martes, 10 de mayo de 2011

REPORTAJES. Hoy: Celestino Barros

Por Gabriela Ruiz Carmona


Hace poco, el pasado 12 de enero, cumplió 89 años y está convencido de que llegará a los cien. Socio de los fundadores, ladero inigualable del Gran Ismael Celentano, tornero y metalúrgico de alcurnia, autodidacta, organizador sindical y protagonista de incansables luchas obreras. Vive hoy a costa de una escueta jubilación, postrado en silla ortopédica por una afección ósea, en su casa de la calle Bolívar, a cuatro cuadras de la sede del club de los amores.

Lucidez absoluta. Infaltable a la hora de conmemorar un nuevo 1º de Mayo. Hora de presentarlo, don Celestino Barros, padre de dos hijos en común con su primera esposa, Carmela Sudañez, de quien enviudó tempranamente, y de dos hijas y un varón con su segunda, también fallecida, Cristina Sudañez, hermana de la primera, menor en cuatro años. Quince nietos a cuenta, cinco biznietos hasta donde sabe, difícil que la memoria en esto le falle.

F.de M.: Después de todo, don Celestino, las cosas chanchas las hizo en familia. ¿Cómo fue eso de que primero una hermana y después la otra?

CB: (se ríe) Eran otros tiempos m’hijita. No se veía mal que el hombre enviudado le diera solicitud a una hermana de la esposa ya muerta para asegurarle la existencia. Marido ya conocido, como usted dice, los secretos quedaban en familia .

F.de M.: Pero convengamos en que mientras estuvo con la primera, no tuvo ojos más que para ella, ¿o ya la tenía en vista a la más chica?

CB: (más risa y algo de picardía) A decir verdad, la Carmela tuvo una larga agonía de cáncer sin cura. ¿Y qué podía hacer un hombre solo con dos hijos gurises, trabajando el santo día y luchando junto a su clase? De ahí que la Cristina, la menor de la Sudáñez, me ayudó a cuidarla y a criar los chicos. Y este hombre no es de fierro, ni con 96 encima, de carne y hueso. Era bonita la Cristina y se hacía desear. Las cosas pasaron. No es un crimen.

F.de M.: No digo eso. Tampoco es común que ocurra. ¿Pero siendo hermanas, no se le dio por compararlas nunca? Por ejemplo, pensar a cuál de las dos quiso más, o las quiso por igual.

CB: No. Nunca se quiere igual, vea. La Carmela era todo azúcar, mujer abnegada y un tanto sumisa, jamás una discusión, y en el amor una delicia, un caramelo masticable (risa). La Cristina en cambio más pícara, mal arriada, compañera de acero en la lucha, más tibia en el amor pero guerrera y discutidora. Llegó a delegada de las textiles de “La Argentina”. A las dos las quise diferentes.

F.de M.: ¿Y a quién más, don Celestino? Porque según dicen, usted era bastante picaflor en un tiempo.

CB: ¿Y eso? A mí me gustaba la milonga. Así como me ve ahora postrado, yo era un gran bailarín de tango. Era un león en la pista y no me perdía velada del Salón Voltaire, a dónde tocaban las mejores típicas y había buenas bataclanas. (Risas) Domingo de tarde, siempre había escusa para escaparse un rato y bailarse nos tangos.

F.de M.: ¿Y la esposa nunca se enteró?

CB: La Cristina sí. Una tarde, me acuerdo, se apareció en el Voltaire hecha una tromba, se paró en medio de la pista que estaba llena de parejas y fue cosa de verme abrazado a Margarita, que era la mejor milonguera del sur, una pluma hecha mujer, vea, y fue que la Cristina me vio entre el gentío que se paró arriba de una silla y me gritó: viejo crápula, te voy a freír las pelotas en una sartén y te voy a denunciar en el Comité. La típica de Alonsito, me acuerdo, dejó de tocar, último el bandoneón que se desgarró en el soplido. La Cristina se bajó de la silla y se fue caminando como si nada, silbando La Marsellesa, que era lo que siempre silbaba.

F.de M.: ¿Y usted?

CB: ¿Yo? Siga la orquesta, dije. Terminé de bailar una tanda con la Margarita, que no era para dispreciar, y enfile para la casa. Eso sí, nunca más volví al Voltaire por la vergüenza.

F. de M.: ¿Y ella lo perdonó, supongo?

CB: No. La Cristina no era mujer de perdonar. No me llegó a freír las partes, eso sí, porque anduve cuidándome tiempo largo, que hasta para dormir, dormía agarrándome ahí abajo. Me denunció al Partido por corrupto y mismo en el Sindicato, pidió sanción y me la dieron. Es que antes se cuidaba la ética. También en el glorioso, me acuerdo, la Cristina se plantó en reunión de Comisión Directiva y pidió sanción. Y así fue que don Ismael Celentano, con todo el dolor del alma, me pidió la renuncia de la Secretaría y me dieron diez años sin ejercer cargo alguno.

F. de M.: ¿Y después de eso siguió yendo a las milongas?

CB: (risas) De vez en cuando, pero nunca al Voltaire. A otras milongas y con la Margarita, que era como un amor imposible, un amor inaccesible y tramposo que nacía y moría cada dos o tres minutos, lo que duraba el tango.

F.de M.: ¿Otro amor, la Margarita?

CB: Es posible. Si, visto a la distancia.

F.de M.: ¿Y la Cristina nunca quiso acompañarlo en el baile?

CB: No le gustaba el tango. Decía que era un lamento de cornudo, flojera hecha música.

F. de M.: Dejemos a Cristina. Hablemos del mito, de Ismael Celentano, que usted lo conoció como pocos. ¿Algún recuerdo en particular?

CB: Y sí. Yo era un purrete cuando don Ismael echó a andar el club, que entonces era toda una concepción social y política, era el pensar de una institución forjadora de humanismo socialista, un lugar para cobijar el pensamiento crítico y científico, un faro alumbrador de una nueva sociedad que podía construirse desde las bases obreras y populares. Eso era el Club Fulgor de Mayo, no lo que es ahora. Y yo entré allá por el 33 o 34, porque mi padre me entusiasmaba, obrero de fundición y anarquista, me entusiasmaba y entré en el primer pelotón de Pioneros Fulgurenses, a imagen de los Pioneros Bolcheviques, que hasta un periódico infantil teníamos y más de un pibe aprendió a leer y escribir con aquel folletín.

F.de M.: ¿Recuerda algunos que estuvieron con usted?

CB: (silencio) Algunos, si. (Pausa) Algunos.

F. de M.: Está emocionado, don Celestino.

CB: No, m’hijita, pasa que estoy orinando en la bolsita que tengo acá abajo (pausa). De compañeros de ruta me habla (pausa), montones y casi todos muertos (pausa).

F.de M: Lo espero, no se apure.

CB: Si no le molesta. (Pausa). A esta edad, uno pierde la vergüenza, m’hijita. Ya está.

F.de M.: ¿Me decía?

CB: Muertos muchos. Algunos por los años, muchos en la lucha. Vea, no hay gobierno que no me haya metido preso a mí. Tenía 15 años cuando integré la primera célula comunista, antes del cuarenta seguro, en la metalurgia, gobierno conservador. Cuando la huelga del 36, pasé por la Sección Especial. Diez días apaleado en la seccional 17 de la policía, desmayado varias veces, quería el juez que firmara un papeleo. Pasé dos años a la sombra pero me salvé de que me mandaran a Usuhaia, que eso era muerte segura. Otros tuvieron menos suerte. Caímos en el 41 y salimos, caímos en el 42, que fue cuando allanaron el glorioso, y ahí fuimos todos, Ismael Celentano primero, siempre igual acusación, que éramos izquierdistas, gobierno de Castillo, creo, a veces las fechas se me cruzan, y bué, en el 44, que fue cuando se planeó un insurrección para derrocar al gobierno del general Farrell con el Movimiento Patria Libre, que ahí fue un tiroteo con los facistas de la Alianza Libertadora y hubo varios muertos de ellos y nuestros. Y sigo, querida, en el 46 o 47 fui preso en el gobierno de Perón, cuando intervinieron a los metalúrgicos para hacer el sindicato peronista y ahí conocí la picana eléctrica, que era el último invento del estado, y salí y volví a entrar, a veces con Celentano, que andaba fugado. Después, en el 57, varios meses, en la dictadura de Onganía también, que ya no estábamos en el Partido pero igual, o peor. En el 75 me dinamitaron la casa las Tres A, que allí nos salvamos de casualidad con la Cristina. En el 77 me desapareció un hijo, el Rubén, y cuatro años estuvo presa en Devoto la Vilma, la segunda hija que tuve con Carmela. Eso fue peor que si me hubieran pegado a mí. A mí me tuvieron quince días en un campo, se cansaron de darme y me largaron. No tenía nada para decirles.

F.de M.: Qué historia.

CB: La de muchos. Por eso digo que soy un sobreviviente de la historia. Un lunático que debió estar muerto hace años y que de casualidad sigue vivo en silla de ruedas, nomás útil para dar testimonio a quien quiera escuchar.

F.de M: ¿Y Cristina, su esposa? ¿Cómo vivió ella toda esa experiencia?

CB: Al lado siempre. No me fritó las pelotas nunca y las salvó más de un vez. También ella sufrió la cárcel cuando la huelga de la textiles en el 40, pero en esa época, por mujer se la respetaba más. Fue condecorada por Evita con una orden de no sé qué, y herida de bala en los tiempos de Frondizi, o de Guido, que casi se me muere. Lo peor fue cuando la última dictadura, cuando se llevaron al Rubén. Creo que allí empezó a flaquearle el alma o lo que sea. Igual siguió, anduvo en la Plaza de Mayo con las Madres, pero ya no era la misma. Estaba cansada los últimos tiempos, sentía que nada de los ideales podían coronarse. Murió en el 94.

F. de M.: ¿Y usted, don Celestino, qué cree? ¿Qué piensa de los ideales?

CB: ¿Yo? (pausa). ¿Qué pienso? ¿Qué viví al cuete tantos años? (pausa). No. Más, fue lindo estar vivo, creer en algo. Eso decía don Ismael Celentano, que lo mejor de estar vivo era el convencimiento de que una sociedad de libres productores era posible.

F. de M.: Eso no lo va ver, ni usted ni yo, creo que lo sabe.

CB: ¿Y qué quiere m’hijita? ¿Qué me muera mañana pensando que no fue posible? No. Mientras me quede un suspiro en los pulmones, voy a seguir creyendo, eso me dijo Celentano un día antes de morirse.

F.de M.: Celentano. Todo remite a Ismael Celentano.

CB: Es que fue el hombre que nos insufló la voluntad. Era un pensador convencido y convincente. Tenía esa capacidad que pocos tienen de transmitir calentura al corazón y armonía a la cabeza. El Fulgor de Mayo fue su inspiración. Quizás hoy, si se levantara de la tumba y viera lo que es hoy, seguro que volvería morirse porque esos cuatro o cinco que se juntan a copetear en el bar no le llegan a los tobillos. Charlatanes. Ahora con una computadora haciendo boludeces.

F. de M.: No los quiere nada. Le aclaro que esta entrevista es para publicar en Internet, en el blog del club.

CB: No me diga (pausa). ¿En serio?

F.de M.: Si. La idea es que más gente conozca y sepa del Fulgor de Mayo, de Ismael Celentano y de todos los que hicieron posible la existencia del club. Que es una historia muy rica, ya lo ve. Usted mismo lo cuenta.

CB: Mierda.

F.de M.: Una última pregunta, a propósito de lo que se cuenta de las tres leyes dialécticas, usted sabe, la inspiración de Ismael Celentano en la carbonera, ¿qué hay de cierto? Es decir, está claro que es una leyenda pero realmente, debe de haber algo en que se apoya.

CB: ¿A dónde quiere llegar, m’hijita?

F.de M.: Eso. ¿Cuáles son los elementos ciertos?

CB: (larga pausa) Vea usted, las tres leyes dialécticas están en el acta fundacional y eso es lo importante, eso es lo que hace al gran Ismael Celentano. (Pausa). La carbonera existió hasta los 50, casi los 60. Por la tarde, cuando se cerraba el obrador, era un buen lugar para pensar en las cosas por el silencio que había, las vías, y el campo atrás, y los primeros rancheríos, y el barrio que se iba haciendo. (Pausa) Todo es leyenda. Y toda leyenda se construye lentamente, de padre a hijo, de hijo a nieto. Es un molde de hierro. Allí se graba, se enriquece y nos lega. ¿Qué sentido tiene cambiar ese molde o retorcerlo si nos ayuda a comprender por qué estamos aquí o para qué luchamos? Déjelo así, m’hijita. Póngale que don Ismael Celentano estuvo con Carlos Marx leyendo la Miseria de la Filosofía en el Monte Olimpo de la Carbonera. Que estuvo con Hegel, póngale también. Y con Sartre. Y con una corte de ninfas, eso también. Y conmigo, con la Margarita, bailando “El Choclo” en un piso de carbonillas, en patas los dos, los pies que al final se hicieron zapatos de charol con el negro mineral fregado en el roce de la piel. Póngalo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario