jueves, 4 de enero de 2018

Desde el corazón


Cuando un presidente nos habla con el corazón, los argentinos sabemos responder con la fe y la alegría que emana generosa del mismo órgano palpitante. ¡Qué duda cabe!

Paradigmático ejemplo, he aquí nuestro paisanos del campo sojero, hechos en la rudeza de su labor y en la inteligente triangulación de sus exportaciones, hoy derramando dicha gracias a la disminución paulatina de las retenciones a las que fueron sometidos en la pasada década. O miles, por no decir millones de conciudadanos, agraciados por la baja de impuestos a los automóviles importados y a manufacturas que la prebendaria producción local jamás podría equiparar en calidad y servicio. O la renovada confianza de cientos de empresarios inclinados con enorme sabiduría a modernizar sus emprendimientos dando la posibilidad a sus trabajadores para buscar nuevos horizontes, tanto como la de cientos de inversores que han colocado sus ahorros en argentos bonos a humildes tasas del 30 por ciento anual.

Dejemos de lado las exaltadas diatrabas con que una oposición ciega pretende ocultar los logros de esta Argentina que renace desde el corazón. Aprendamos de quienes jubilosos reciben cada mes sus facturas de servicios y celebran el poder abonarlas con su esfuerzo y ya no con los vergonzosos subsidios a los que lamentablemente nos habíamos acostumbrado. Admiremos la entereza de los asalariados que rechazan la ignominiosa atadura de las negociaciones paritarias y a conciencia de su aporte al engrandecimiento de la Nación, valoran acaso una disminución de sus capacidades adquisitivas con la frente en alto y el orgullo intacto. Y qué decir de aquellos verdaderos adalides de la República, obreros, maestros o empleados, que han recibido las comunicaciones con las que se prescinde de sus servicios y contratos, embuidos todos de lozana esperanza, a sabiendas de las enormes perspectivas que en diversos campos se abren a diario para los mal llamados desocupados.

Párrafo aparte merece la hidalguía de nuestros abuelos, quienes desafiantes y bravíos, han decidido donar una parte de sus ingresos jubilatorios para aliviar las haciendas de un estado paquidérmico, con la certidumbre de que mañana, aunque tarde, serán recompensados sus esfuerzos. Y aún entre los pobres de los pobres, aliviados de la carga que suponen pensiones y planes vergonzantes para la dignidad humana, reconozcamos la felicidad que los embarga ante el hecho de quedar expuestos a la competencia del mérito con la que deberán lidiar para llevar el pan a la mesa del hogar.

Todos y cada uno, como lo ha pedido nuestro presidente desde el corazón, aportemos nuestro grano de arena con alegría. Hagamos oídos sordos a minorías acostumbradas al reclamo consuetudinario, a la queja destemplada que obliga a las fuerzas del orden a escarmentar con firme rigor. Seamos felices más allá de las diferencias sociales que puedan existir, pues nada separa a quien en este enero vacacional derrama sus fortunas en Punta del Este, Las Vegas o París y quien ve jugar a sus niños en la Pelopincho del patio o en un cristalino arroyo de La Matanza. Obremos desde el corazón y no desde el estómago, pródigo el primero y mezquino el segundo. Alegrémonos por la buenaventura de algunos que con el tiempo derramará en beneficio de todos. Y en este año que recién comienza, celebremos la vida, no la nuestra que poco vale sino la de Mauricio, María Eugenia y la de todos quienes gobiernan nuestros destinos, incluyendo las señorías de Comodoro Pi y los CEOS de la Asociación Empresaria Argentina. Que nada empañe la alegría.   

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