lunes, 12 de septiembre de 2016

Timbreo



Es un hecho que la revolución de la alegría avanza con fuerzas renovadas hacia el logro de la Argentina que todos queremos, mal que les pese a quienes en fanática añoranza de perimidos modelos populistas. Prueba de esto, es la participación de miles de voluntarios en lo que ya se conoce como “jornadas de timbreo”.
El timbreo es sin duda una novedosa propuesta encaminada a acercar y compartir  la gestión de gobierno junto a los vecinos que tienen timbre en la puerta de sus casas. Pareciera que, por antonomasia, quedarían excluidos aquellos que carecen del mismo, pero no es así, ya que en estos casos, nuestros voluntarios están entrenados para emitir un sonido similar, onomatopéyicos universalmente aceptados como “ring” (base eléctrica), “tilín-tilín” (base campana) o el más moderno “pip-pip” (base electrónica), con lo cual, queda definido un sustrato inclusivo del acto en sí. Timbrear, en consecuencia, conjuga la acción política en un boca a boca sin intermediarios y en la que el “vecino” es el protagonista principal, ya que no sólo responde al sonido del timbre o su símil vocal sino que, lejos de constituirse como “pueblo” o receptor de propaganda política, pasa a ocupar un rol de emisor de inquietudes que el timbreador está obligado a escuchar y procesar. En otras palabras, conceptos como “pueblo”, “gente”, “Patria” o “Nación”, tan bastardeados en la historia reciente y contenedores de una generalización abstracta, se materializan en la inmediatez de lo concreto que representa el “vecino”.
El timbreo, como llamada, supone respuesta activa. El convocado abre la puerta de su casa, de su hogar, y no puede ocultar su sorpresa y su contento. En ocasiones, por temor a ser víctima de la inseguridad, nos habla desde atrás de una puerta con voz trémula, vacilante. Aún en los casos, como ocurre a veces, que el interlocutor conteste con un soez “ándate a la recalcada concha de tu madre”, la acción se considera una actividad participativa y nuestros voluntarios están capacitados para procesar la misma con un simple “acabo de llegar”, lo que abre camino hacia un diálogo fecundo, no exento en ocasiones de apelaciones pugilísticas a las que el timbreador debe rehuir amigablemente.
La creativa experiencia viene demostrando que la gestión de gobierno se retroalimenta en este ir y venir comunicacional donde no se imponen liderazgos ni mesiánicas banderías. Sin distingos de credos, ideologías ni clases, el vecino expone libremente sus preocupaciones y nuestros voluntarios, además de esclarecer sobre las dificultades heredadas de la dictadura kirchnerista, transmiten la palabra optimista y esperanzadora de lo que vendrá merced al esfuerzo individual de cada quien. Y allí donde la necesidad abunda inexorablemente, se lleva el consuelo, la voz comprensiva, ese “todo mejorará” que en los ámbito de la pobreza extrema supone un elíxir energizante. “¿Qué hiciste vos para no ser pobre?” suele ser una inquisitoria socrática con la que  el timbreador habrá de conducir el acto cognitivo indispensable capaz de inducir una pedagogía del éxito posible.
Para nuestros voluntarios, particularmente entre los jóvenes, el timbreo tiene una reminiscencia sexual en tanto el tradicional llamador de puertas posee una estética que lo asemeja a un seno  en el que el botón de pulso traduce al inefable pezón femenino, de allí que la acción de timbrear adquiere características lúdicas, eróticas y placenteras. Los “after-timbre” popularizados entre nuestros muchachos y muchachas que al cabo de la actividad se dan cita en bares y centros nocturnos de Palermo o Recoleta, son ejemplo palmario de la satisfacción con que encarnan la tarea encomendada.
Finalmente, es dable inferir que el timbreo, junto a la enjundiosa labor de nuestros cibernautas que a diario se manifiestan en las redes sociales, son las armas de un auténtico ejército de la alegría, la voz pastoral de las inversiones que ya llegarán para derramar con su mágico encanto la felicidad de nuestra gente.    

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