domingo, 22 de septiembre de 2013

La Hibris no es un bicho

Si lo dice Nelson Castro

Desde que el doctor Nelson Castro, mismo el de la radio y la tele, le dianosticó a la Presi que le adolecía el mal de la hibris,  la resupina inorancia de la muchachada fulgurense se amuchó a la innata curiosidá del ser humano, de lo cual resultó que pasaran las cosas que pasaron, con perdón de la rebundancia. Culpa de nadies que no sea el Cabezón Lagomarsino, radical de Balbín, según se intitula,  ¿si lo dice el dotor Castro, quienes somos nosotros pa desmentirlo?, chuzió de entrada, nomás que terminada la final de la Copa Aniversario Bochas Fulgor de Mayo, como saboreando el espetacular triunfo frente a los tradicionales alversarios del Cultural Italiano. Y agregó pa que a nadies le cabieran dudas: por algo el varón estudió medicina.


Desde allí en más, la cuestión de la hibris fue tema fundamental que tuvo y tiene en vilo a la masa societaria fulgurense. ¿Cuál es la enfermedá que afeta a la Presidenta? ¿Es mortal? ¿O tiene cura? ¿Antibiótico? ¿O un cótel quimoterápico como el del SIDA? ¿O nomás que un tratamiento siconalítico?, como propuso el Loco Mardones, adito al diván desde tiempos imemoriales.


Claro como el agua, nadie mejor que el doctor Salvatierra pa dar las esplicaciones del caso, boga erudito que de medicina no manya ni pío, pero que, pa la cuestión no hace falta, esclareció vez pasada en la mesa consetudinaria del bar buffé ante la mirada atenta de los de siempre.  Es una metásfora, si se me permite, Hibris o Hubris refiere a una concección de la moral en la antigua Grecia, contraria a la mesura, arranyó de prima. La diosa Hibris personificaba a la insolencia, la carencia de moderación, flojera que pa los antiguas habitantes del Mar Egeo era condenable in estremis. Para ser justos, toda la tragedia griega abunda, si se me permite, en héroes que desafían sus límites humanos y desarrollan sentimientos desmedidos, orgullo en eseso, soberbia, todo lo cual los enfrenta a los dioses, ¿me esplico?


No se esplicaba un joraca, vista la trucha del Negro Gutiérrez que gambetiaba entre la extrañeza y  el desconsuelo.  Nadies se muere por eso, falfulló y varios le siguieron la pista. Pa Salvatierra, todo tiene que ver con los grecios, la embarró peor Carlitos Mercier, acá hace falta un especialista en serio. Y mutis por el foro, el boga acusó el golpe: con inorantes no hablo más.


Con todo, la cosa no hubiera pasado a mayores si no fuera porque, a sugerencia de don Leopoldo Sastre, presidente en ejercicio del glorioso, se decidiera convidar a la masa societaria con una charla magistral del profe y licenciado Tobías Martínez, un gigante de la ciencia neurosiquiátrica que hace como treinta años que vive en Guáyinton, o cerca, en Báltimor, pero que lleva la rojinegra en el corazón y cada vez que se apelecha al rioba natal, le pega una visita al club de los amores.


Convocatoria que fue un ésito, el público desbordó las istalaciones del bar buffé, visto que el salón y ginasio siguen en reparaciones. Mesas a pleno, el Rengo Marinelli agotó en un santimén las reservas gastronómicas. De apuró debió mandar a la Divina a comprar gasiosas y drincs al mercado chino de la vuelta y, vista la demanda esistente,  convenció a la hija del Colorado Salas, diecisiete abriles en flor, un molumento generoso en curvaturas e hinchazones, una escultura viviente capaz de hacerle rechinar los dientes a cualquiera, pa que oficiara de mesera y le diera el toque atractivo y eróstico a la velada. Porque pa ser justos, nomás que puso primera, se vio que el licenciado Tobías Martínez, por esperto que fuera en la ciencia, poco manyaba de la facultá oratoria. Mitá en inglés, mitá en criollo, locución monótona como salida de un geloso, labia rebosante de difíciles concectos, nadies entendía un pepino, y ya pasada la media hora, más de uno cabeceaba como espantando a la dormidera.  Preferible escucharlo a Salvatierra, le reconoció Mercier al Negro Gutiérrez, bien que dicho a la oreja pa no molestar al disertante, porque eso sí, respeto asoluto del auditorio, es ley del glorioso que se acecte la libertá de espresión.


Así de corrido, ya alguno le apuntaba a la puerta pa rajarse cuando en de pronto, como ispirado en Yerloc Jolm, Tobías Martínez sacó de la galera el condimento nesario pa sazonar el discurso. La palabra “síndrome” seguida del aljetivo “contagioso”, no importa en qué contesto dicho, sacudió la modorra de la mersa y mismo el licenciado pasó a un segundo plano cuando de una mesa del fondo, la voz sonora de Teresita Casinelli encendió la luz roja del alerta: ¿entonces la hibris es contagiosa? ¿Como la gripe?


Y que se pensaba, señora, la atajó la viuda de Roldán, tarotista especializada en borra de café, empacho y mal de ojo, de antiguos enconos con la dicha Teresita. Si es un síndrome, es un bicho, virus o batería, y por endes, tramisible por vía sesual o buco faringia, esplicó, es lo último en enfermedá, ¿o usté no lee los diarios?


Llegado al punto, el profe Tobías Martínez se mandó a guardar. Lo miró a don Leopoldo, oficiante en moderador, como diciéndole que ponga orden, pero ya la cosa se había espiantado de los carriles. Para chamuyar sin fundamento, nadies más acto que don José Renancó, viejo habitué de neurosiquiátricos y muy leído de su mismo padecimiento: el síndrome de la hibris que la afeta a la Presi, es una bateria unicelular que se mete en el tejido nervioso y te da como un calambre en el celebro, entonces, las conesiones termolétricas neuronales le pifian ojetudamente y se trabuca toda la maquinaria pensante, sos como zombi, sos, o algo así.


Quien fuera a confiar en el dianóstico del loco Renancó, alguno que otro, nunca faltan, pero por las dudas, don Leopoldo, atinadamente, salió al ruedo pa tranquilizar: por favor, tranquilos, la hibris no es un bicho y menos es contagioso.


Pero la duda estaba echada y el Negro Gutiérrez, el de la gomería, bueno para nada, se plantó de firme. Con todo respeto, acusó, si la hibris no es un bicho, ¿cómo se enferma uno? A mí me suena como la ladilla, como trasmisión sesual, como decir, me agarré la hibris.


¿Qué quiere insinuar?, saltó la Turca Salum desde otra mesa, como con un resorte en el tujes,  ¿qué la presidenta lleva una vida sesual indecorosa?


Por ahí se la contagió el dorima, sugirió el Cabezón Lagomarsino, radical de Balbín, a pleno una sonrisa sobradora. Dicen que el tuerto no le hacía asco a nada.


Quilombete asomando, el profe Tobías Martinez amenazaba con el espiro mientras don Leopoldo llamaba al orden, vista las derivaciones políticas del caso. Estamo aquí pa esclarecer una cuestión médica, dijo. Pero nadies lo escuchó, y menos el Rengo Marinelli, desde el mostrador, más que feliz con las ventas del bar buffé: la hibris no se compara con la ladilla, dijo como pa que todos lo escucharan. La ladilla te da picazón pero no te afeta la mente.


¿Y vos qué sabés de eso?, saltó celosa la Divina Colombres, comigo nunca tuvo esa porquería ni la hibris, habrá sido con otra, con la Sansosti, esa gorda  que le anduvo rondando, no sé qué le vio.


¿Qué dice? Era un camión, la Sansosti, saltó el Petiso Fuentes, por tórrido romance que siempre le atribuyeron con la susodicha. Además, no tenía la hibris. Era otro bicho, algo de gono o algo así.


¿Gonorrea?, adivinó Sara Amati, la diretora de la escuela 24, siempre hay que usar profiláticos.


Eso, pero se cura fácil con antibióticos, así que no era la hibris, ratificó el Petiso.


Silencio, por favor, rogó el Presi don Leopoldo, más respeto por el licenciado, dejenlón terminar de esponer.


Minga. Cuando la mersa se cansa, hace tronar el escarmiento, y después de tantos años viviendo en Guáyinton, Tobías Martínez estabas lejos de entenderlo. Amenazó con levantarse de la silla, pero don Leopoldo lo contuvo.


La enfermedá de la hibris afeta a cualquiera, saltó el Ruso Urbansky, listo pa sacudir un comentario más cítrico que el pomelo y medio que riéndose. Es como una gripe machaza bien porteña, como el tango. La bobe se la agarró comiendo kneinelaj en un cumpliaños, recién llegada de Polonia, y enseguida se hizo argentina, como un bautismo de nacionalidá que fue.


¿Gripe A o de la común?, alguien preguntó del fondo.


Alguno que otro despachó risita, pero más serio que momia egicia, el Colorado Salas, mismo el padre de la piba atómica que hacía de moza, se quejó con motivos: acá se han hablado de cosas sesuales y hay menores que escuchan y no está bien. Ovio, se refería a la hija.


Anahí, la hija del Colorado, ni mosquió. De dorapa junto al mostrador, era una invitación al crimen. El Oreja, ladero del Pibe Marito en el billar, la junaba como embobado y trinó por lo bajo: que viejo boludo, la Anahí se conoce el camasutra de memoria.


Silencio, por favor, volvió a pedir don Leopoldo.


Silencio un joraca. El auditorio fulgúrense se desbocaba como en los mejores tiempos, como cuando la verba incendiaria del gran Ismael Celentano hervía la sangre.


Si se me permite, talló el doctor Salvatierra, tras este dislate sin parangón en la historia de nuestro glorioso, me siento en la obligación de opinar.  


No salga con los griegos, doctor, le rogó la Divina.


Yo también quiero hablar, saltó Luisita Sanguineti. Pregunto nomás, ¿si el mal de  la hibris es contagioso, como dicen, no habría que evitar los lugares cerrados, con poco aire? Por qué no abren la ventana, digo.


¿Pero quien va a tener la hibris acá?, inquirió el Ruso Urbansky. A lo sumo la Presi se lo habrá contagiado a un ministro, o alguien que estuvo cerca.


Justamente, siguió Luisita con su razonamiento. Primero un ministro, después un secretario, después otro, después al Cuervo Larroque, y de ahí a uno de la Cámpora, a otro de la Cámpora, a otro y a otro, y así, ¿cómo saber?


Silencio sepurcral. Como en cámara lenta, las cabezas fueron girando hacia las mesas de billar, mismo donde Marito, el pibe de la Cámpora, taco en mano siempre, miraba pal cielo raso silbando una canción de los Redondos.    


Cancha abierta para Carlitos Mercier, peronista de Perón con más camisetas que veterano del papi fulbo, hoy puntero que saltó el charco. Masista de la primera hora, sacudió de una: Marito está enfermo de la hibris, seguro.


Silencio más sepurcral.  El Cabezón Lagomarsino, mientras le hacía a los manices con nerviosa  masticatoria, susurró lo de siempre: ta que los parió, todo nos lleva a la interna peronista. Al lado de él, el Ruso Urbansky se quejó de que tenía la mondonguera flácida, como pa cambiar de tema, pero el doctor Salvatierra, al tiempo que empinaba la última gota de Gancia, lo volvió a la realidá: tanta zoncera junta, a la final, más de uno se la termina creyendo.


Hay que decirlo: el aire se cortaba con yilé. Cualquiera sabía que donde el Pibe Marito abría la boca, se podría todo, visto que pa la chicana, nadies como Mercier tenía la lengua afilada. Pero si para algunos la cosa pintaba de chacota, para otros, la inocente credulidá metía julepe. ¿Así que el chico aquel está enfermo de la hibris?, preguntó la vieja Marincovich, ¿no debería ir al médico y hacerse ver? Mire si es mortal. En una de esas ya inventaron una vacuna.


Justo el pie que andaba buscando Mercier. No hay vacuna pa la hibris, abuela,  y los primeros que se la agarran son los imberbes, chantó sin vueltas, estocada al cuore, cachetazo en seco.


Silencio mortuorio, los ojos todos clavados en Marito, como reclamándole una respuesta. Hasta el profe Tobías Martínez, de indinnado por la falta de respeto, por un istante pasó a interesado oservador de la conduta humana.


Cara de póker, taco en mano y a paso indolente, el Pibe de la Cámpora dio una vuelta alderredor de la mesa del billar, acarició el paño verde, fértil llanura de las tres bolas, y se acomodó como para el primer tiro.


¿Y? Nada. Nada de nada. El profe Tobías Martínez, ya de pie, anunció su retirada. Es una falta de respeto, acusó a don Leopoldo, que en vano quiso disculparse esplicandole eso de la discusión de las ideas. Una mierda la discusión, yit, se despidió en inglés, y así como así, le apuntó a la salida, caminando como ánima en pena por entre las mesas ante la atenta circuspeción del auditorio.


Desde el fondo, alguien lo aplaudió. Seguro que Carlitos Maldonado, secretario de actas, por alcahuete de don Leopoldo. Y silencio meditante a la postre, de otra mesa pidieron la cuenta, y de otra se movieron como pa rajarse, visto el final abructo del entuerto y haciendo provecho de la confusión.


Que nadies se mueva sin garpar, rogó a los gritos el Rengo Marinelli mientras la Divina apuraba la cobranza. Y allí fue que al Pibe Marito le dio el ataque de la hibris. Primero le agarró como un tembleque y se entró a poner verde como el increíble Julk pero sin tanto músculo, después se le traformó la cara, que parecía un salame Milán, lleno de forúnculos, y a la final, pegó un salto, lo cazó del cogote a Carlitos Mercier y con los dientes le enchufó la hibris en la yugular, y allí me desperté, fiera, todo chivado, como si hubiera corrido una maratón, y me toqué todo, por las dudas, y no, no tenía la hibris, contó  Marquitos Garabaglia mientras la Divina Colombres chantaba la segunda ronda de vermuces.