lunes, 11 de julio de 2016

Angustia



Resulta indudable que la utilización del término “angustia” por nuestro presidente, el ingeniero Mauricio Macri, para referirse al estado psíquico de los representantes de las provincias que el 9 de julio de 1816 declararon nuestra independencia del dominio español, se apoya en sus profundos estudios respecto del tema tanto como en una cosmovisión filosófica de hondos fundamentos humanistas que las concepciones populistas con sus perimidas exaltaciones patrióticas no pueden asimilar con la seriedad necesaria.
Vulgarmente, la “angustia” refiere a una condición psíquica en la que predomina la ansiedad, el temor, el miedo extremo, la melancolía, estado que suele acompañarse con diversas alteraciones orgánicas. El concepto fue abordado por la ciencia moderna y Sigmund Freud, dedicó al respecto gran parte de sus estudios a medida que articulaba sus observaciones clínicas. En este plano, el gran maestro vienés supo diferenciar al menos tres variedades de esta condición psíquica (realista, neurótica y social o moral), y sin ánimo de profundizar en la cuestión, no me caben dudas de que nuestro presidente, al emplear el concepto “angustia” en el plano de los hechos históricos que involucraron a un conjunto de individuos, hizo referencia a las mismas descartando en la inmediatez del discurso toda referencia explícita qué tipología pudiera haber afectado a cada uno de los congresales reunidos en la ciudad de Tucumán.
El psiquiatra e historiador venezolano Edmundo Suárez Rioja, en su tesis “Fenomenología Paranormal Bolivariana”, desarrolla la idea de que la “angustia neurótica”, en tanto percibida en el “Yo” por tracción en el “Ello”, fue la clave de numerosas  decisiones adoptadas por el general Bolívar, entre ellas, la de ceder al Mariscal Antonio José de Sucre la conducción del ejército libertador en la última batalla por la emancipación sudamericana librada en Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824. Por el contrario, según el estudioso venezolano, el general español José Manuel de Goyeneche (1776-1846), conocido como el Chacal del Alto Perú por sus sanguinarios métodos represivos durante el levantamiento de Chuquisaca en 1809 y en campañas militares posteriores, padeció una “angustia realista” que explicaría su aficción a imponer tormentos de ingeniosa factura, descuartizamientos, empalamientos y otras avezadas extralimitaciones.    
Consultado al respecto, mi amigo, el filósofo holandés Diederick Van Der Hoorn hoy radicado en Villa Ortúzar, acaso influenciado por sus recurrentes incursiones en los barrios bajos porteños, se inclina por conceptualizar la idea de “pánico escénico” para referirse al estado psíquico de los congresales a los que se hace referencia, graficando al mismo con vulgarismos de uso frecuente tales como “cagados en las patas”, “pecho fríos”, “gallinas culo-rotos”, “sifilíticos del orto” y otros de estilo. En líneas generales, al proceder con tales afirmaciones, se apoya en sus detenidas lecturas de nuestra ciencia histórica vernácula, particularmente en los ensayos del profesor Deolindo Sartori, quien dedicó varios trabajos biográficos de congresales participantes en el Congreso de 1816, sobresaliendo las del sanjuanino Francisco de Laprida, quien oficiara de Presidente en aquella oportunidad, el santiagueño Francisco de Uriarte y los porteños José Darragueira y Fray Cayetano Rodríguez. Un común denominador, según los apuntes del profesor Sartori, instala la idea de que los mencionados diputados padecían de una ETS, la sífilis, en diversos grados de desarrollo, lo cual, si no les impedía ejercer sus funciones, los suponía afectados por “un estado de franco desequilibrio de orden depresivo en el que primaba la zozobra, la congoja y obviamente ciertas molestias genitales.”
En suma, puede afirmarse que, efectivamente, los congresales reunidos en Tucumán durante las jornadas que precedieron a la declaración de la  independencia, se hallaban bajo un complejo cuadro psíquico condicionante en el que la “angustia social o moral” jugaba un rol decisivo, más aun agravada en un contexto histórica en el que el general San Martín, con sus exaltaciones verborrágicas, más se asemejaba a un panelista del folletinesco “6,7,8” que al hombre de armas templado y racional que la hora demandaba.
Esto  y no otro subalterno fundamento, explica la alocución que nuestro excelentísimo presidente, con la serena convicción de los estadistas, le dirigiera al Rey Emérito Juan Carlos de España durante los actos del bicentenario, mensaje que tan eximio cazador de paquidermos supo interpretar con la noble hidalguía dinástica de los Borbones.   

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