lunes, 4 de junio de 2012

Borges, el Aleph y los dólares


La sola mención de aquel nombre, Carlitos Daneri,  que al acabar de la primera ronda de vermuces tiró sobre la mesa el Ruso Urbansky, fue como ápercat de nocáu para Lagomarsino.  Carbonífero centelleo en sus ojos grises,  esa blandura de fierro que sabe desparramar en el gesto se le espiantó por alguna cloaca del alma y nomás le quedó como una rigidez posmorten  bailando fané entre las arrugas de los setenta pirulines. Beatriz, querida Beatriz, chantó en un susurro que apenas le oyó el Negro Gutierrez, sentado a la diestra.
La cosa había empezado hora antes. Los de siempre, más el Rengo Marinelli atento como nunca, tema obligado primerió en la conversa: la ceremonia que sabe engalanar cada 25 de mayo el salón de actos del glorioso, que a la patriótica gesta refiere el nombre de la institución, ovio, y a lo menos pinta la ocasión pa reunión de la CD, , Himno Nacional con el coro de alumnos de la escuela 24, ofrenda floral abajo del cuadrito de Mariano Moreno justo arriba de la puerta del tualé de caballeros y posterior chocolateada popular a cargo de la Divina Colombres, una esquisitez austera, pal caso, con más gusto a nescuíc que al del noble cacao.
Todo tranqui hasta allí, arrancó el Cabezón Lagomarsino:  via comprar 200 dólares al cobán, precio oficial cuatro cincuenta, y me dicen que no puedo, trinó fulo, ¿y por qué no puedo?, diganmén,  soy ahorrista en verdes, ¿y qué?
Silencio meditante. Es voz pópulis que al campeón bochófilo no le sobra vento pero tampoco le falta, más que por propios méritos en el yugo, por herencia que le cayó de peludo y que engrosó nadies sabe cómo, aunque amarrocando seguro.
 Viejo pijornia, fiambre y con guita, la mortaja no tiene bolsillo, le despachó  el Rengo Marinelli desde el mostrador. Y la terminó de embarrar el Ruso Urbansky cuando tiró de consejo: ¿querés comprar? Garpá seis mangos por el dólar blu, velo a Carlitos Daneri de parte mía, arbolito jaig definiyion en estratégica esquina de la citi, una garantía.  
Allí fue que la jeta de Lagomarsino se trasmutó como pócima de alquimista. ¿Carlos cuánto? Daneri, ratificó el Ruso. Y más peor, la voz del bochófilo fue como un susurro de ultratumba: Beatriz, Beatriz.    
Crónica que nadies desconoce, gûérfano de padre y madre a la temprana edad, el Cabezón se crió de pìbe con unos tíos que vivían en una casona de la calle Garay, como a veinte cuadras del club. Y había una prima, Beatriz, que más que prima fue como una obsesión, como un tornillo engrampado en la sesera. Era una mujer, una niña de una clarividencia casi implacable, confesó Lagomarsino alguna noche de escabio rabioso, había en ella negligencias, desdenes, verdaderas crueldades, y por ella me colifatié de pasional.  Con los años, me sentí tan seguro de poder olvidarla que a la final acabé recordándola siempre.
Si se me permite, irrumpe el doctor Salvatierra, erudito del derecho anque también literario, me suena a narrativa borgiana o estoy mamado. ¿Por un Gancia?, déjese de joder, lo paró en seco el Negro Gutiérrez, bueno para nada sino para echar leña a la fogata: ¿y qué pasó con la Beatriz?, ¿se la morfeteó Daneri? Seguro, ¿pero que tiene que ver la mina con los dólares?, odenó la conversa el Rengo Marinelli.  
Nada y todo. Doce años tenía el pibe Lagomarsino que fue cuando descubrió un sótano que había en la casa de los tíos. Nomás que bajando, se refaló por la escalera  y se dio de jeta contra el piso. Medio que se desmayó y cuando abrió un ojo, vio como un resplandor verdolaga, como una esfera de vidrio que nomás de acostado se podía apreciar. Impresión suliminal, y desde ese día, siempre que pudo, se mandó al sótano en cuestión pa ascultar  como crecía la bola, istrumento que pasó a ser todo, ojeto de culto, punto que contiene todos los puntos del universo, para usar las propias palabras de Lagomarsino, la bola verde,che.
Hay quien dice que al varón le patina el moño. Zulma Da Silva, pal caso, tarotista y clarividente según se intitula, que por algún tiempo fue querida del Cabezón,  en un arranque de despecho y en contrario al mutis profesional debido,  llegó a afirmar que de aquella vivencia infantil de la esfera infinita, a Lagomarsino le vienen las dos osesiones, a saber, las bochas y el verde billete americano. Para el Profe Zamudio, su coequiper fulgurense desde siempre, en cambio, minga que está pirucho: cuando finaron los tíos, vino la herencia, sabe contar. Daneri se comió a la Beatriz y buena parte de la torta. El Cabezón ligó lo suyo, suficiente para hacerle honor a la pereza, pero  de olfato ganador, siempre tuvo claro que el infinito, el punto esacto donde el todo se contiene, donde sujeto y ojeto son uno y es todo, está allí, en la bola verde de la calle Garay, que a la final era una pecera de vidrio donde los tíos amarrocaban los dólares y que al reflejo se multiplicaban infinitamente.
¿Mentiras? Pura verdá. Dicen que nomás una vez, ese Daneri, ya finada la Beatriz, lo convidó al sótano de la casa de la infancia donde el lunfa guarda los recuerdos de la difunta, fotos, muñecas, vestidos, como un templo dedicado a la grela, que allí se dio el duelo entre los dos amantes, uno que la puso y el otro que la soñó, uno que jotraba de arbolito con los dólares del sótano y el otro que los junta pa guardar en el colchón con la vana esperanza de replicar su propia bola verde. Por eso es que, aseguran,  Lagomarsino pasa horas acostado ajoba de su catrera. Tengo mi Alef propio, le confesó a Zamudio una vuelta, que fue cuando rajó un bochazo histórico en la final noventa y cuatro contra el tim del Círculo Japonés. 
Silencio espelusnante. Historia conocida, no es que se la esté echando sobre la mesa con Lagomarsino de cuerpo presente, pero cada quien la andará pensando para sí, eso seguro, visto que Urbansky ya reculó y amaga con disculpas: Danielli, no Daneri. Carlos Danielli es el arbolito amigo mío. 
¿Por qué no hablamos de algo más interesante?, propone Mercier, justicialista ineternun,  hoy siolista de la primera hora, según afirma, estuvo en el lanzamiento de la Juandomingo. ¿Otra ronda de vermuces?, propone Marinelli, sale con fritas de cocina, osequio de la casa. Pero la cuestión está latiendo igual que bombo del Tula y hay que ver la caripela de Lagomarsino, los ojos claros encendidos oscuros como de verde flúor, las manos añejas rendidas sobre la mesa, la voz difónica como de gritar seis goles en media hora: Beatriz. Si busqué el amor de una mujer, fue pa no pensar en Beatriz.
Hay que ponerlo en órbita al campeón, aconseja la Divina Colombres mientras al centro acomoda las papas fritas y lo mira a Lagomarsino, seguir enconchado a su edad, a usté le parece, le sacude, grosería posta, tan cierta como fuera de lugar, pero así es la patrona. Esa Beatriz Vitergo era un turra, aporta el Rengo mientras lava copas en el fregadero, a más de uno engrupió con el cuento de que tenía una bola verde en el sótano, centro mismo del universo, así que cobraba cospel de entrada, despachaba rápido y te daba el raje.  ¿Y vos cómo sabés eso de la Viterbo?, pregunta incinerante de la Divina y recule certero del Rengo: me contaron nomás.
La cosa sigue empantanada. El problema son los dólares y no Beatriz, razona el Ruso, fíjensén, los tíos de Lagomarsino ya amarrocaban en dólares por miedo a que los curraran en pesos, pesos argentinos, pesos ley,  en australes, con la tablita, con la convertibilidá. Hay que pesificar la economía pero también y fundamental, hay que pesificar la conciencia coletiva, ¿me esplico?, es una batalla cultural.
Cierto, chamuyo de Mercier, el dólar es el refugio esistencial del mamerto promedio. El platudo la camina por otros wines, sabe donde poner los huevos, pero el inorante de la ciencia inversora  tiene un templo incorrutible: el wáyinton fresquito, recién salido del horno, esos que se pegan y le das al dedo con saliva. ¿No sintieron el olorcito que pelan los verdes en fajo?
¿Y cómo?, se mete Marito, camporista esaltado, hasta el más rata hace bardo por la cotización, y eso porque los diarios y la tele están meta darle manija. Hay que aplicar la ley antiterrorista a los que joden con el dólar. Peso argentino pa todo el mundo y al que no le gusta que se vaya a vivir a Oclajoma o a Bagdá. ¿A dónde?, inquisitoria de Mercier. A Bagdá, a Irak. Eso está en África, bestia, sigue Mercier. En Asia, corrige la Divina. Es lo mismo, es colonia yanqui, concluye Marito.
Silencio a gritos. Sigue Lagomarsino en un nimbus, garrote esistencial que le apìlaron:  Beatriz, susurro escalofriante.
Mucho Beatriz pero bien que el hombre la junta con pala, castiga la Divina de camino al tualé, ya me está cansando.
Más silencio, nomás el eco. Beatriz.
Nueva  carraspera del doctor Salvatierra, cincuenta años de faso y lo mismo de mamotretos jurídicos, si se me permite, dice, he escuchado con atención tan vulgar y cerril  raconto que envilece la inteligencia y el sentido común, si es que existen en esta mesa, con su permiso, visto que se ha hecho mención al Alef, a ciertos personajes, y que incluso se ha deslizado algún que otro esimoron gratuito y ramplón, pido la palabra, si se me permite.
Silencio rajante, el Negro Gutiérrez atiende al relós y dice que mirá la hora, mañana madrugo. El Ruso se acomoda en la silla como para echarse una siesta y Mercier avisa que tiene reunión de la sucursal de la Juandomingo en minutos nomás. Punto final, Lagomarsino se despierta de su pesadilla erótica o mejor dicho, como solámbulo se levanta, los brazos estendidos pa delante y le encara a la puerta sin saludar. O revuar, dice desde la vereda.
Ronda de miradas. La cosa es que si el Cabezón tiene un Alef abajo del colchón, suma Mercier, cada dólar que junta se reproduce hermafroditamente infinitas veces, ¿será cierto? Eso nomás pasa en Manjatan, en wol estrí, sacude Marito, que hoy manya de geografía ni que fuera Jumbold, además, digo, ¿el Alef no estaba en un sótano?
Así dicen, razona Marinelli. Y ya de pie como para pirar, mirada fula y napia fruncida, inquisitoria del Negro : ¿Pero que carajo es el Alef?, ¿una maquinita de hacer dólares es?
El doctor Salvatierra, ateo confeso, mira el cielo raso del bar como fraile que juna al Paraíso, las manos ligadas a un rezo mistongo, y planta en súplica: Perdónalos, Borges, no saben lo que dicen.  
Última carambola de Marito, ¿qué tiene que hacer Borges en esta? ¿No era gorilón?          
     

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