Las callecitas de Buenos Aires tienen
ese…Que se yo. Salgo de mi casa por Arenales, lo de siempre en la calle y en
mí, cuando de repente, detrás de ese árbol se aparece él y me dice... Soy el
arreglador de veredas, viste. Ya sé que estoy piantao, piantao…
Y sí. Loco, loco, piantao,
supremo de un ejército mecanizado, me clavo en las gastadas callecitas y plazas
de Buenos Aires. Veredas más anchas de baldosón cuadriculado, calles más
angostas de símil empedrado de cemento y rejillas separadoras. Negros señaladores
de alma ferrosa, balas de cañón, o símbolos fálicos y prepuciales de esta
Argentina contratista.
Loco, loco. No ves que va la luna rodando por Callao, mientras la
Sarmiento, la Mitre o la Perón, ahí en el bajo, ya la hicimos cuatro veces, la
abrimos otras cuatro y la volvimos a embaldosar ayer, de a tramos, sin pausa,
varón, porque sí, total, un corso de astronautas, niños con un vals, apáticos
bogas enjetrados, porteños que me miran desde el nido de un gorrión, ni fu ni
fa.
Máquina, loco, máquina. Porque en esta citi la guita sobra. Dejá que
parlen los populistas, que duden, que supongan negociados con los fabricantes
de baldosas, que falta biyuya para escuelas u hospitales. Dejalos. Vení, volá,
sentí el loco berretín que tengo para vos.
Loco, cuando anochezca en tu
porteña soledad, por la ribera de tu sábana vendré pa embaldosarte también con
un poema y un trombón marca Calcaterra y así desvelarte el corazón, el bolsillo
y la razón. Como un acróbata demente saltaré por las nuevas bicisendas hasta sentir
el fluir del metrobús. Y vos, gilún de estopa, déjame trabajar. Soy el arreglador
de veredas. Loco, piantao por contrato en exclusiva. Vení. Volá.
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