martes, 22 de noviembre de 2011

Feminista

Si la mala no le hubiera batido retirada, hoy sería un rana de primera. Pero la Nancy se le rechifló un día: largó la plancha, el lavarropa, las ollas, el delantal de la cocina, el respeto, el cariño mismo que siempre juró que le tenía. Desde piba modosita, se puso fula. Callada y obediente como fue criada, se dio a trinar. Se lo confesó en la cena de un miércoles cualquiera: Negro, me hice feminista.
Al Negro se le atoró el chorizo a la pomarola que había comprado en el bodegón de la esquina. ¿Femi qué? Feminista, Negro. Y el varón, que no estaba para discutir de política, y menos con la Nancy que de eso no entiende ni pío, se acobachó en la suya. Y yo soy radical, le dijo, dejáte de joder.
A todo la Nancy se bancó callada. Al principio, ni un sí ni un no. Después, ¿querés comida?, hacétela vos. ¿Los calzones?, lavátelos. ¿Y los hijos?, mañana te toca cuidar al Néstor porque yo tengo curso de PC. ¿De qué? ¿Y para qué querés eso, digo?
La cosa fue de mal en peor. Pero peor en serio desde que la Nancy se dio a las reuniones semanales de la Comisión de Género del Club Fulgor de Mayo. Derechos de aquí, derechos de allá. Pilas de papeles, panfletos, folletos, que igual salario, que el machismo, que el aborto, que rompe las cadenas, que basta de esclavitud, que igualdad de género, que la emancipación de las minas, en fin, cuestión que el Negro pasó de Negro amorcito a Negro misógino, fálico, sexista, capanga, machista. Negro de mierda, íncubo, es decir, el diablo mismo.
El único género que el Negro conocía era el de la camisa que estaba sin planchar desde hacía una semana. A lo demás, no somos iguales, le dijo a la Nancy, yo tengo algo acá abajo que usted no tiene. Eso le dijo, así, tratándola de usted.
Al Negro se le venía la noche. Y la impaciencia. Y como hablando por las propias poco consiguió, fue a los suegros, es decir, los padres de la Nancy, para ver si la podían hacer entrar en razón, porque una hija siempre es una hija. Pero no hubo manera. Al médico la llevaron por las dudas, a la Nancy, no fuera que alguna enfermedad, o que a la final estuviera preñada, y ya se sabe cómo ponen en esos meses. Pero sana de cuerpo, la dolencia le venía por el moño. A la Nancy la habían infestado. Mal de ojo. Sentencia final de doña María, curandera infalible, consultas a módico precio en su oficina de la calle Guardiola. Un padrenuestro al levantarse, dos avemarías al acostarse y unas gotitas de brebaje en la mollera cada dos horas hasta que el mal desaparezca, recetó.
Ahora que, o la Nancy no hizo caso a doña María o el asunto venía por otro lado. Sospechó el Negro y se tocó la terraza, no fuera que ya le estuvieran saliendo los cuernos. Hay cada hijo de puta en el barrio, seguro que alguno le había llenado la cabeza. ¿No me estarás echando guampas, digo? ¡Pero qué Negro bruto! Mirá lo que pensás y todo porque me he plantado en la dignidad de ser mujer.
Callado el hombre, si así fuera que la Nancy lo viniera garcando, no iría a confesárselo de buenas a primeras. Ojo atento, disciplina y cuidado. ¿A dónde fuiste? ¿Con quién hablaste? ¿A qué hora volvés? Violento no, y eso se lo reconoce la Nancy. Severo, sí, cariñoso a su manera, olvidadizo de cumpleaños y aniversarios, es cierto, arisco para los mimos, pero jamás una mano encima ni un grito destemplado.
Pero qué se ha creído el hombre. Yo no soy un ojeto ni usted es mi dueño, así le habló la Nancy, a esa altura también tratándolo de usted.
Dueño de nada, ya se veía al cabo de unos meses. Cerrazón completa. Y así no va, le dijo una mañana, un día de estos me rechiflo y me espiro, y te vas a morir sola, vieja y sin macho que te atienda. Ni ahí, ni macho necesito pal amor, que si los quiero los consigo, ni para hacer hijos, que ahora se insiminan de probeta y por encargo, le contestó ella. Y se rió el Negro: cosa más aburrido hacer hijos así. Y se rió la Nancy: cosa más fea la que le cuelga, en que estaría pensando Dios cuando creó al hombre.
¿Así que ahora te gustan las mujeres?, acusó el varón. La Nancy lo miró como quien mira un poste de luz. Un año más tarde, como mirando el mismo poste pero con el farol apagado. Y es que algo se había roto. El amor nace con fecha de vencimiento o se pone en subasta y a mejor postor cuando en el toma y daca se interpone la incomprensión.
Con todo, debe reconocerse que el Negro siempre la quiso a la Nancy y la sigue queriendo. Dejó la ginebra, el boliche, el truco con los amigos. Ni fútbol ve por la tele. Va por la décima página de un libro de autoayuda, y como no puede pasar de allí, de la décima página, sabe embucharse un antidepresivo que le recetó la psiquiatra, porque una vez a la semana, por consejo de una amiga de la Nancy, hace la terapia de pareja, chamuyo de los peores cada vez que tiene que lidiar con la Nancy y con la doctora, así que ahora, además de fálico es un fóbico, un macho prehistórico pasado de moda con escasísimas probabilidades de curación si no asume que el cambio es posible.
Ha meditado en superiores destinos: dedicarse a la poesía, meterse en la política, hacer meditación trascendental y hasta viajar a la India de monje tibetano, salir campeón de la liga con el equipo de veteranos del papi futbol, pero en cada caso, o le faltó piolín para llegar al cielo o la Nancy se hizo la distraída y ni se dio por enterada del esfuerzo. De máxima, quedarse fiambre en la vías del Roca y con eso hacerla sufrir, como decir, mirá en lo que terminó el Negro, a lo que lo llevé, pobre Negro.
Pero en realidad, el Negro no está seguro de que la Nancy vaya a sentir culpa. Rajarse de la casa fue la última intentona. Tomarse el olivo por unos días para que ella recapacite. Chau, que te cuide Mongo. Dos días le duró el berretín. Volvió y tuvo que asumirlo, como dice la psicóloga, y eso le costó un agregado de diazepán de 5 miligramos para poder dormir.
Su única preocupación ahora es el hijo, el Néstor, adolescente y en edad de debutar en la cosas del sexo. Y es que con todo este discurso de la Nancy, está convencido que el nene le puede salir puto. Y ya se lo dijo a la Nancy: si el Néstor se hace trolo, me hago el haraquiri. Pero como la Nancy no entiende ni pío de japonés, se imaginó que el Negro se haría un trago largo, un daiquiri, se emborracharía y así se olvidaría de todo.
Así que así, el Negro sigue cayendo en picada. No aguanta más. Ahora le dio la impotencia para el amor porque eso de acostarse con la Nancy que le pide cosas nuevas y hasta le salió con el sexo tántrico, no es para varones. Eso le dijo: yo soy muy machito, pasa que así no puedo.
Y el hijo, el Néstor, cada día más amanerado. Vos no le des bola a tu vieja, lo aconsejó, un día de estos vamos a ir juntos al cabaret de la Avenida y vas a ver lo que es bueno. Pero el pibe, como si no lo escuchara, dio media vuelta y lo dejó hablando solo. Puto, no. Antes que eso, que me culeen a mí, dijo a nadie.
Y así está el Negro. Hace tiempo que no se lo ve por el club. La última vez fue para la fiesta aniversario. Andaba mustio, como plantita sin agua.

El Casorio


(Crónica verseada del enlace
del Tarta Alsina y la Aurora Díaz)
Si de esposa la acepta, inquirió la jueza,
una, dos y por tercera vez.
No era tan grave la apuesta,
nomás parolear un sí de revés
Cusí la novia, ni bien ni mal dotada,
de labia torpe y un poco gruesa
mas de familia fetén y acomodada.
Qué más daba llegar hasta el entuerto
del casorio en alpargatas,
de estreno las batarazas
y el moño colorado al cuello,
decir que sí, acepto. Y rajar a casa.
Pero atada la lengua, seco el garguero.
La novia lo relojeó fulero.
Detrás, al suegro le castañeó el moflete
y a la viejita se le escapó un cuete
ya encomendada a Santa María,
vista la facha tembleque del quía
que no arrimaba respuesta.
Déanle un vaso de agua, dijeron del fondo,
a ver si se le ablanda el banquete.
Mejor una ginebra, y ese fue el Tordo,
que lo conoce así de purrete.
Y no faltó el piola que soltó la risa
ni el más púa que rompió el silencio:
Se ve que el hombre no tiene prisa
o que le dio el arrepentimiento
Salga de ahí, estamo en un casamiento,
saltó el cura, bendito sea,
y al novio le dijo: no miento,
cosa suya bailar con la más fea
atienda que si por mi fuera
ya mismo me iría, aunque atento
no nos haga pasar vergüenza,
que Dios en el cielo y el Diablo bajo tierra
dígale sí, que se me acaba la paciencia.
El casorio no es ninguna ciencia,
aseguró la tía, la que enviudó por tres.
Así lo dice cualquiera, ya ve,
la próxima, doña, se casa en el cementerio,
trinó la jueza, y ya basta de misterio,
le pregunto en serio
y por cuarta vez
¿La acepta a la Aurora o se va al mazo?
Mire, amigo, que para el caso
mejor solo que mal acompañado.
Y esa noche hubo fiesta aquí al lado.
Empanadas y vino en damajuana.
El novio que al final habló, mamado
y de raje al consejo de una hermana.
La novia feliz, los suegros aliviados,
los amigos de juerga desconsolados
de haber perdido un compañero de ruta,
la viuda buscando otra puesta,
todos bailando y hablando macanas.
Y el cura siempre engrillao en sotana
haciéndole ojitos de amor a la jueza.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Aquella petisa tetona


Pintura fresca en las paredes, donación material de ferretería Sangiácomo, el bar buffé del glorioso luce apotiótico así bañado de imaculado ocre y con una esposición de cuadros del gran artista plástico Rubén Faldutti, eminencia del olio y la acuarela que deja pasmado al espetador con sus paisajes del suburbio. Ayuda pal caso que, pasada las eleciones, el Rengo Marinelli haya descolgado la pizarra estadística eletoral de la ganchera, cosa que el mostrador centenario despliega su cautivante esplendor.
Mesa acostumbrada a la zurda, pegada al tualé de caballeros, la barra de siempre pintaba dicharachera y plestórica de opiniones de atualidá mientras la Divina Colombres se demoraba en la primera ronda de vermuces. Nada presagiaba esitación pero una cosa llevó a la otra, que el dólar, que los susidios, que la crisis, que los indinnados, la cuestión fue que Carlitos Mercier, peronista de Perón y puntero anteliduviano, tiró como al pasar que yo no la voy con las cosas de la modernidá, eso de que la salú, que no se puede fumar, que ni morfar se puede, que te sacan la sal de la mesa, que se puedan casar los putos, por ejemplo, y eso de que van a legalizar el aborto, disculpenmén, estaré chapado a la antigua, pero no me va, ahora cualquiera le da a la matraca, se embaraza y chau, le dice al tordo que sáquenmelón, y así no va, es una degeneración.                    .
Dedo en la llaga, como quien dice, al Negro Gutiérrez le esplotó la pólvora. Qué querés, saltó como leche hervida, que sigan haciendo aborto en los ranchos, que se mueran las pibas con infeciones y hermorragias.  Que se cuiden, retrucó Mercier, que usen lo que hay que usar y sinó que se bañen con agua fría, porque el aborto es un crimen. Más criminal es que se mueran las pibas, chilló el Negro y ya puesto de pie, amenaza de trifulca en puerta, soltó argumento posta: no se puede desconocer la realidá, coger se coge, unos más y otros menos, se hacen abortos con ley o sin ley, así que mo me jodas, Mercier, que me da la chiripioca.
Espetacular irrución subreticia de Marito, el pibe de la Cámpora, ni buenas noches. Derecho a la mesa del billar, de ojito tomó nota del clima afixiante que se respiraba. Pa mi un ferné con coca, dijo onda dalailama, mejor siéntensen y cortenlán.
Cinzano con ferné, manices, fontina en cuadraditos, picles y berenjenas en escabeche, eselsa obra gástrica de la Divina. Un Olmugler para el Cabezón Lagomarsino, ya repuesto en la capitanía del tim bochófilo, y con aclaración mediante, que por receta del cardiólogo, un vasito de güisqui hace bien a la arteria. Y así está la cosa. Desliz de Carlitos Mercier, porque historia manyada la del Negro Gutiérrez, cualquiera en el Fulgor de Mayo la conoce y sabe que el tema en cuestión lo afeta para mal. Si no se enviolenta, le da la depresión más fulera, como le pasa ahora, que se sienta, le vienen los recuerdos y chau, no se levanta ni con grúa. 
Ya plantada la causa y visto el resultado, esta mesa consetudinaria del bar buffé obra en consecuencia siguiendo los precectos solidarios del gran Ismael Celentano: primero la Patria, después el clu y tercero los asociados que, como el Negro Gutiérrez, precisan de una terapia siconalítica de emergencia para hacer la catarsis nesaria y salir del pozo ciego.
Fue allá por ochenta y pico, principia Lagomarsino, justo en la esquina de enfrente al glorioso, que se había puesto la salita médica y apareció de clínica la dotora Miriam. Bombón atómico,  petisona fornida de caripela pícara, guitarrón cumbianchero, pechos como cañones napoliónicos, la piba recién diplomada y residente del policlínico, se había dado a praticar alhonoren entre la mersa y en de paso le hacía proselitismo a la revolución obrera socialista.
Tres veces a la semana venía en un fitito medio destartalado y era nomás que se bajaba y caminaba hasta la salita que ya hacían cola los indispuestos, aporta el Ruso Urbansky, ochenta largos pero la memoria intata. La Miriam sacudía la carrocería como apilada a un desfile de modas, cuenta el Rengo Marinelli, un avión a chorro, de atrás era un culo con vida propia y de adelante, una vidriera de pecados, un molumento a las ubres que le reventaban el guardapolvo. Gran ésito de la medicina preventiva, según Carlitos Mercier, ispiración del entonces intendente Ríos, nomás que tuvieras un dolor de cabeza culpa de una tranca macha, te aparecías en la salita para que la dotora te ascultara con el tetoscopio y te curabas al toque, milagro de Dios, te volvías a tu casa hinotizado, con una sonrisa de infeliz y el último número de Izquierda Socialista pa encender el fueguito del asado del domingo.
Sesión siconalítica en marcha. El Negro Gutiérrez asorto, como arrimándose a la traferencia mental, aunque da lástima verlo arrumbado en la silla, la mirada perdida en lotananza, los dedos jugando estupefatos con una cáscara de manís.
Cuestión fue que el Negro quedó hinotizado con la facultativa, pero peor que nadies. Primero, una colitis por el lechón que se manducó un primero de mayo, después una anginas de amídalas, un turululo sebacio en la gamba, un dedo mocho que le quedó cambiando yantas en la gomería, y el insonio a lo último, que no podía pegar un ojo en toda la noche y aquí venía y se copeteaba hasta la madrugada, recuerda el Rengo Marinelli, cuestión que se hizo cliente esclusivo de la salita y la dotora Miriam le tomó el aprecio, tanto que le acetó un feca en el bar de la estación, lo afilió al Partido y le dio cinco ejemplares de Izquierda Socialista pa que repartiera entre la clientela de la gomería.
Qué le vio la dotora al Negro Gutiérrez, un misterio. Retacón igual que ahora, menos panza, es cierto, pero feo fue siempre, razona la Divina Colombres desde el mostrador mientras prepara la segunda ronda de vermuces, los bíces nomás que tiene de tanto yugar, y encima casado con la Dolores y un hijo, en qué pensabas, Negro, a vos te parece, ponerle los cuernos a la Dolores que era amiga mía.
Si se me permite, atreve el doctor Salvatierra, estimo con sobrada convición que el amigo Gutiérrez, en tales circustancias, no podía pensar en nada que no fuera aquella petisa tetona, a quien bien recuerdo, señores, si se me permite, Afrodita misma encarnada en el arrabal mistongo, hija del espumarajo que el iracundo miembro de Urano abonó en Chipre, no creo procedente juzgar la ovia chifladura del varón  puesto frente a aquella que amaron Hermes, Ares y el mismo Hefesto, señores, si se me permite, quien esté libre de algún atorro eróstico, que tire la primera piedra.
Miradas de corrido al Negro Gutiérrez, tieso en su silla, los ojos clavados en otra  cáscara de manís que tritura con imolatoria paciencia.  Si los jovatos van a hablar de minas que sueñan, mejor me voy, se queja Marito, el pibe de la Cámpora, que así no me puedo concentrar en la bola.
Pero sigue la ronda siconalítica. Colifato hasta el caracú, el Negro le dio maza a la Afrodita, o a la Miriam, o al vesre, ella a él, quién sabe, porque lo cierto es que desde el día en que la dotora probó del dulce nétar en la gomería del Camino de Cintura, le agarró como un vicio a las cubiertas, a la cruceta, al gato, dale, Negro, contala, mal gusto del Cabezón Lagomarsino esplayarse así. Encima, se prende Carlitos Mercier: un camión con acoplado era la petisa. Cuando caminaba, a las baldosas le daban el alzeimer, hay que entenderlo al Negro.
Al toque estuvo de largar a la Dolores. Divorciar se divorció, no le quitén mérito al taura, pero eso fue más tarde y nada tuvo que ver la dotora, aclara el Ruso justo cuando el doctor Salvatierra amenaza con otra disertación de la mistología griega. El Negro tenía lo suyo, completa el Cabezón Lagomarsino, de eso no hay duda, esa gomería fue siempre un anzuelo pa tiburones, un bulín grasuliento pero posta pa enamorar. Saber certero del Cabezón, entonces eran muy amigos con el Negro.  ¿Se acuerdan de la Colorada Barrientos, la esposa del ingeniero? Por los cuarenta andaba entonces, pero parecía de veinte. Rajaba cubierta a cada rato, ¿y a dónde iba? Ovio, servicio completo en la gomería Gutiérrez.  
Silencio espetante. La ciencia siconalítica seniala que el paciente ya debería reacionar, pero naranja, el Negro sigue dándole al manís como si nada, medio recostado en la silla y los ojos clavados en el piso. Pero volviendo a la dotora Miriam, la historia se puso fula cuando quedó embarazada. ¿Lo contás vos, Negro, o lo cuento yo?, atreve Lagomarsino.
Silencio más espetante y breve acotación de la Divina, pura sensualidá desde el mostrador, pero miren al Negro, así que era un tasiboi disfrazado de gomero, la verdá que me sorprende, haber sabido antes. Risa irónica y forzada de Marito mientras le pone tiza al taco y enciende un Particulares a la moda setentista. Por qué no le hacés a un yoqueiclú, pende, que es más suave, le tira el Rengo. Mutis del pibe camporista, ya concentrado en la bola.
Cualquiera lo supo entonces y lo recuerda ahora, pero nadies como Lagomarsino, que tan amigos eran entonces. Preñada la petisa, el Negro estaba dispuesto a hacerse cargo del crío, eso me contó él. Pero ella lo abarajó de entrada. Pará, amorcito, le dijo, hasta aquí llega el sesenta, la pasamos joya y nada más, no quiero un hijo por ahora, yo soy dueña de este cuerpo y nadies decide por mí. Chau. Historia finiquitada, un día la Miriam no vino y la salita cerró al tiempo. O no hubo más enfermos o los enfermos se cagaron muriendo sin hacerse atender, sigue Lagomarsino con su mal gusto.  
Silencio sepurcral ahora, el Negro Gutiérrez se lleva el farol de Cinzano a la boca pero apenas se moja los labios y sigue triturando manices, cosa que así, con el ruido de la cáscara, le da más  dramatismo a la esena. Habría que dejarle el final de la crónica, es pensamiento de este escriba, que hasta aquí los amigos pero la nesaria catarsis la tiene que hacer el angustiado.
 Si se me permite, caballeros, irrumpe el doctor Salvatierra, es indudable que el hombre carga con su sentimiento de culpa. Cuando Zeus creó a Pandora en el Monte Olimpo y la dio como regalo a Epimeteo, fue con un frasquito que no debía abrirse porque allí estaban todos los problemas de la humanidá, incluidas las culpas, pero la diosa igual lo abrió y qué mierda, todos los problemas se estendieron por el orbe y lo único que quedó adentro del frasco fue la esperanza.
¿Y eso?, pregunta del Ruso Urbansky, ilustrado varón del materialismo dialético, si vamos a meter todos los dioses griegos en la cosa del aborto, fija que el Negro se suicida. Si acectamos que la vida humana solo es tal en tanto parte del ser social, la esistencia arranya en el parto, cuando el ser toma contato con el mundo que lo rodea. El aborto no mata una vida sino que anula un proyeto. No hay crimen ni culpa así que Pandora no tiene nada que ver.
A eso iba, esplica el doctor Salvatierra, fino erudito de la historia y del derecho, si se me permite. Minga de permiso, salta Lagomarsino, la petisa aquella casi se muere por infeción y eso que tenía contatos y lo hizo en lugar más o menos bacán. Imagínensen a los pobres que caen en manos peores, la hija del Mingo Loyola, pa no ir más lejos, que anduvo poniéndose perejil entre las piernas y casi se muere.  
Silencio más sepurcral. El Negro Gutiérrez ha parpadeado tres al hilo y ahora se rasca la oreja como pidiéndole ayuda. Se embucha el último manís y hace fondo blanco en el Cinzano. Listo pa la catarsis, eso parece, ya era hora. ¿Y? Nada. A lo menos debería agradecer a los amigos, susurra Mercier, que no está de acuerdo con los dichos pero banca el tratamiento celebral.
Y ahora sí, un lagrimón se le suelta al Negro. Levanta la jeta y mira a todos como regalando gratitú. Primero lo abraza al Cabezón, después a Salvatierra, y así con cada uno, hasta al Rengo Marinelli que no sale del mostrador y a la Divina Colombres que ya se echó a llorar pero igual no le hace a lo que sea contato físico.
 Traferencia siconalítica  que se dice, falta que vomite las penas, esplicaría Ismael Celentano. Pero nada, el Negro pone primera callado, de paso por la mesa de billar lo estrecha a Marito y sigue hasta la puerta. Un pie en la calle y vuelve. Sonríe, bueno para nada, y habla con la voz de la costernación que ha recibido consuelo: ¡Qué fuerrrrrte estaba la petisa!
Silencio comovedor en la mesa del bar buffé. Veredito concluyente del doctor Salvatierra: el amigo Gutiérrez ya está curado.