sábado, 18 de febrero de 2012

Megaminería con esplín

Si el destino se pidiera por teléfono, nomás sería cuestión de sentarse a esperar la siambreta del delíberi. Pero, como dice el Pituco Sarrasqueta, dicha o viaraza se cocinan a la cacerola en la hornalla de cada quien. Simpleza que asombra, serán el aire salobre de la mar o la contemplación de la imensidad oceánica los puntales de su ispirado verbo. Invitación que me tiró al pasar allá por diciembre y que acecté isofato: largá la Pelopincho y venite unos días a la gran atlántida argentina, me dijo. ¿Guitarra? Niente, nomás pal pasaje en bondi. Atorro asegurado en colchón merluza, buyón a salvo y dotación generosa de elisires espirituosos, nomás las batarazas pa los fasos.

Resonantes todavía los ecos de la última reunión en el bar buffé del glorioso, tal parece hubo apilada de interpretaciones y, por respeto grande que este escriba guarda a don José Pablo Feiman, almiración profunda por su incuestionable laboreo inteletual aunque no siempre le coincida, aclarar no está de más que intención no hubo de herirlo sino al vesre, como en particular se lo he dicho y en público reitero, alvertir, y no a él pues no le hace falta, hasta dónde cierta prensa canalla sabe retorcer argumentos pa beneficio propio o de representados.

Pero no era cuestión de quedarse en el afalto y seguir dando esplicaciones. Dos de febrero enfilé para la mar en superpúlman cachuzo y cinco horas más tarde, nomás que el motorman anunció Las Toninas, el aire salobre marítimo me achuró las pituitarias. Y allí estaba el gomía, esperándome en el andén, abrazo sentido, la tapín de sesenta pirulos eselentes, bermudas, chomba al talle y cabellera cana atada en cola de yobaca, ¿no trajiste la tabla de serf?, fue lo primero que me dijo.

Allá por los años en que Jorge Barreiro se lastraba al mujerío en los teleteatros de la tarde, el pibe, dieciocho recién cumplidos, ya sacaba lustre de galán. Esimio bailarín, facha veinte quilates, siempre empilchado a la moda, parada petitera y un aire sufrido y tristón que enternecía a la más turra, la nueva ola casi lo trepó a la cumbre de los bananas. Ganador de varios concursos de twist que todos los años celebraba el Social Italiano, era un Yoni Tedesco en versión carbónico, cosa que lo llevó a presentarse a un castin de Música en Libertá y por un pelito que no acabó bailando y haciendo que cantaba como Raúl Padovani y la Silvana Di Lorenzo. Cuando maduró y con trino de zorzal le agregó verso a la pituquería, se traformó en una locomotora sesual, un cauboy del catre al estilo Jenry Fonda. Pinta, labia y, sobre todo, el anzuelo siempre encarnado. El tano Sarrasqueta tenía esplín y ese era su ancho de espada.

Cuando los años setenta, ya era el Pituco. Erudición que asomaba polenta, no pasaba de compendio desordenado. Su fuerte era la aplicación, el uso que le hacía a los concectos. Al calor del faso y la ginebra, tísico el gesto, palidez mortuoria la mirada, recitaba desde Espronceda hasta González Tuñón, desde Celedonio Flores hasta un entonces innoto Rubén Derlis, a quien le afanaba versos para truquearlos como propios. Las pibas se le pegaban como moscas a la mermelada y el tano lo sabía y se dejaba hacer, sin apuro, ni meloso ni encarador. Se ponía de fruto en alta rama y obligaba a esfuerzo pa llegarle. El esplín hacía el resto.

Le bastó leer un manual del PC, uno que otro número de El Descamisado, para dar cátedra de compromiso. De paso por Montevideo, descubrió la irreverencia del uruguayo Herrera y Reissig, pero más aún el ácido sainete de Florencio Sánchez. Se dio al teatro entonces, al café concer , y hasta montó una compañía ambulante que recorría los barrios con piezas breves de su autoría, folletines y picarescos de rápida denuncia. Cuando se apareció en las aulas del Fulgor, la fama le pisaba los talones, si entre el mujerío, está de más decirlo, pero también entre la milicada que no le perdonaba sus ésitos, y menos cuando venía de andar a los cuetazos con la jermu de un vigilante. Peor no la podía haber hecho.

Esilio forzoso, proclamó por esos días, unos se van al trópico azteca, otros a la gélida Suecia, este varón se amucha en templada mansión abacanada hasta que aclare, o hasta la vitoria siempre. Así que en los años negros se le perdió la pista. Laburando no andaría, porque a la verdá, jamás se le conoció jotraba posta. Había vivido del mangazo y finado el viejo, carnicero que había apilado vento en el colchón, alministró la herencia como pa que le durara. La mansión abacanada que a la final le dio refugio, se supo, fue la de una viuda de hacienda grosa, enamorada hasta el riñón de sus versos y hechizada por el esplín. Con ella se casorió dos años antes de que se le muriera dejándole una pensión vitalicia, un derpa que alquila en Palermo y otro en Mar del Plata, me contó, adorable señora, maestra sublime, lucero que en la noturnidad de mis días alumbró la madrugada. ¿El amor? Simple aserto relativo, hermano, le oí, vapor de agua, credo, religión.

Así que una semana con el tano Sarrasqueta apenas es asomarse a conocerlo. Bulinardo fetén el que se armó en Las Toninas, a cinco cuadras de la rompiente. De diciembre a marzo, no hay quien lo saque de allí, ni siquiera la Beba, podóloga y manicura que larga el oficio y al marido algún fin de semana y se arrima pa despuntar el vicio, me esplicó, naifa rante con pretensión finoli, me achaca que no la ponga en Pinamar pero yo a Las Toninas no la cambio por un polvo.

Silencio espetante en la mesa consetudinaria del bar buffé. País generoso, apunta Carlitos Mercier, capaz que el menos indicado pa echar juicio. Y uno se rompe el lomo yugándola todos los días, alvierte el Negro Gutiérrez, no hay caso, se nace con estrella o estrellado.

Con esplín, Negro, introito del Rengo Marinelli mientras sirve la segunda ronda de vermuces, a vos te sobra labia pero te falta esplín. Y pinta, agrega el Ruso Urbansky.

Musarela hasta aquí el doctor Salvatierra, erudito boga, nomás que frunce la napia y amaga el discurso. ¿Y? Naranja. Imaginensén, musculosa y yor de baño, funyi de beisbol en la zabeca, primer día, a la mar bien temprano, la playa misma como el desierto de Gobi. Tiempo de relás para abrocharse a la meditación. Caminata lunga con las olas de caricia. La majestuosidá del azul atlántico, el salpicré de blanca espuma semental. Mesita y cómoda butaca de mimbre en fetén barcito playero. Nueve de la matina, hora del café con leche. Pero no. El Pituco le hace una seña al del bar. Que sean dos, le aclara. Dos daiquiris, eso, como pa iniciar el yorno. Y a mirar cómo llega la mersa, caravanas de changarines con sombrillas, canastas, lonas, heladeras de telgopor, bolsos, mismo que brigada de monte tucumano pero en ojotas y a los gritos. Y allí el Pituco, sorbiendo lenteja el ron, la mirada en lotananza, el drama pintado en la jeta, la palúdica tristeza reflejada en los ojos, el esplín en su másima espresión. ¿No te duele?, me preguntó. ¿Qué cosa? Esto, la gente, me dijo. Incompresible, qué se yo. Y tras cartón, como rozando la mesa a propósito, no va que pasó una piba, veintipico si tenía, minón de infarto, las cachas como en cotelera de vidrio, los pechos como cañones. Lo saludó con una sonrisa sensual. Facilonga, susurró el tano, mojarrita pal que pesca tararira, no es partener.

Silencio meditante en la mesa. ¿Pero quién es Sarrasqueta, Rober Rélfor es?, sacude la Divina Colombres.

Más silencio. Y sigo: así que nomás que fue llegar, había que hacerse la idea de que una semana con el tano no era maceta para un perejil de antología. De arranque, descubrir que el varón dispreciaba la catrera, por ejemplo, que con tres o cuatro horas de atorro a la siesta ya estaba dandi pa encarar la noche. Cena con tuti, caminata digestiva y a “La Borrasca”, antro a media luz como escondido entre las dunas, como salido de un aujero negro, quince mesitas a lo más, piso al cemento, un mostrador viejo, paredes anteliduvianas cargadas de aparejos, redes, mandíbulas de tiburón. Un morocho acomodándose al piano. Tres veteranas en una mesa que nos relojearon de arriba abajo nomás que entramos. ¿A dónde me trajiste?, le pregunté la primera noche. Pero el Pituco mutis.

Un cabarute, profetiza el Negro Gutiérrez. Ahora, de viejo, seguro que garpa por un cacho de carne, se adelanta Carlitos Mercier.

Ni así. Minería estractiva suterrania, me esplicó el Pituco una noche de esas. Acá hay que meterse en la caverna, graficó, oscuridá, mucha galería para apuntalar pero proceso sin vueltas, rápido y seguro. Aquí la mina sabe a lo que viene, va de frente march.

Imaginensén el cuadro. Feca a la crema y vaso de güisqui, molumento a una anémica melancolía, genital eletricidá, el Pituco Sarrasqueta mira nada mientras “La Borrasca” se acamala con notámbulos. Arranca la pianola con un bolero de Agustín Lara, Noche de Ronda, y tras cartón El Relós, Contigo Aprendí, y allí metido un Jumbo Blus, un bugui pa alegrar, quién sabe, tanguitos viejos, Unión Cívica, El Flete, Qué noche. Un fenómeno el pianista y ni hablar cuando el Pituco saca el esplín y lo revolea con poesía de fatura propia recitada a la vera de la mesa, a voz turbia de aguardiente. Versos palúdicos de amores putos y sueños marchitos, y el piano atrás sobando la anemia, y las veteranas que ya estan pal manduque, igual que dos pibas de treinta, arrimadas al convite de las canas.

Silencio sepurcral en la mesa del bar buffé. El doctor Salvatierra se muerde la lengua pa no mechar la conversa. El Ruso apura el segundo Cinzano y despeja el garguero, culpa de un chizito atravesado. La Divina Colombres mecha comentario asurdo: viejos verdes.

Ni así. Viejos sí pero verdes no, nada de ecologismo simplón tan de moda ahora. Megaminería estrativa a cielo abierto, en la playa, en la calle, a pleno día, en la cola del almacén o de la panadería, sin maquillajes ni intención, ese es el fuerte del Pituco Sarrasqueta. Desafío pa la inteligencia, alta tenología pa desglosar el fruto, molienda de la materia y refinada final, me esplicó, requiere paciencia en el arte de la sedución y concentración atenta pa evitar que otro se lleve el oro y la mosca, pero nesario. Control, mucho control, eso sí. La mina es un don de la tierra, allí plantada pal regusto y usufruto desde tiempos imemoriales. ¿Por qué dejarla con las ganas cuando en sus entrañas urge la apetencia que apenas sujeta el pudor? Hay minas que me han llevada hasta cuatro fases de molienda, me confesó, pero al fin, sustancia liberada de impureza, se ha ofrecido al calor contagioso del deseo, elemental e instintiva, primordial.

Silencio meditante en la mesa. El doctor Salvatierra le apunta a la tercera ley dialética del gran Ismael Celentano pero de atrás del mostrador, la voz del Rengo Marinelli se le adelanta: ¿y cuántas pastillas de viagra te embuchaste?

Ninguna, imposible en siete días. La minería estrativa a cielo abierto lleva tiempo y allá quedó el Pituco Sarrasqueta sacando cobre de la tierra a punta de esplín. ¿Vas a usar cianuro?, le pregunté antes de irme. Mi miró sobrador, allí de dorapa en el andén de Las Toninas. Chantame más ley, poneme los límites y hacé que los cumpla, me dijo, pero no me pidas que me quede en el molde mirando cómo me surte la historia.