en bicicleta, los talompas a la Cantinflas con tiradores, una capa colorada con una escarapela celestiblanca, antifaces enormes de carnaval y casco de goma, como una sopapa negra en la cabeza a lo batman. Cuestión que se dio a conocer como el Encapuchado Argento y así recorrió los barrios, en la bici y parando en cualquier esquina, ahí donde había gente, en la cola del tranguay, a la entrada de la testil, a la salida de los talleres, y donde paraba largaba el discurso que tenía una caraterística socrática, es decir, dialética y mayéutica, y eran todas preguntas que requerían respuestas con más preguntas, ¿me esplico? ¿Hay que enojarse muchachos?, por ejemplo, ¿hay que ladrar?, ¿y por qué?, y así de corrido, las preguntas le apuntaban al inconformismo. Cuando alguno le contestaba con afirmación que no fuera pregunta, el Encapuchado Argento sacaba una tarjeta roja y chiflaba como los referís cuando espulsan de la cancha, y seguía, y por ejemplo, uno le decía ¿che Encapuchado estás colifato?, él contestaba ¿estoy colo?, ¿estoy colo por pensar que el colifato sos vos cuando no te dan los cojones para cambiar? ¿Y qué hay que cambiar, loco?, le preguntaban, digamos, y el Deolindo o el Encapuchado sembraba otra, como decir, ¿estás bien o algo te molesta?, y así.

Silencio más sepurcral. Sigue el Ruso y segunda ronda de vermú: gran indinnado, sagaz como pocos, autodidata entendido en los argumentos sencillos de la política y la economía, de la filosofía y el pensamiento, todos sabían que el Encapuchado Argento era Deolindo Almeida pero nomás que se hizo de fama, ya nadie lo reconoció por Deolindo. Quizás, ni el mismo. Tuvo seguidores y secuaces varios. Muchos se acostumbraron a chamuyar haciendo preguntas y descubrieron que a medida que nuevas preguntas respondían a anteriores preguntas, tales preguntas implicaban un elevado grado de conocimiento y que dicho conocimiento los llevaba inesorablemente a indinnarse, a cuestionarse el orden de las cosas y de sí mismos.

¿Y qué pasó con el Encapuchado?, pregunta socrática de Carlitos Mercier.

Lo metieron sopre como al año de andar indinnado. Dicen que vinieron tres canas pa llevárselo. Che, Encapuchado, estás detenido, le dijieron. ¿Quién me detiene?, preguntó socráticamente. Cabo Gómez, no jodás. No existe la detención, cabo, pues estamos en permanente movimiento, y aún quieto, giro según gira el planeta, de modo que ¿es posible detener a quien no puede ni quiere detenerse? ¿Por qué intentarlo? Porque andás jodiendo a la gente, loco de mierda. Y fue suficiente para el Encapuchado Argento. Peló la tarjeta roja y le chifló al cabo porque le había hablado sin formular pregunta. Y suficiente para el cabo Gómez también, que al carajo, dijo, y le partió un garrotazo en la cabeza. Y así se lo llevaron. Nunca más se supo del Encapuchado Argento ni de Deolindo Almeida. Hay quien dice que en la secional le dieron de comer un guiso carrero con cicuta.

Crónica que el tiempo fue sepultando. Ya nadies se acuerda, pero fue famoso el Deolindo, dice el Rengo Marinelli desde el mostrador y pregunta, ¿más vermú? ¿Es una pregunta o una invitación?, dice el Negro Guzmán. ¿Cuándo lo viste al Rengo invitar una copa?, pregunta Marito. Debe ser tarde. ¿Qué hora es?, quiere saber Salvatierra. ¿Las doce ya?, no lo puede creer la Divina Colombres, ¿hasta qué hora se piensan quedar? ¿Nos estás echando?, dice el Negro. ¿Mierda, se les contagió la socrática?, cuestiona Marito. ¿Pregunto yo, pregunta el Ruso, cuántas preguntas habrá que hacerse pa indinnarse? Semos todos indinnados, ¿pero será suficiente?