sábado, 19 de marzo de 2016

Por un sanguchito



A prosópito del grotesco entuerto guasapero que días pasados protagonizaron los diputados Masot y Bossio sobre compra-venta de porotos, en la consetudinaria mesa del bar buffé, el dotor Salvatierra trae a la memoria de los presentes el ejemplo del siempre recordado Marcelo “Sanguchito” Pérez, socio dileto del glorioso, fenecido hace unos años en más que lutuosas circustancias. Y es que el susodicho supo grabar a fuego la másima samartiniana, la novena más precisamente, esa que dice como consejo a la hija, que hable poco y lo preciso.
Hijo de humildes zapateros remendones, Marcelo Arnoldo Perez dio sustento a su apodo “Sanguchito” en inumerables refriegas societarias que, desde los tiempos del gran Ismael Celentano, las hubo de sobra en la historia fecunda del glorioso.
Allá por el 61, en ocasión de debatirse en pública asamblea de socios la modernización de la cancha de bochas que incluía los tres escalones de cemento de tribuna, cuenta el tordo que el conteo de los votos nesarios pa encarar la obra venía complicado in estremis. Tal parece que la guita estaba porque la ponía taca taca don Heriberto Ayala, caraterizado socio de alta biyuya, que la prestaba fresquita y a devolver en cómodas cuotas. Pero bolonqui en puerta, los partidarios de ampliar el salón de fiestas picaban en punta pa usar la marroca en chantar el escenario de la orquesta, visto que los de la Típica Ases del Compás hacían malabares en la vieja tarima cada vez que animaban las sabatinas Noches Tangueras, y ni hablar de la Tropical Bermúdez que sacaba lustre en las carnestolendas. En esas circunstancias, visto que la decisión venía peliada y el poroteo daba empate clavado, unos y otros buscando socios pa levantar la mano a su favor, asegún el doctor Salvatierra, los bochófilos lo encararon a Marcelito Perez, entonces un purrete con hambre de gloria y más hambre de en serio, pa que compareciera en la pública asamblea, a lo cual el boncha respondió con la inteligencia de los que saben: “y…, si me convidan un sanguchito los apoyo”. Ésito total, a la final la cancha de bochas fue una realidá.
De ahí en más, cada vez que hubo que tomar decisiones, estaba cantado que el pibe jugaría en el doparti según quién lo proveyera, de tal suerte que el “Sanguchito” tuvo su razón de ser. Con los años, varón hecho y derecho, autodidata curtido en bibliotecas populares, Marcelo Pérez no sólo proyetó el valor itrínseco de su  apodo sino que lo enalteció con apasionadas letras que cuajaron a la final en su notable obra poética, “Salame y Queso” (1985) y “Triple de Miga” (1991).
Con todo, fértil escriba, la oratoria nunca fue su fuerte. Convocado a cuanta asamblea de socios se hiciera y hasta partícipe en reuniones de CD, el varón hizo gala de labia cortina, pero su valía a la hora de levantar la mano se hizo notar siempre. Célebre entre todas sus intervenciones, costa en actas que el 19 de mayo del 77, en ocasión de tratarse la toma de un crédito bancario para alquirir el campito de la esquina de Perú y Otamendi donde se haría la prática del fulbito infantil, Marcelo Pérez votó por la negativa a mano alzada con el mismísimo sánguche de mortadela en pan francés con que lo habían fajado pa que así lo hiciera. Años más tarde, le sobraría jeta para comparecer en la eleción del presidente Quiñones, apoltronado en una silla al fondo, cosa que endemientras se trataba el asunto, le hacía sin asco a una bandeja de los afamados de miga de “Confitería La Favorita”. Ovio, su voto fue pa los donantes del ingeniero Furio.
Hay que reconocerlo, el hombre jamás fue requirente de contante efetivo, cosa que no le hubiera calzado mal vista la misiadura que endesiempre lo acompañó. Cotizó su voluntá en productos del noble trigo y los embutidos y a la hiriente sanata que el Rengo Marinelli supo dedicarle alguna vez, “te vendiste por un sánguche y dos mates frios”, supo responder con la altura de los gallardos: “lo que haría por un chori mariposa en un felipe sin miga”.
Marcelo “Sanguchito” Pérez finó el 4 de agosto del 2003, a la edá de 63 años, vítima de un cuadro agravado de la diabetis.  Velado a tapa abierta en el sobretodo de madera que lo llevaría a mejor vida, las manos frías cruzadas sobre la zapán, abrazaban un pebete de crudo y queso con que los gomías sempiternos lo convidaron en el último suspiro.       

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