miércoles, 3 de febrero de 2016

Yo también lo vote, ¿y qué?

Habida cuenta de la muy festejada confesión de Polito Herrera, Crónicas de Barrio presenta ahora otra sesuda argumentación a cargo de Elda Noemí Stancatto, amante esposa y mejor ama de casa.



Yo lo voté por la grieta, es decir, para tapar la grieta. En realidad, de política no entiendo mucho ni me importa. En casa, pocas veces se hablaba de política. Eduardo, mi esposo, siempre dijo que la política era una porquería y los chicos, Felipe y Santiago, se criaron con esa idea, o sea, no meterse en cosas raras. Pero desde que llegaron los Kirchner, la historia cambió, sobre todo por el abuelo, el padre de Eduardo, que a él sí, siempre le gustó la política. Claro que una cosa era cuando joven, pero ahora, con ochenta y pico, es diferente. Ya nos habían advertido en el geriátrico que don Hortensio hacía mucho barullo con la política entre los demás viejitos, pero uno reacciona cuando las cosas ya pasaron.
Desde que vinieron los Kirchner, la vida en familia se complicó. Al principio no tanto, pero Felipe, el mayor, que estaba empezando la Facultad, vino un día muy contento porque el Presidente había sacado el cuadro de Videla no sé dónde, y no sé qué de los desaparecidos y todo eso. El padre le dijo: “vos dedícate a estudiar y no pensés en cosas raras”. Pero el nene, no sé, serían las malas compañías, sobre todo una chica que estudiaba con él, judía, Ostrowski o algo así, y ojo, yo no tengo nada contra los judíos. Pero se notaba que esta chica le estaba metiendo ideas en la cabeza. Cuestión fue que cuando pasó aquel lío entre el gobierno y los del campo, cosa que yo nunca entendí, Felipe empezó con eso de la oligarquía y a Eduardo no le gustó nada. Le dijo: “qué querés, terminar como el abuelo. Vos dedícate a lo tuyo.” Pero el nene ya no escuchaba. Y eso fue el comienzo, porque lo peor vino con Cristina.
En casa siempre se hicieron reuniones de familia. Mi esposo tiene tres hermanos y a todos les gusta juntarse cada tanto, los fines de semana, a veces en casa o en lo de Germán, con amigos y otros parientes. Del lado de mi familia, mi hermana Nora, mi prima Teresa y a veces Luisito, pero somos pocos. En esas ocasiones, al abuelo lo sacan del geriátrico, lo traen en la silla de ruedas y el viejo, chocho, hay que ver cómo maneja las rueditas, anda de un lado a otro, va hasta la parrilla, vuelve, quiere hacer cosas y la verdad es que molesta más de lo que ayuda, pero todo bien. A veces, lo ponemos en un rincón, al lado de una mesita, y se pela, él solo, un kilo de papas para la ensalada. Y habla. No para de hablar. De política. A veces da gusto escucharlo pero al final cansa.
Don Hortensio fue lo que se dice, un padre ausente. Eso por culpa de la política, porque siempre estuvo muy perseguido, así que los hijos se criaron como pudieron y eso explica muchas cosas. Claro que igual, todos lo quieren. Y ni falta hace decirlo, es peronista, cosa que, según él, no quiere decir nada. “Hay peronistas que son flor de hijos de puta”, dice siempre, y entonces lo mira a Germán, que también es peronista pero será de otra rama o algo así. Y eso que es el hijo, pero igual, lo mira mal. A Eduardo, mi esposo, no es que lo mira mal. Una de las últimas reuniones le dijo: “vos no sos peronista, ni radical, ni comunista, o sea que sos medio pelotudo”. Y como la cosa ya venía media caldeada, Eduardo se calló la boca.
Como decía, desde que llegó Cristina, todo se puso peor. Se abrió la grieta. No digo que sea culpa del abuelo, porque para mí, es viejito y hay que entenderlo, hay que entender las cosas que vivió. Pero tampoco lo justifico, porque hay formas y formas de hablar, no hace falta ser tan grosero. Por ejemplo, tiempo atrás, Juanita, la esposa de Horacio, empezó a hablar pestes de la Presidenta, que cómo se vestía, que cómo hablaba, que era soberbia, corrupta y todo eso que explica Lanata. A Felipe, que como dije, ya está medio adoctrinado  por esa amiga judía, no le gustó y se puso a discutirle, todo a favor de Cristina. Y Juanita todo en contra. Hasta que Juanita dijo “es una yegua”. El abuelo, que venía escuchando, allí no se aguantó más. Mirándolo a Felipe, le dijo “no te gastés pibe, es la envidia”. Y Juanita, de buenas maneras, le dijo “ay, abuelo, ¿envidia de qué?”. Y el viejo, como si nada, le dijo “pero vos te miraste al espejo, pedazo de bruja. ¿Cómo podés hablar así de una mina linda y con cojones?” La Juanita medio que se quedó tartamudeando y el viejo siguió: “antes de hablar mal de la Presidenta, cortá con el jarabe de gilastrina”.  
Menos mal que Eduardo es componedor en todo. Así que lo atajó a Horacio, el esposo de Juanita y le dijo al abuelo que se callara. “Pare, viejo, sin ofender”, le dijo. Pero ya era tarde. Horacio y Juanita dejaron de venir los fines de semana. El abuelo dijo: “dos soretes menos, vamos bien”.
Desde aquello que pasó, Eduardo propuso que no se hablara de política en las reuniones de fin de semana y todos estuvieron de acuerdo menos el abuelo. “Eduardo, de qué querés hablar, vos sos bastante nabo”, le dijo, más o menos. Y Eduardo lo amenazó, que si seguía así, no lo sacaba más del geriátrico. Pero el abuelo siguió. “Eso no te hace menos nabo”, le dijo. Lo peor de todo fue que Felipe, mi propio hijo, lo festejó al abuelo y terminó peleándose con el padre.
Lo que sí hay que reconocerle a don Hortensio es que es un hombre muy leído y es difícil discutirle, y menos de política. Desde que le regalaron una computadora portátil, se lee todos los diarios en el geriátrico. Según nos contaron, junta a los viejitos en el salón y les lee el diario Clarín y les explica que hay que estudiar al enemigo. Después les recita lo de Página 12, que es un diario K, y así se le pasa el día. Por lo que vi, la mayoría de los abuelos no le entienden nada, pero las enfermeras que lo cuidan sí. Es más, hay dos de ellas que lo adoran. Qué lucidez tiene don Hortensio, y es un amor, dicen, salvo cuando se pone demasiado cariñoso y entonces hay que atajarlo de manos. A una al menos, le propuso algo así como un sexo tántrico sin compromiso. Yo no sé qué significa eso, aunque conociendo al abuelo, debe ser medio pervertido.
Como sea, con el abuelo o sin él, la grieta ya estaba abierta y en cada reunión se abría un poco más. Don Hortensio, mi hijo Felipe, el más chico, Santiago, medio que también, Silvia y el marido, la prima Teresa y el último novio que se le conoce, un tal Alberto, todos ellos se hicieron kirchneristas. El tío Julio y la esposa, dos amigos de Germán, la mujer de Germán, Horacio y Juanita, qué se yo, todos los demás, eran anti. Y Eduardo, en el medio, tratando de componer las cosas. Claro que con el tiempo, fue imposible. Ya con la picada de salamines, alguno sacaba el tema de la política y cuando salían lo chorizos y las morcillas, varios empezaban a mirarse mal. Y hay que reconocer que esto no era culpa del abuelo. Porque en general, el que sacaba el tema era el tío Julio, que siempre se queja, o la esposa, Sara, que es bastante insoportable, siempre hablando de los viajes a Europa, a Miami, y de la casa en Pinamar. Así que donde empezaban a hablar mal del gobierno, los demás escuchábamos y una ya se lo veía venir. Don Hortensio seguía comiendo como si nada, pero se movía en la silla de ruedas como si le estuvieran picando hormigas. Silvia y el marido no contestaban pero se notaba que estaban incómodos. El primero que saltaba era Felipe, mi hijo, y eso que siempre le decíamos que se callara la boca. Y así hasta que, un día, el tío Julio se quejó del impuesto a las ganancias, lo que le descontaban y que todo se lo afanaba Cristina, algo así. Entonces el abuelo, bien, le dijo, “mirá, Julito, vos sos mi hijo y te quiero, así que tengo que advertirte que anda dando vuelta la máquina de cortar boludos”. Algo así le dijo. Y el tío, respetuoso, le dijo “vamos, viejo, te pasaste la vida soñando con una revolución y mirá cómo terminaste”. Algo así. Y desde entonces, don Hortensio jamás volvió a dirigirle la palabra a su hijo. Según Eduardo, fue muy feo lo que le dijo el tío Julio porque al viejo se le puede criticar esa manera de decir las cosas, pero nunca echarle en cara su vida de lucha. Eduardo no habla mucho de eso, pero parece que el abuelo las pasó muy feo con los militares, cuando lo voltearon a Perón, que entonces era muy joven y estuvo en no sé qué de la resistencia, y después también, en la época de los desaparecidos, cuando nadie sabía dónde estaba. Para mí que fue preso varias veces, él y la abuela Marta, que murió muy joven.   
Cuestión que se hicieron dos o tres reuniones más, el año pasado, y después, nunca más hasta la Navidad pasada, que entonces ya había cambiado el gobierno y Eduardo, siempre componedor, insistió en juntar a todos. Al abuelo lo fueron a buscar a lo último hasta el geriátrico y nomás que entró, saludó a todos “Bueeeennaaas, ¿cómo anda el gorilaje?, ¿todos contentos?”. Algo así. Y todos callados, no era cosa de empezar a pelear de entrada. Así que lo acomodaron en la cabecera de la mesa y por suerte nadie habló de política, al menos hasta las doce, que fue cuando se hizo el brindis, que entonces Germán dijo “felicidades, che”, y el tío Julio dijo “felicidades, es tiempo de abrir los corazones”. Algo así. Y entonces el abuelo, que tendría algunas copas encima,  dijo, al tío Julio le dijo, “a vos Macri te abrir el orto, pelotudo”.  Y fue el final. A don Hortensio se lo llevaron al geriátrico y lo último que le escuchamos es que cantaba algo así de la liberación. Hasta hoy, no sé si es que no lo volvieron a sacar de allí o es que el viejo no quiere salir.
En síntesis, la grieta está. Yo no sé si irá a cerrar. Yo lo voté a Macri porque las grietas me dan miedo. Según don Hortensio, lo mejor del kirchnerismo fue que la gente volvió a hablar de política, a discutir, a pelearse, y que eso es bueno para la sociedad y sobre todo para los más jóvenes. Pero como dice mi marido, Eduardo, ahora la gente no va a pelearse tanto, que estarán los loquitos de siempre, pero nada más. ¿Será así? No sé. Pero estoy segura que al abuelo se lo va a extrañar. El único que lo fue a visitar seguido durante enero es mi hijo Felipe, que por suerte se peleó con la novia judía.      

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