miércoles, 8 de mayo de 2013

Ese espicher del Dr. Salvatierra



Como un decir, el doctor Salvatierra anda como descorazonado, o mejor dicho, deseccionado ante tanta innoracia. Así explicó el Rengo Marinelli viernes pasado mientras preparaba la primera ronda de vermuces bajo la atenta mirada de la Divina Colombres, que en eso de pijotearle al gancia es una esperta y si fuera por ella, el vermu no pasaría de limonada.

Ahora que, volviendo al doctor Salvatierra, según el Rengo, la historia lo mancó de apuro con esto de los proyetos de reforma judicial y no le dio tiempo a nada. Boga erudito y preclaro en las ciencias leguleyas, toda una vida dedicada a la justicia, kilómetros de suela gastada en los pasillos tribunalicios, horas interminables dilapidadas en tratos con sus señorías, achicharradas sus retinas de tanto embuchar escritos y fayos, lo menos que quería el varón era que alguien lo escuchase.

La cosa fue que cuando recién empezaba la menesunda y nadies sabía de qué se trataba la historia, el presi del glorioso, le ofreció al tordo la istalaciones del salón Ismael Celentano para que, propias palabras de don Leopoldo, se esplayara con su inflamada verba en aras de esclarecer a la masa fulgurense ávida de conocimientos sobre estas cuestiones.

Y sí, tengo mucho pa decir, acectó el varón y, a modo de anuncio publicitario, la misma frase, “Tengo mucho pa decir”, y con su foto en tres cuartos perfil, anduvo empapelando las istalaciones del glorioso con cartelito fotocopiado que convocaba a su primera conferencia intitulada interrogativamente: “¿Reforma o Maquillaje de la Justicia?”

Hablar de fracaso es poco, o mejor dicho, no resume la circustancia. Presente a la hora de inicio, primera fila y medio que obligado por haber sido el ispirador de la iniciativa, estaba don Leopoldo Sastre junto a la tesorera, la señora María Josefina García, ambos dos en representación de la CD. Más atrás, el Ruso Urbansky, siempre interesado en meter bocadillo, Sara Amatti, la diretora del Escuela 24, con más dos pibes estudiantes de derecho y tres lunfas que se arrimaron por andar de paso, convencidos que la cosa terminaría con copa de vino y entremés. El resto eran sillas vacías, paisaje desolador capaz de desanimar al más pintado. Con todo, asegura el Ruso que el tordo se mandó el espicher como chamuyando a una multitú de fanas, acaso remembrando su inigualable prosa de los tiempos juveniles, cuando encendía corazones en las aulas universitarias.   

La segunda conferencia fue idea del Negro Gutiérrez, el de la gomería del Camino de Cintura, que no entiende un joraca de la cuestión pero que, nomás de ver al boga amigo tan desilusionado, lo convenció de repetir el convite, nomás que cambiándole el título a la disertación por otro consideró más efectivo con el mismo tenor interrogativo: “¿Qué hacemos con los jueces, eh?”

El mismo Gutiérrez se encargó de hacer fotocopiar la cartelería y mandó a sus pibes a colgar los anuncios en los negocios del barrio, a lo que le agregó un parlante en la puerta del club, la mañana misma del evento y hasta la tarde, con una grabación de su autoría que decía más o menos así: “¿Que hacemo con la justicia, eh? ¿Se queda como está? ¿A vos que te parece? No seas bruto y entérate. Hoy disertación espetacular del dotor Marcelo Salvatierra, diecinueve horas, no te la pierdas”. Y atrás, de fondo, las notas del hinno fulgúrense cantado por el coro de la Escuela 24: “Nacido en barrio de latas/ estampa obrera, sudor y cayos/  pasiones mi club desata / glorioso Fulgor de Mayo” .

Efetividá propagandística o hecho mismo de la que menesunda entre Diputados casi había llegado a los trompis, cuando la tarde de la conferencia, el salón Celentano lucía más mejor, no digamos que lleno completo pero a lo menos saludable: los muchachos del bar buffé, a pleno. Los viejos de las bochas, medio que obligados por el Cabezón Lagomarsino, presentes. Una barra bullanguera, no más de cinco, con bombo incluido y banderola “Mercier Condución”, se arrimó de la manos de Carlitos Mercier, peronista de Perón y puntero ineternum. Así que nomás se enteró Marito, el pibe de la Cámpora, movió a los suyos, seis o siete con pechera Unidos y Organizados. La nota de color, no ostante, la dio Raulito Marchán, el hijo de la farmacéutica, que se apareció con una delegación del “Movimiento gay-lésbico del Barrio Testil Argentina”.

Quintaesencia de la erudición hecha carne y güeso, el doctor Marcelo Salvatierra se presentó con un introito sereno, casi una confesión de fraile plena de tenicismos jurídicos, pero antes que tarde, despachó su verba incendiaria, discurso vibrante como pa resucitar muertos, nomás que apenas interrumpido con estudiados silencios en los que junaba al auditorio con su gélida mirada, pa arrancar de nuevo con “apasionados remates, zarpazos dialéticos que hacían hervir la sangre, retóricos sopapos de fecunda ilustración llamados a despertar la conciencia cívica en una amalgama de patriótico fervor y clarividencia ciudadana”, según publicó después la columna crítica del semanario “El Imparcial” de Barrio El Progreso.

A la verdá de la milanesa, hay que decirlo, el doctor Salvatierra sacó lustre de sabihondo pico. El problema fue que la inorancia del auditorio, incluida la de quien suscribe, no pudo descular la profunda esencia de las cuestiones planteadas en torno a los seis proyectos de reformas para el Poder Judicial, cuestiones que el  boga desmenuzó con paciencia franciscana y tal exceso de tenicismos que por momentos parecía que hablaba en japonés. La inquisitoria que le abonó el pibe Marito a la postre del discurso, fue la síntesis final que quedó flotando entre la mersa: Pero a la final, dotor, ¿está a favor o en contra de la reforma? Y la respuesta del tordo no hizo más que dejar congelada a la tiniebla conositiva de un auditorio precisado de guía espiritual: vana pregunta, querido rapaz,  tronó como un cíclope, ni a favor ni en contra, ni mala ni buena, si se me permite, insuficiente, imprecisa, inocuos laxantes de imberbe alquimista cuando los culos malolientes de sus señorías requieren de supositorios de trotyl y de flamígeras enemas reconstituyentes, módicos silogismos frente a códigos de procedimientos varados en las lóbregas catacumbas de la historia, si se me permite, cagaditas de gorrión.

Silencio respetuoso de aquel auditorio, no faltó el que asintiera con la zabeca ni aquel que alguna vez la fuera de monaguillo y entonces mirara al cielo como pa salvar el alma del tordo.     

Claro que nada es sencillo en la esistencia especulativa de un inteletual de la talla del doctor Salvatierra. Nomás cuando el varón desciende al montaraz terruño de una mesa amiga, generosa en vermuces y copeteos como  en prosaicas emulaciones de más bastos gomías, allí la enjundia se le hace labia franca  y la ilustración se le traduce en gracioso doblez o en pedestre opinión, como ahora, cuando la Divina Colombres arrima una tanda de ingredientes henchidos de espirituoso colesterol mientras el Rengo Marinelli riega el ejercicio masticatorio con faroles de Cinzanos y fernet. Los poderes del estado son inevitablemente colonizados por las clases dominantes, dice el doctor, si se me permite, es una cuestión tan elemental que hace la supervivencia de todo sistema, y sin embargo nadie lo reconoce. Muchachos, queridos muchachos, no se engañen, la careada independencia de la justicia es hija de la revolución burguesa, de los derechos individuales, pero fenece cual mariposa de dos días al menor atisbo de cambio social. Cuando escucho hablar a esos pelotudos de la independencia judicial, me da nausias, me da.

Silencio meditante. El pibe Marito, en la mesa de billar, va por la segunda carambola. El Cabezón Lagomarsino propone un brindis por la aplastante victoria del tim bochófilo sobre los archienemigos del Social Italiano. Carlitos Mercier impone otro por el papa Francisco, que es cuervo y peronista, dice, y por la reina Másima y la nueva comunidá holando argentina vaticana, una potencia espetacular. Y dale que va, la vida sigue, che. Nomás el Negro Gutiérrez se quedó pensando en eso de la justicia: ¿dotor, no le parece una exageración eso del supositorio y la enema?

Sonríe Salvatierra mientras contempla el ambarino elísir del Cinzano. 

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