lunes, 8 de junio de 2015

Ni una menos



A prosópito de la maroma feminista que se espande por la argenta geografía y por ende, poniendo a salvo la buena fe del cronista y el respeto que el seso débil le merece,  viene a cuento la dramática, por no decir trágica, historia de lo acontecido la noche del pasado 16 demarzo del corriente, a dos cuadras del glorioso, sin ir más lejos, que fue cuando el Petiso Sandonato la cirujeó a la jermu con un tramontina largo de los comunardos y si se arrepintió, nadies sabe: de última, la jeta feliz de pajarito sin jaula que le chantó al juez de turno, le sinificó la condena de femicida.

Como siempre, para hacer entendedera, hay que empezar por el principio. El Petiso Sandonato nació petiso, metro sesenta con suerte y en los años mozos, si por falta de morfeteo posta o por herencia de sangre, todo es posible. De pibe le dio el berretín de jugar de arquero en el fulbito del potrero, donde sacó chapa de gran Carrizo por eso de que el travesanio era una línea imaginaria calculada a ojito. Cuando tuvo que plantarse en un arco de endeveras, se le finó la estampa. Destino de marcador de punta o cinco raspador, antes que tarde supo que lo suyo pasaba por la escoba de 15 o el chin chon, porque ni para el truco servía, hay que decirlo, tan lejos de la maldad le andaba, tan predecible, tan buen tipo. Al decir del finado Jerétaro, un angelito sin alas, esiliado del cielo porque Dios no es bueno.

Recién cumplidos los 18, empezó a noviar con la hija de los Ferretti, la del medio, Nora Susana, que entonces no era la Gorda pero podía presumirse que llegara a serlo. En otras palabras, un tanque Sherman de envidiables cañones y rodaje de orugas pa meterle miedo al adoquiín, naifa de sabidas pretensiones, modosita en la apariencia pero con dudoso pedigrí. Apadrinada por la miyiadura, vio en la rotisería de los Sandonato un reaseguro posta que la pondría a salvo de privaciones.

Tres años de zaguán y uno más de chapeo en la placita Sarratea, fueron suficientes. El Petiso de jetra en estreno y la Gorda Ferretti de blanco, se casaron en la Santa Margarita con más fiesta en el salón del glorioso y luna de miel en Córdoba, bucólica serranía donde las malas lenguas ubican el primer cachetazo, bien que amable y acogedor, sensible y amoroso,  tierno y piadoso si se quiere, pero sopapo al fin con que la doña le puso los puntos al varón, como decir, no te hagás el otario, aquí mando yo.

A decir de la verdad,  el Petiso Sandonato tuvo un matrimonio feliz durante treinta años. Al menos, eso fue lo que declaró en los estrados judiciales. Y es que acaso la felicidá no sea un sobretodo reversible. Cada cual la estima a su parecer, es un hecho, como lo es también que el quía se abotonó al destino como el canario en su jaula.

No hubieron hijos. Los viejos Sandonato se fueron al Olimpo y el Petiso heredó la rotisería, lo que es un decir, porque la Ferretti se hizo cargo del mostrador y la registradora con mano dura. Fue allí, entre salamines y mortadelas, donde la Gorda se hizo gorda y calzó los kilos nesarios pa imponer la superioridá física. La crónica recuerda  con vehemencia  la tarde aquella, durante el verano del 93, cuando la dama de fierro calzó al dorima con una horma de provolone sobre la jeta so pretesto de una supuesta infidelidá visual, alvertida de que el varón se había estasiado almirando la baulera imponente de la hija de los Llorente, a consecuencia de lo cual, el Petiso quedó internado en el Interzonal con traumatismo cranial severo. Otra para la historia sucedió allá por el 2001, que fue cuando una banda de hambrientos desocupados quiso hacerse de prepo con algo de la mercadería en oferta, esigencia a la que el hombre acedió rajándose por el fondo, cuestión que si le escapó a la turba, no evitó que la Gorda le saltara a la yugular acusándolo en público de cagón, pija-corta, marica y otros aljetivos irreproducibles, para completar el castigo encerrándolo en un depósito del entrepiso durante una semana a pan y agua.

Claro que no todas fueron espinas en la vida conyugal, a la vista de que hasta el rosal sabe parir su belleza de flor entre púas. No hace tanto, en las mesas decidoras del bar buffé del glorioso Fulgor, supo el querido Sandonato poner en alta estima el indómito caráter de su jermu, a quien definió como una gorda mal arriada pero buena en el fondo. Recordaba entonces las noches que la naifa le dormía en cucharita, lo cazaba del cogote y medio que lo afisiaba para arrastrarlo a un parosismo placentero, o cuando ella, sin alvertirle, le ponía lasante en el puchero, cosa que lo dejaba en feliz labor depurativa intestinal hasta que las almorranas se las ponía de collar. Le dolía, ovio, más que alguna zalipa imprevista, el acoso verbal, la manera con que la jermu solía basurearlo en delante de terceros, pero también recordaba las tardes macanudas, cuando ella le cebaba mates ajoba del alero, en el patio, y lo llamaba pimpollo, mi machito, flor de loto. O flor de pelotudo si andaba indispuesta, con la regla, aunque en esos casos, era comprensible.  

Lo cierto es que nuestro gomía jamás le alzó una mano a la Gorda, aserto que ella supo ratificar en público. Si el idiota me llega a poner un dedo encima, se lo corto con yilé, llegó a confesarle a su amiga Mercedes, la viuda del viejo Gómez.  Y mismo el doctor Grajales, siquiatra matriculado que les hizo terapia de pareja por unos meses en el 2008, que fue a partir de que el Petiso perdió dos dientes del comedero después del cross con que la Gorda lo disciplinó por su inapetencia sesual, confirmó ante el juez interviniente lo que a nadies le escapaba: al muchacho le gusta que lo fajen, es un masoca pelvertido.

Tal aventurada inferencia se contradice con los varios intentos del Petiso Sandonato por escapar del yugo. El primero fue a poco del casamiento, quinto o sexto aniversario,  cuando tras una zalipa que lo dejó de cama, armó un bolsito, llegó hasta la puerta de la rotisería y chau, que te aguante Mongo, le dijo. Ella le juró y perjuró que la cosa no volvería a repetirse, que lo amaba con locura y así, por poco que se le arrastró a los pies y el lunfa reculó y la perdonó. Anédota reiterada varias veces y probado que las promesas se deshacían rápido, unos años después, el Petiso se rajó a escondidas y halló refugio en lo del Rengo Marinelli, el barman del glorioso, donde la Divina Colombres le armó un catre pa que se repusiera del ojo en compota. Y hasta allí fue la Gorda Ferretti, avisada por algún indiscreto, pa rogarle que regresara al hogar, que antes que volver a fajarlo, se cortaría una mano. Pero lejos de cortársela, le dio impulso y efetividá, cuestión que al tiempo, el varón encaró por la legal, se apersonó en la comisaría de la sexta e hizo la denuncia pertinente por abuso y maltrato, a lo cual el Principal Ortelli, no sólo que tenía cosas más importantes que resolver, le dijo, sino que llamó por teléfono a la rotisería para alcahuetearle a la señora  que el dorima  la estaba embretando de lo peor.

Que el Petiso Sandonato pudo tomarse el olivo y evitar así el dramático final, es cierto, pero hay que decirlo, eso le hubiera sinificado olvidarse de la rotisería, ámbito frugal donde se piantaron su días de purrete entre gancheras, quesos y embutidos, donde los trenes de juguete eran ristras de salamines y los autos de carrera defilaban con el olorcito de las morcillas que el padre elaboraba con sus manos en una piecita del fondo. Así que se la bancó hasta donde pudo, siempre con la esperanza de que, con el tiempo que todo lo ablanda, la Gorda se aplacara. Una última denuncia, esta vez en un juzgado de familia, pasó al archivo sin pena ni gloria. Déjese de joder y póngase los calzoncillos, le chantó un secretario. Y eso fue lo que hizo el varón.

La tarde del 16 de marzo pasado, el quía se entretuvo jugando a las barajas en el club. Nueve de la noche, volvió al hogar y cocinó unos churrascos a la plancha. Se bancó el rezo mistongo de la jermu. Qué basura de comida. Y eso fue como un aguijón. Al tecito que la Gorda se enchufaba antes de acostarse, le clavó un sonífero bien pulenta, como pa anestesiar a un elefante. Esperó que la javie se apoliyara profundo. Fue hasta la cocina, cazó el tramontina largo, se arrodilló en la cama, al lado de ella, y allí le dio sin asco, direto al cuore. Un intercostal perfeto a dos manos. La Gorda ni mosqueó. O sí. Quizás alcanzó a abrir los dos ojitos pálidos, desde atrás de los mofletes, como preguntándose por qué. Lo cierto es que el Petiso Sandonato, como liberado al fin, se acostó como todas las noches. Acomodó a la jermu de coté y se apoliyó bonito haciéndole cucharita al fiambre. Por la mañana, se despertó temprano, se mandó el feca de costumbre, calentó el agua pa los mates y abrió el comercio como siempre, nueve en punto, pa recibir al primer cliente de todas las mañanas, don Félix Neira, quien le oyó de primicia la confesión, llana y concisa: la maté, viejo.

Desde hace unos días, el Petiso Sandonato está en la tapa de los diarios, en la radio y en la tele. El feroz femicida del barrio la Testil Argentina, según lo intitulan, no ha mostrado arrepentimiento alguno. Ergo, parece que no hay boga que le empreste la defensa. Hasta el doctor Salvatierra se escusó por eseso de laburo que tiene, pero de seguro que mañana o pasado le sale al ruedo pa ayudarlo gratarola, y es que el gran tordo fulgurense no le hace asco a la dificultá, probado está, másime cuando un varón de ley se arrima a la mala por culpa de una sacudida mental a destiempo, como es el caso. Una carta de puño y letra que el lunfa, desde la celda, le postió a la barra del club, finita el escrito con una frase llamada a ganar un premio en las grandes ligas del orre: Cómo te estraño, dagor…

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