sábado, 11 de mayo de 2013

Caro Polvo



No sería más que una colunna cholula si no fuera por las tan enimáticas como sensuales insinuaciones de mi entrañable amiga María Pía Legarreta, nomás que recién llegada de Holanda, a donde viajó pa estar presente en la boda real, según ella, con invitación espresa de los Zorragueita.

Entusiasta militante de los años setenta a quien ya presenté en anteriores opúsculos, por aquel entonces un camión con acoplado que conocí en una de las tantas peñas que se hacían en los locales del troskismo vernáculo, hoy devenida en divorciada señora de un platudo que le banca el derpa en Barrancas de Belgrano, María Pía es una buena mina,  se mantiene en forma  y punto. Cacerolera consetudinaria, mal arriada como todo porteño que se precie, oviamente que virulosa antikirrnerista de origen, o desde la primera vez que tuvo que escuchar a la Presi en una cadena nacional justo a la hora de Tinelli, cuando primeriaba una almóndiga al estofado, con todo, pa este cronista entrado en años, a la verdá, María Pía le supone una enciclopedia viviente en las artes del camasutra y tal erudición, debe acectarlo, condiciona al resto de sus cualidades itrínsecas.

Decía pues que, recién llegada de los Países Bajos, me telefonió pa una cita en bacán bodegón de Palermo. No tengo un sope, le espliqué. Yo garpo, me dijo. Y fui. Morfi asegurado y promesa de culminación carnal, ningún varón setentista se niega.  

Me esperaba sentada a la mesa y haciéndole a un trago verde como escupida de aquella del Exorcista. Holanda sí que es un país en serio, qué país, Marcial, me tiro por la cabeza nomás me cachetió el primer beso. Todo ordenado, limpio, la gente divina, tan respetuosa, así da gusto vivir, no como acá, que salís de tu casa y no sabés si te asaltan en la esquina, porque ELLA, te crees que escucha ELLA cuando la gente le reclama seguridad.

Introito que no era pa sorprenderse, merecía respuesta: ¿por qué no te quedaste a vivir allá? Pero mutis, el varón aquilata paciencia pa coronar una noche de éstasis y lujuria. Qué bueno, ¿la pasaste bien?, contame, son espresiones que abren el juego por las puntas para ispirar el centro atrás, cabezazo y gol.

Una verdadera reina, la Másima, sencilla, humilde, un ejemplo de autoridá, no como ESTA  yegua que tenemos, soberbia, corructa, una ditadora, Marcial, que porque la votan se cree que puede llevarse todo por delante, y ahora hasta la justicia quiere, y los dólares, claro, los dólares que ahora va a lavar como si nada. ¿A vos te parece?

Es de buen lunfa cerrar el pico cuando una naifa pela la viperina, más aún si el premio mayor todavía no fue cantado. Contame, che, ¿estuviste en la coronación?, esa es la posta pa enternecer y ablandar el matambre más duro.

Por supu, estaba hermosa Másima, y las tres hijitas, una medio gordita, pero rubias, preciosas. Fue muy formal, como todo protocolo real de tan estensa tradición. Lo más lindo fue verla en el balcón del palacio, así, saludando con la mano a la gente. ¡Cómo la quieren! ¡Como la almiran! Qué orgullo para nosotras, las argentinas. Y después el recorrido en barco, por los canales de Asterdan. Y ella siempre saludando así, con la mano y la cabeza inclinada, tan sencilla, tan humilde, no como ESTA hija de puta que habla hasta por los codos, como si fuéramos tarados.

Verla a María Pía saludando con la mano, en medio del restorán, al estilo Másima Zorragueita, era una espetáculo digno de almirarse. Más de un comensal la oservaba como a paciente del Borda y a la verdá, me daba ganas de cortarle el brazo. Pero no. Centrojás de hacha y tiza más que habilidoso, hace la pausa y piensa.  ¿Y él?, le pregunté. ¿Quién? El rey, flaca, tiene una jeta de nabo que mata. ¿Wiljeim? Qué se yo cómo se llama. Mirá, Marcial, no es ningún nabo, según dicen, la primera noche que la conoció ya le hizo el amor, como en los cuentos de hadas. Ma que cuentos, flaca, en los cuentos el príncipe nomás le da un beso, seguro que ella le hizo francesa completa, pelo, bigote y barba, servicio vip, la nami cazó la oportuna y a cobrar. Aparte, por lo que sé, no es ninguna gilastruna.

María Pía me atajó. No se puede hablar con vos, Marcial, yo vengo toda emocionada a contarte y vos…, vos, vos no me escuchás, vos te reís, te burlás. No, flaca. Sí, que no. En serio que no, soy toda oreja, dale, contame, no te enojes.

Pausa pa tomar aire. Siguió. Lo peor de todo fue tener que aguantarlo a Budú, me confesó. Viajar miles de kilómetros y encontrarse con el vice haciéndole reverencias a Másima, no es justo. ¿Te das cuenta? Es lo mismo que hicieron con el Papa, que le dijeron de todo cuando era arzobispo de Buenos Aires y después le rindieron honores. No me estrañaría que ese Budu haya llevado dólares de ELLA para lavar en Holanda. Yo ya creo cualquier cosa.

Y bué, si le crees todo al gordo Lanata, estás al horno, le tiré el sablazo.  

María Pía me miró como si quien suscribe fuera Lucifer encarnado. ¿Ahora me vas a decir que Lanata miente, con todas las pruebas que tiene?, me atajó de puntín. ¿Pruebas?, le susurré. Todo, sí, lo sabe todo y tiene el valor de denunciarlo, se esaltó y ya los pitucos de la mesa de al lado la junaban como diciendo está loca pero tiene razón. Así que varón que nada contra corriente, hace la plancha a tiempo. Seguí, contame, le espiché. Pero tarde. No, Marcial, vos no me escuchás, no me entendés, y lo peor es que estás dominado por ese resentimiento tan kirrnerista, ese odio con que ELLA nos divide como sociedad.  Paciencia del hombre: pero si no dije nada, casi ni hablé. Y mina dolida: no hace falta que lo digas. Con sugerirlo, basta.

Complicada la mano, peor que si te cantan falta envido a dos puntos del final. Por suerte, vino el morfi, algo así como unos churrasquitos  con ensalada y una crema más dudosa que multa vial en la ruta 14, pero plato bien finoli, eso sí, de nombre franchute y con hojas verdes. Buena merca para apaciguar los ánimos, sumando un tinto sobiñón que era pa esprimir la botella. Así que me le abalancé al manjar con los dientes afilados mientras María Pía me confesaba: yo ya no tengo hambre.

Corte y quebrada bien tanguera, nada mejor que caldear con gracia el gélido aire de la circustancia. Ahora que incorporamo una nueva provincia al Sacro Imperio Argentino, le sugerí, habría que hacer una reforma costitucional pa la coparticipación holandesa en el presupuesto, y a cambio de eso, a la bandera de ellos le vendría bien un Gauchito Gil bordado en el medio, por ejemplo, o que en vez de tulipanes reconozcan al machazo ceibo como flor nacional, o que algún canal de todos los que tienen pase a llamarse Aliviador General San Martín, digo,  o la selección de fulbo naranja, que acecten a Caruso Lombardi de director ténico, digo, ¿no?, qué te parece.

Tuché. María Pía se sonrió y fue un regalo pa mis ojos. Embuché el último cacho de churrasco y arranqué con el plato de ella, sobiñón mediante.

ELLA tiene la culpa, la escuché susurrarme a la oreja, bien bajito y mirando a los costados como con miedo. Estamos todos bajo sospecha, Marcial, me parece que el mozo nos estaba escuchando.

Miré pa un costado y pal otro. Lo más prósimo a la mesa era una Mireya platinada que me relojeaba como a sapo de otro pozo mientras se manducaba una merluza o similar con papitas nuasé nadando en salsa.

¿Tas segura?, le pregunté. ¿No te parece que esagerás?

Vos no tenés problema, pero si fueras opositor al Régimen, seguro que tendrías miedo, me calzó María Pía. En Holanda me sentía tan libre, susurró a la final.

Centro a la olla, el lungo siempre listo pal cabezazo. ¿Qué te parece, entonces, si vamo a un lugar más tranquilo?, le chamuyé onda Rober Relfor.

María Pía sacudió una dorada pa garpar la cuenta y quien suscribe le abonó la propina al sospecho batilana que la iba de mozo, que encima me junó como diciéndome berreta, pijornia, viejo choto, y andá a la puta que te parió. Pero a quién le importa. Camino abierto en la maleza, un talibán al volante, María Pía le apuntaba al derpa de Belgrano mientras este cronista apuraba la digestión y ya se ponía cariñoso.

Dicen que en Asterdan hay una yeca que está el minerío en oferta, lo mejor del laburo sesual del mundo, le acuné a la oreja como pa ir calentando el ambiente. María Pía se sonrió sin quitar la vista del parabrisa, pura sugerencia, pura promesa, como diciéndome que esperá que te agarre yo, vejete. Vas a pedir ausilio, vas a pedir.

La intimidá no es motivo de la crónica. Pero vale aclarar que dejamo el auto a una cuadra del bulín, visto que no es seguro llegar así nomás hasta la cochera. Le hice de campana mientras ella abría la puerta del edificio, entramo rápido al asensor y ella con un espray de gas pimienta a mano, por las dudas que hubiera un pibe chorro esperándola, me dijo, y ya una vez adentro del derpa, revisó media hora los rincones, no fuera que los servicios le hubieran chantado micrófonos. A la final, antes de mandarme a duchar, que por poco me baña en Espadol, me mostró orgullosa la coleción de cacerolas con las que sale a batir espontaniamente cuando la convocan por el féisbuc. Son nuestras armas, Marcial, hasta que se vaya ELLA, me confesó como arrimándose a querendona. Y punto. Ya lo dije: la intimidá es la intimidá. Y el macho se aguanta lo que sea por un cacho de amor.
      

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