miércoles, 26 de marzo de 2014

Precios Cuidados




Manyado epítome que la masa fulgurense abona desde los tiempos fundacionales del gran Ismael Celentano, el compromiso social es un sinecuanón del trajinar cotidiano, premisa que se chanta como escarapela en la solapa de todo asociado, desde el piberío de las inferiores fulboliísticas hasta la lúcida veteranía del clan bochófilo. Pa la ocasión, ni hacía falta que la CD se reunieran en sesión estraordinaria, visto que la inquietud palpitaba en la mondiola de los socios más caraterizados, pero igual, reunión hubo y proclama se hizo de que el club de los amores no podía ser ajeno al llamado de la hora, es decir, ponerle freno a la especulación y controlar que nadies se hiciera el otario clavando precio indebido a los artículos de prima necesidad, o bien engayolándolos en la nube de Úbeda o en el fiero depósito de atrás. Nomás era cuestión de selecionar a quien echarle el ojo, si al Guolmar de la Avenida Centenario o al Coto de la calle Iriarte. ¿Y por qué no a los dos?, plantió Maldonado en la CD, la cosa era mentalizar a la fuerza propia.
Claro está, la mesa consetudinaria del bar buffé no podía estar ajena al convite. Y así que así, el Rengo Marinelli, único concesionario habilitado, cazó el telefunquen y llamó a los de siempre haciéndola corta y bien enigmática pa evitar gastos de comunicación: la vermucera de los viernes a la noche, se pasa pal sábado mediodía, pero en vez del bar buffé, en el playón del Guol Mar, cerca de la entrada, no faltar, nomás que se suspende por lluvia o meteorito. 
La cosa estaba clara y nadies se haría el sota. Once de la matina, ya estaban los de siempre según lo acordado, todos como haciendo fila alderredor de la mesa mientras el Rengo Marinelli ultimaba el armado del esenario de la militancia fulgurense. ¿No es medio temprano pa arranyar?, pregunta obligada. De ninguna manera, estimado amigo, explicó el doctor Salvatierra como pa que todos lo escucharan, el vermú del mediodía es para las once pasaditas, once treinta, ponganlén, ni antes ni después. Esa es la hora pal trago entrador sabatino o dominguero, es el istante fecundo del  brebaje decidor, tierno y sensiblero que acaricia la papila gustativa, la mece como a un bebé y le hace el entre al morfeteo que se anuncia. El vermú del mediodía, si se me permite, es la encarnación misma de Dionisio con su corte de silenos y ménades del tíaso prestos a echarle cancel a la preocupación, al temor y lo cotidiano.
Eruditas palabras que siempre se le agradecen al tordo, el Rengo Marinelli había finiquitado el armado del escenario. A cinco seis metros de la entrada del híper, había plantado lo nesario, a saber, un improvisado estaño con dos caballetes y tabla horizontal donde se lucía la mercancía; la mesa de siempre, una que trajo del bar buffé, con todas las sillas previstas; tanque de aceite cortado al medio con rolitos haciéndole aguante a las botellas; sombrilla, la de la canchita de papi fulbo, con los colores rojinegros del glorioso; y para coronar, cartel en fina tela pintada a la témpera: “ATENTI CACHAFACES, ESTAMOS JUNANDO PRECIOS”.
Espetacular, graficó la Divina Colombres endemientras acomodaba utensilios. Pero espetacular estaba ella, con un toque de glamur eseccional, vestida para el entuerto, con pollera cortina ajustada tipo matambre y remera colorada de generoso escote que era un coliseo molumental pal zangoloteo de sus atributos. Se vino fajada como para una orgía, doña, le sacudió de entrada el Negro Gutiérrez. Y la respuesta de la Divina no se hizo esperar: una vez que el Rengo me saca a pasiar, hay que ponerse bonita.
Hay que decirlo antes que nada: la iniciativa pintaba para el ésito rotundo. El sol de marzo con leve brisa del este acompañaba de gomía. La sombrilla rojinegra apenas se movía pero llamaba la atención. La mesa consetudinaria de los viernes estaba en pleno y ya acomodada a las sillas, clamaba por la primera ronda de vermuces. La mersa que estacionaba los autos en el playón, no más que se avenían con los changuitos para entrar al híper, junaban de cotalete o se arrimaban derecho viejo y allí los atajaban los pibes del billar, Marito y el Oreja Perez, o Mariela, la profe de patín, pa entregarles el listado de los precios cuidados impreso en delicada hoja con membrete del Social y Deportivo y con la consigna de la hora: “NO SE DEJE ENGATUSAR”.
Ésito rotundo es poco, sacudió Carlitos Mercier mientras se anotaba con Cinzano y ferné para inagurar la jornada, ahora que, alguno tendría que ir adentro y ver si están los productos del listado o si los tienen escondidos. Para eso hay tiempo, le saltó el Ruso Urbansky, cincuenta años de militancia clandestina a cuestas, primero hay que llamar la atención, atraer a la masa, convocar a la participación, y después la acción, para mi un Gancia con yelo y una escupidita de soda. Es cierto, ratificó el Cabezón Lagomarsino, capitán del tim bochófilo, primero hay que arrimar al bochín, pa desparramar no va a faltar oportunidá, ¿puede ser una copita de blanco bien frío? Eso es de maricones, sentenció el Negro Gutiérrez, el de la gomería, vino blanco toman las minas,  ¿hay salamín?, sinó, vamo adentro y compramos una longa y dos o tres picado grueso. Tranquila la hacienda, saltó el Rengo Marinelli de atrás del mostrador, es decir del tablón, está todo previsto pa los ingredientes, vamos despacio que la jornada es larga. Dos Fernando dos para Marito y el Oreja que están haciendo la volanteada, saltó la Divina.
Esito rotundo que antes que nada puso en alerta a los capangas del hiper y amenazó con encarajinar el encuentro. ¿Qué es esto, un pic nic?, acá no se puede, se arrimó un farabute con jeta de guapo. Pero previsto que estaba, el Ruso Urbansky lo atajó al pie. Perdón, empecemos de nuevo, le dijo de buenas maneras, Buen día, ¿usté quién es? ¿Es policía? No, a mí me mandaron a preguntar, se escusó el quía. O sea que es un empleado, siguió el Ruso, un empleado, un laburante, un esplotado de la corporación multinacional Uol Mar es usté.  Y sí, mas o menos, se disculpó el fulano. ¿Más o menos esplotado?, siguió el Ruso. El lunfa como que se quedó sin palabras. ¿Usté sabe lo que es la plusvalía?, vea, yo le voy a explicar, y ahí arrancó el Ruso con una esclarecedora leción de economía política marsista que le traformó la trucha al cofla. Endemientras, primera ronda de vermuces  servida por las delicadas manos de la Divina Colombres, salió con ingredientes más que abundantes: manices, palitos, aceitunas, lengua a la vinagreta, porotos al aceite provenzal, salamín tandilero y queso picantón, todo acompañado con rodajitas de pan tostado al oliva con ajo, lo que se dice una explosión de sabiduría gurmé.
Cuando el Ruso finiquitó la oratoria, en atención a su aporte, la mesa toda estalló en un cerrado aplauso. El enviado de la patronal se disculpó amablemente, no sin antes aclarar que regresaría pronto con personal de seguridad. Pero ni un paso atrás, se plantó el doctor Salvatierra, la ley nos ampara y la voluntad es nuestro norte. Si, señor. Dicho y hecho. Primera en arrimarse, una señora,  cuarenta largos, caripela de alta clase. Buenos días, se presentó mientras relojeaba los ingredientes sobre la mesa, ¿esto es una promo?, ¿se puede probar? Y silencio sepurcral, miradas como de velorio, cuestión que la mina cazó un escarbadiente y le apuntó al salamín, justo en la narices del Negro Gutiérrez. ¿Qué hace, doña?, el Negro la paró en seco. La mina se quedó con el palito en el aire. ¿No es una promo? No, doña, ¿no vio el cartel? La naifa miró pa atrás mientras que, amablemente, Carlitos Mercier le alcanzaba el listado de los precios cuidados. Y ahí cayó. Ah, son del gobierno ustedes, dijo. Más silencio sepurcral. Había que esplicarle pero nadies tenía ganas. Nomás la Divina Colombres, bandeja abajo del brazo, se le arrimó pa ponerla en órbita de la historia del glorioso y del compromiso social, pero la señora no estaba pa perder tiempo. Se disculpó, hizo un bollo con el listado de los precios y puso primera. Pero tomatelá, chantó por lo bajo el Ruso, muy respetuoso, nada de andar a los gritos, porque aquí estamos pa esclarecer. Eso, salú, merecido brindis que se hizo y alguna copa quedaba vacía.
Ésito categórico, goleada indiscutible. Segunda ronda de vermuces y festejo a cuenta, justo cuando Marito, el pibe de la Cámpora, anunció el parate viejo, antes que se pongan en pedo, hay que entrar y controlar los precios. Una comisión inspetora, hay que elegir, tiró Mercier, ¿quién se ofrece? El Rengo Marinelli levantó la mano. Pero el Rengo no, ¿quién va a preparar los tragos? Cierto. Mariela, la profe de patín, un budinazo atómico, ¿quién le va a negar la inspección? Mariela y el Negro Gutiérrez. Aprobado. ¿Alguien más? Uno más. ¿Doctor? Faltaba más, pero el tordo está para cosas superiores, mejor voy yo, se apuntó Lagomarsino. Aprobado. Y allí se fueron los tres.
Disminuida por el quehacer militante, la mesa consetudinaria del Fulgor quedaba espuesta. El pibe Marito y el Oreja, sólos para la volanteada. Hacían falta repuestos, a lo menos pa acompañar los tragos y hacer el aguante al doctor Salvatierra, ya imerso en un erudito discurso sobre las causas estruturales de la inflación, que no es lo que dicen los economistas de pacotilla, si se me permite, caballeros, así esplicaba, voy a ser conciso y breve. Pero minga. Segundo farol vacío, el boga tenía pa rato y endemientras se introducía en el analis bateriológico del capitalismo, no faltaron quienes se arrimaron al fogón. Despacito, como midiendo, primero una pareja juvenil, puro oído ella y puro diente él, que lo primero que hizo fue manducarse una lengua a la vinagreta. Después, familia completa con tres hijos tres, peligro iminente, atajen los platitos, el dorima enseguida se dio cuenta. ¿Por qué no vas yendo con los nenes que yo te alcanzo enseguida?, le sacudió a la jermu. Y tras cartón, tres señoras veteranas, muy educadas. ¿Se puede? Pero cómo no, enseguida el Rengo habilitó otra mesa con respetivas sillas, ¿qué se van a servir?
Una de la tarde y la cosa apuntaba para el oro olímpico. El doctor Salvatierra se disponía a responder las inquisitorias de un auditorio seducido por su verba inflamada. El Rengo Marinelli y la Divina Colombres hacían cuentas de los dividendos  que el bar buffé a la intemperie abonaba bonito. El pibe Marito y el Oreja habían sumado dos volanteras solidarias y aspiraban a más. La   patronal del Guol Mart había desistido de imponer la fuerza de los cosacos y nomás disponía de dos guardias atentos en las imediaciones.  Nomás faltaba la comisión inspetora, que ni noticias había y habría  que ir a buscarlos, sugirió Mercier, no sea que los tengan secuestrados en la cárcel de Guantánamo, nunca se sabe con los americanos, el Negro Gutiérrez que se joda pero la Mariela sería una lástima. Hasta la Divina empezó a preocuparse, ni por el Negro ni por Mariela, por Lagomarsino, muy calentón, aclaró, capaz que se puso a los gritos si faltaba la yerba Amanda, que seguro que no hay.  
Y en eso estaba la menesunda cuando se los vio venir. La Mariela delante, como apurando el paso. Más atrás, el Negro y Lagomarsino con un changuito cargado. De paso hicimos compras, chantó el Cabezón nomás que se avino, mientras pelaba una longaniza de medio metro. ¿Y los precios cuidados?, preguntó Mercier. La Mariela tiene todo anotado, sacudió el Negro Gutiérrez a la vez que desempolvaba un frasco de picles, otro de aceitunas negras y un cacho de cuartirolo que está para el crimen, dijo, córtalo en tiritas, Rengo, no hagás cagada. Ovio, los tres venían más sedientos que beduino. La piba Mariela se arreglaba con agua pero Lagomarsino, a lo menos que podía aspirar, era un Gancia con limón, medio rebajado con soda, cosa de no esagerar. Lo mismo para el Negro pero sin pijotearle, que después de todo, ¿quién llevaba la parte dura de la militancia, eh?, ¿quién se había bancado la bronca de los Guol Mar por la inspeción, eh?, ¿quién, eh?, ¿mientras que aquí la pasaban joya, eh? Silencio, más respeto, no ve que el doctor está hablando, lo paró una de las tres viejas del auditorio. Y si. El boga fulgúrense tenía al público como hinotizado con la leyenda de Perseo, que vaya uno a saber qué relación le encontró con la inflación, alguna habrá, le aclaró el Rengo Marinelli, y gracias por los ingredientes, que ya no tenía más.
Ésito comovedor. A las tres de la tarde, la Divina Colombres se mandó para el híper y volvió como a la hora con tres botellas de Gancia, dos de Cinzano, tres sifones descartables y un paquete de yerba Amanda, que a la final apareció, dijo, la tenían ajoba del colchón. ¿Y para qué la yerba?, pidió explicaciones Lagomarsino. Pa la hora de los mates, o piensa seguir con los vermuces, lo inculpó la diva.
A las cuatro, minutos más o menos, el doctor  Salvatierra se cansó de parolar y se despidió con una frase en latín, muy festejada por la docena de fanas que se había hecho. Siga, doctor, le rogó una de las veteranas que lo relojeaba como enamorada. Y el tordo, rápido pal mandado, se ofreció a la clase privada, a domicilio si gusta, señora mía y sepa disculparme el atrevimiento, le susurró a la oreja, sonrisa entradora de por medio, pero esta su guerra es popular y prolongada, siempre hay un cartucho en la vieja mochila del combatiente. Ovio, con cinco faroles encima y sin nada sólido en la busarda, cualquiera se siente galán, lo acobachó la Divina Colombres. No se me ponga celosa, doña, la atajó el tordo, usté ya tiene dueño que si no, le hacía la de Agamenón.
Ésito para iscribir en los anales del glorioso, bastó que finiquitara la conferencia del tordo para que la tarde sabatina en los playones del Guol Mar se vistiera con más colores rojinegros, verdadera marabunta con el piberío del fulbol infantil y del patín artístico. Y así que las pebetas hacían la esibición de su destreza sobre ruedas y los varones se apuntaban para un picado entre los autos estacionados, los padres y madres se amucharon en comisiones pa hacer el contralor entre las góndolas del híper en un verdadero aluvión familiar que de seguro metió nervio entre la patronal y los cosacos de la guardia, cada vez que desde afuera se escuchaban los gritos por las zanagorias que no estaban las de 6 pesos, o el Cañuelas de pesos 7 con 32, y así de corrido, quejas a rolete.
De mas está decir, la mesa consetudinaria del bar buffé merecía un descanso. Ya había hecho punta en la militancia desde hora temprana y lo menos que podía pedir era una nueva ronda de vermuces con lo que quedaba de ingredientes, que no era mucho. Sano y lúdico copeteo coronado con varios brindis, nomás el Ruso Urbansky se astuvo y se le perdonó porque a la verdá del decir, estaba como dormido en la silla y no había manera de despabilarlo. No era culpa del escabio,  aclaró después, sino la costumbre de la siesta. Y final a toda orquesta, brindis último con la palabra preclara del doctor Salvatierra, de pie con la ayuda de Mercier que lo agarraba de la costilla: Viva el glorioso Social y Deportivo Fulgor de Mayo. ¡Salú!                         
      

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