martes, 23 de mayo de 2017

Veredas


Las callecitas de Buenos Aires tienen ese…Que se yo. Salgo de mi casa por Arenales, lo de siempre en la calle y en mí, cuando de repente, detrás de ese árbol se aparece él y me dice... Soy el arreglador de veredas, viste. Ya sé que estoy piantao, piantao…

 Y sí. Loco, loco, piantao, supremo de un ejército mecanizado, me clavo en las gastadas callecitas y plazas de Buenos Aires. Veredas más anchas de baldosón cuadriculado, calles más angostas de símil empedrado de cemento y rejillas separadoras. Negros señaladores de alma ferrosa, balas de cañón, o símbolos fálicos y prepuciales de esta Argentina contratista.

Loco, loco. No ves que va la luna rodando por Callao, mientras la Sarmiento, la Mitre o la Perón, ahí en el bajo, ya la hicimos cuatro veces, la abrimos otras cuatro y la volvimos a embaldosar ayer, de a tramos, sin pausa, varón, porque sí, total, un corso de astronautas, niños con un vals, apáticos bogas enjetrados, porteños que me miran desde el nido de un gorrión, ni fu ni fa.

Máquina, loco, máquina. Porque en esta citi la guita sobra. Dejá que parlen los populistas, que duden, que supongan negociados con los fabricantes de baldosas, que falta biyuya para escuelas u hospitales. Dejalos. Vení, volá, sentí el loco berretín que tengo para vos.

Loco, cuando anochezca en tu porteña soledad, por la ribera de tu sábana vendré pa embaldosarte también con un poema y un trombón marca Calcaterra y así desvelarte el corazón, el bolsillo y la razón. Como un acróbata demente saltaré por las nuevas bicisendas hasta sentir el fluir del metrobús. Y vos, gilún de estopa, déjame trabajar. Soy el arreglador de veredas. Loco, piantao por contrato en exclusiva. Vení. Volá.

     

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