martes, 10 de mayo de 2011

Por los Mitos de Mario Goloboff

Humildad antes que nada, así con todo es orgullo para la noble masa societaria esta esistencia edilicia del glorioso Social y Deportivo Fulgor de Mayo. Cimientos centenarios, techos anteliduvianos, no hay salón que en alguna pared deje de plantarse la insigne figura de don Ismael Celentano, gloria fundacional, ispirador sinecuanón y artífice constructor de nuestra historia istitucional. Así en el salón de fiestas que lleva su nombre, muro fundamental, arriba del aparador con vitrina donde están las copas y los trofeos obtenidos en inigualables justas deportivas, vese en cuadro su retrato en tres cuartos de perfil. Mismo pero en tamaño más chico hay otro en la cancha de bochas y un tercero en el bar buffé, a un costado de la puerta que da al tualé de caballeros, pero en este caso, fotografía en blanco y negro pintada a la acuarela que lo muestra de cuerpo entero en toda su imponente manificencia de cara a las vías, en su monte de carbonillas, “como mirando en lontananza y junando en el horizonte las claves dialécticas del nuevo amanecer”, poética espresión esta última del gran trovador rosarino Jacobo Weiss, socio adherente del club y co-autor compositor del himno fulgurense.

Viene lo antedicho a cuenta de la contratapa del diario Página 12, pasado jueves 28 de abril, verdadera glosa intitulada “Mitos”, obra y gracia del amigo Mario Goloboff, erudito laburante del vocablo, lúcido y feraz varón del pensamiento, da fe este humilde escriba, como que también, por sapiencia que le reconoce, julepe le da rebatirle opinión y enemistarse en consecuencia.

Y así que puesto a salvo, cuento que el Ruso Urbansky se asoma a la mesa del viernes en el bar bufé con recorte de la dicha publicación y como quien chanta los dados confiado en escalera servida dice lo que dice, a saber, caballeros, el mito de don Ismael Celentano resiste cualquier minucia, anédota o alcahuetería, hasta los cuernos se banca y el que apunte lo contrario que vaya y se lo discuta al Goloboff.

Silencio sepurcral, nadies sabe aún de qué cosa habla el Ruso. Mitos y leyendas, eso.

La de don Ismael Celentano, para el caso, que viene al pelete. Cortita y al pie, dicen que en los tiempos fundacionales, por el treinta y pico, el hombre sabía correrse hasta la carbonera que había en la Vieytes, pegada a las vías, y allí se subía a una montaña de carbonillas que había y se quedaba mirando el horizonte en estado de meditación trascendental, como un decir, pensamiento astracto y cojudo pa entender las cosas de la vida. Solo el varón, necesidad que le cuadraba al pensamiento, no era aquel el monte Olímpo ni garpaban visita Zeus, Apolo o Atenea, menos había palacios de cristal para morada de los dioses, que por vista única rayaba el rancherío humilde de un suburbio en ciernes. Pero ese era su espacio meditante y mejor que nadie se le arrimara cuando en eso estaba. Cualquiera lo sabía. Solo en su Monte Olimpo, sucedió que una tarde se le apareció un quía como salido de la nada, varón chapado a la antigua, jetra del tiempo de mariacastaña, maletín de cuero en mano, barba como de cinco años sin cortar, y así que se apareció se le sentó a la vera, mismo en la cúspide de los carbones. Medio fulo por la intromisión, don Ismael estaba por decirle que nadie le había dado vela en el entierro cuando vio que el jovato sacaba de la valija un broli, se chantaba los antiojos y se echaba a leer en voz alta, voz como de trueno, como eruto de elefante y la vez como de arrullo para dormir gurises, cosa que ni queriendo se podía mosquear y había que escucharlo. Y así cayó la noche y el viejo seguía leyendo en la oscuridad, que más bien sería hablar como de memoria, y don Ismael escuchando, y pasó la noche y clareó el cielo, pegó la helada de invierno y, palabra de los que pasaban camino al yugo, allí seguía don Ismael como en trance y conjuro, igual que hinotizado por el barbudo. Fueron tres días con sus noches, dicen, las que gastó don Ismael Celentano oyendo el trino de Carlos Marx cuando le recitó de punta a punta la “Misería de la Filosofia”, tres días y uno por cada una de las tres leyes dialéticas que ispiró al glorioso Social y Deportivo Fulgor de Mayo.

Silencio meditabundo en el bar buffé. Respeto a la historia, la leyenda se banca cualquier discurso positivista, alerta el doctor Salvatierra, crédulo en nada.

Pero rápido en reflejos, el Negro Gutiérrez, el de la gomería, esperto en minerío jot, madruga con crónicas menudas y consabidas, anedotario de cuernos que a don Ismael Celentano le clavó la húngara Szabor, pasional de juventud allá por el 39, y asunto no probado, hay quien dice que también la primera esposa lo osequió con guampas de platino cuando anduvo de trampa con un bacán de Alsina, y que a la segunda, la tana Barilatti, por si acaso, el varón se le adelantó y se las puso él antes que se las pusieran.

Minucias, precisamente, esplica el Ruso a prosópito de los dichos de Goloboff, al dedillo calzadas, ya que lo mítico del gran Ismael Celentano, padre fundador del glorioso, no se raja de la cincha por haber sido un cornudo consetudinario, y al vesre, son esas especulaciones las que le van de adorno y complementan su grandeza. Colifata la crónica, como dice don Mario, de manera satánica todo obra en la construcción del mito de Ismael Celentano, hasta los cuernos.

¿Y qué tiene que ver don Satán en esto?, pregunta que hace el Rengo Marinelli desde el mostrador mientras preparaba la ronda segunda de vermuces.

Es un decir nomás, sigue el Ruso Urbansky, que pal caso lo que importa es el mito. Y dicho y hecho, el Goloboff le apunta a un franchute, un tal Dumezil, que dice que el pueblo que no tenga leyendas está condenado a morir de frío, y más pior, el que no tenga mitos ya esta finito, es decir, postamente crepado.

Como que le toma el gusto a la sopa, Carlitos Mercier, peronista de Perón, rápido pa levantar vuelo, se amura en Evita. Mito molumental, esplica, abanderada de los pobres, quien le quita el oropel que ahora hasta los zurdos la tienen de patrona.

¿Y Maradona, entonces, no es un mito viviente? ¿O hay que estar muerto pa ser un mito?, se pregunta el pibe Marito, el de la Cámpora, pegado al paño y midiendo una carambola improbable.

La cosa estaba para la meditación introspetiva. De ahí que el doctor Salvatierra, fino erudito de labia florida, frondicista de la primera hora, aclara que si vamos a calotear leyendas, pongámolo a don Rogelio Frigerio, maestre del desarrollismo nacional y popular, docto sin parangón, cerebro eseccional del las pampas, y no señor, si se me permite, un mito es un mito, y en lo personal, me llevo de culo con eso, que si le hiciéramos caso al mito, debería acectar, por ejemplo, si se me permite, que somos el granero del mundo, que una mierda somos, y sería condenarnos al atraso y al sudesarrollo.

Precisamente, insiste el Ruso Urbansky, como dice el amigo Goloboff, el mito espresa dramáticamente la idiología en que vive una sociedad, y sí, esa idea del granero sería un mito istalado pal caso. Pero hay otros también, contrapuestos míticamente, digo, y ahí se entrevera el Ruso, se le trabuca el pensamiento y ya no sabe cómo seguir el discurso.

Mitos positivos y mitos negativos, vendría a ser, lo salva Marito desde la mesa del billar. Más o menos así, aclara el Ruso.

Noche de profundo analis fisiolófico, ronda de cinzano y entremés de aceitunas negras y cuadraditos de fontina a solicitud de Cachito Frías, el motoquero del delíberi, hoy de franco y al paso por el club de los amores, callado hasta aquí y sólo hasta aquí, porque para mí el poder del mito es fun-da-men-tal, se inicia en el chamuyo y silabea como maestra de primer grado, que esto lo ví de propios ojos y nadie me lo cambia. Cinco años atrás. Final del campeonato de bochas. El Cabezón Lagomarsino en pareja con Edgardo Doldán contra los archirrivales del Cultural Italiano, los hermanos Pérez, famosos por sus mañas a la hora de distraer y desconcentrar al oponente. Estadio hasta las manos. Tribuna en éstasis de pases y apuestas. Mano a mano y punto a punto, ninguno sacaba ventaja. Terrible confrontación y final desconcertante a lo último. Dos por uno. Bochazo atómico del Cabezón y desparramo de esferas. Hora de arrimarla fácil, camino abierto al bochín, una paponia para Doldán, esperto jugador, no se iba a distraer con el chamuyo burlón de los Pérez. Y ya listo y en posición, silencio sepurcral, caminó Doldán hasta la raya de tiro, oservó y ¿qué encontró? Nada, como nubes, esplicó después, nomás el retrato en tres cuartos de perfil de don Ismael Celentano, justo sobre la cabecera de la cancha, don Ismael que lo miraba, lo junaba medio y medio, como diciéndole que si no la arrimás te surto, no la vayas a pifiar y cosas así que creyó escuchar en la mirada. Terrible poder de la imagen mítica. Como nubes, fue el argumento de Doldán para esplicar la catástrofe de un tiro a la bartola. Más lejos del bochín, un imposible.

Nada más cierto, da fe este escriba de lo que cuenta Cachito Frías, al menos en lo que respecta a la pifiada, pues de lo que haya visto o padecido el pobre Doldán, nomás lo sabrá él . Va por aseveración de que desde entonces, en cada justa bochófila y con todo el respeto que se merece, no más que por las dudas se repita, el retrato de don Ismael Celentano se cubre con un pañuelo rojinegro, el cual con el mismo respeto y almiración se retira al cabo de la contienda. En contrapartida, al cuadro del salón de fiestas se le agregan espejitos en el marco cuando se realizan los torneos de truco, convencidos los players de que don Ismael tira señas de la carga contraria, así que beneficiado quien lo tiene de frente y desahuciado el que le da la espalda. Creer o reventar. Terrible poder del mito, no precisa de argumentos.

Varón erudito, el doctor Salvatierra se disculpa pero al fontina le falta estacionamiento, dice y aclara, lengua florida, un mito se costruye desde lo coletivo, se enriquece en sus propias contradiciones y florece cual imagen en la percepción popular, como el arte, funca a modo de intuitivo conocimiento.

Chau, saluda Marito, el pibe de la Cámpora, entonces Kirrner se va a hacer un mito, dale tiempo nomás.

Silencio sepurcral. Olorcito a fritanga que arranya de la cocina. Milanesas, aclara el Rengo Marinelli desde el mostrador, ¿alguien se queda a cenar?

Se anotan Carlitos Mercier y el Ruso. Cachito Frías no sabe, que tiene que ir a ver a la novia, razona, y las milanesas del Rengo lo dejan repitiendo gusto a frito y la piba se le queja de que así no le da ganas de nada.

Ese es un mito, se ofende la Divina Colombres, siempre atenta al verso y asomada a la cocina. El problema es el esexo. Una milanesita es nada, ahora que si se la morfan de a tres con fritas y a caballo, seguro que les pega al hígado.

Y tiempo de rajar. Mandale saludos al Goloboff, se despide Salvatierra. Serán dados, contesta el Ruso.

Ausencias que se notan. Nomás queda Marito apuntando a la última carambola y, colgado en la pared, justo arriba de la puerta del tualé de caballeros, don Ismael Celentano en tres cuartos de perfil, como regalando una sonrisa agradecida.

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